Golpe de suerte

Capítulo 58. ¿Traición?

Subo este capítulo antes de lo planeado, dedicado especialmente a mi seguidora Angieluz, que lo pidió. ¡Que te mejores pronto, corazón!

William

Cuando crucé la puerta principal de las unidades operativas de nuestra comisaría, sentí que el mundo se detenía por un segundo. El murmullo habitual, el tecleo de los ordenadores, las conversaciones cruzadas… todo se congeló. Luego, como una bocanada de aire tras una asfixia, llegaron los saludos, palmadas en la espalda, sonrisas que no sabían si eran de alivio o incomodidad.

Algunos agentes ni siquiera sabían que me habían detenido. Otros, como Carlos y Santi, vinieron directo hacia mí. Me abrazaron como si quisieran confirmar que era de carne y hueso, que seguía ahí.

—¡Joder, qué alegría verte, jefe! —soltó Carlos, con los ojos vidriosos, aunque trataba de disimularlo con su tono burlón—. Pensé que ibas a salir en las noticias… con una bolsa negra en la cabeza.

Yo no sonreí.

—¿Y Mari? —pregunté sin rodeos, directo al grano. No tenía tiempo para alivios fingidos ni bromas que solo buscaban cubrir la tensión.

Carlos parpadeó, sorprendido por el tono.

—No la he visto desde esta mañana. Nadie se imaginaba que tu visita a la Central acabaría en un calabozo.

Hizo una pausa y añadió, algo más bajo:

—Menos mal que todo se aclaró.

—Todavía no —corregí, seco—. Me espera un juicio.

Santi, que hasta ese momento solo observaba en silencio, se incorporó, sorprendido.

—¿Juicio? ¿Por qué?

Lo miré de reojo y solté, con un tono despreocupado que no sentía del todo:

—Por estamparle un puñetazo en la cara a un cabrón con galones.

Santi silbó entre dientes y negó con la cabeza, incrédulo.

—Joder, William… a veces olvido que no sabes callarte ni con una pistola en la sien. Pero qué bueno tenerte de vuelta. Aunque sea con cargos.

—No pasa nada, ¿Durante mi ausencia ocurrió algo fuera de lo normal? —insistí, buscando señales donde antes no las había. ¿Dónde está Bruno?

Santi negó lentamente, pero ya no sonreía.

—Parecía todo normal —dijo, como si dudara incluso de sus propias palabras —Bruno dijo que iba a la otra comisaría, la de zona sur. Quería hablar con un contacto suyo… sobre el inspector Abascal. Eso dijo. Iba serio. Muy serio. Y Marí estaba con él.

— Ambos desaparecieron después del primer café. Pensamos que estaban trabajando en algo relacionado con tu caso. —añadió Carlos.

Sentí una punzada seca en el estómago. Como si algo se hubiese desplomado en lo más hondo.
Mari y Bruno, juntos. Desaparecidos justo el día en que yo quedaba libre. Y con Salvatierra acorralado.
Todo encajaba... demasiado bien para un crimen.

—¿La otra comisaría cuál es? ¿San Telmo?

—Sí, la misma —asintió Santi.

—Bien. Voy para allá.

Carlos alzó una mano en un gesto contenido, casi paternal.

—¿Estás seguro? Acabas de salir, William. No tienes que demostrar nada. Al menos no hoy…

—Estoy seguro —interrumpí. Esta vez sí sonreí, pero solo con los labios. Los ojos me ardían—. No voy a meterme en líos. Solo necesito respuestas.

Salí al estacionamiento y paré un momento en la entrada. No sabía si era paranoia o simple intuición, pero todo en mi cuerpo me gritaba que algo estaba a punto de romperse.

Steve seguía ahí, apoyado en el capó del coche, encorvado sobre su móvil. Me acerqué sin preámbulos.

—Vamos a la comisaría de San Telmo —dije, abriendo la puerta del copiloto.

Pero él levantó una mano sin apartar la vista de la pantalla.

—Es Silvia —murmuró Steve, sin apartar la vista del móvil—. Está preocupada. No ha tenido noticias de Mari desde esta mañana. Pregunta si sabemos dónde está.

—No lo sé —respondí, con la garganta seca—. Nadie la ha visto desde entonces. ¿Qué más dice?

—Dice que no está segura de que haya recibido el mensaje de Hugo.

Me congelé.

—¿Hugo?

—Sí. No entendí bien si es un amigo, un contacto… o un paciente suyo, pero Silvia dijo que podría ayudarnos a rastrear llamadas de Salvatierra, después de hablar con Marí.

La idea de Mari enfrentándose sola a Salvatierra hizo que todo el aire se evaporara de mis pulmones. Mi reacción fue instintiva: di un paso hacia Steve y lo sujeté por las solapas, clavándole la mirada como un cuchillo.

—¿En qué la metiste?

—¡Eh, tranquilo! —exclamó, levantando las manos—. ¡No fuimos nosotros, fue ella! Fue su decisión, William. Yo le advertí. Le dije que era una locura, pero… insistió.

Lo solté con brusquedad, dando un paso atrás.

—Habla. Todo. Y más te vale no omitir nada.

Steve tragó saliva y comenzó a soltarlo todo. Palabras rápidas, sin adornos, con la voz apenas audible.

—Mari planeaba ir a ver a Salvatierra esta mañana. Quería presionarlo: si no te soltaba, lo denunciaría ante Asuntos Internos por la desaparición de documentos del expediente de la otra chica de la maleta. Decía que Salvatierra nunca habría falsificado esos papeles por iniciativa propia. Estaba convencida de que alguien más lo había obligado. Para saber quién, Silvia contactó a este Hugo. Le pasaron un número de Salvatierra y él debía rastrear el historial de llamadas, justo después de la visita de Mari.

—¿Y lo hizo?

—Sí, según Silvia, logró extraer una lista de llamadas recientes. Se la mandó a Mari… pero ahora no sabe si ella llegó a verla. Desde esa hora, no respondió más.

Sentí que el pecho me ardía. Como si el aire fuera ácido.

—¿Dónde está esa lista?

—Se la pido ya mismo —respondió Steve, entendiendo mi preocupación y sacando el móvil con dedos temblorosos.

—¿Y el abogado? —pregunté, de pronto—. ¿Caballero? ¿Quién lo contrató?

Steve levantó la vista.

—Yo. Bueno… yo contacté a León Marchand, le mandé los documentos de tu arresto y él me recomendó a Caballero.

Asentí, casi sin pensar.

La cabeza me daba vueltas, pero una cosa era clara: Mari se había lanzado sola, sin red, con su terquedad valiente por una verdad que podía costarle la vida. Se metió en la boca del lobo creyendo que podía controlarlo.




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