El oficial Greyson recorrió la pastelería con una calma metódica que contrastaba con el torbellino de emociones que revoloteaba en el pecho de Cass. Sus ojos, aquellos ojos azules tan claros, parecían no perderse ni un detalle. Examinó la puerta trasera que daba al callejón, palpando el marco y la cerradura con dedos expertos.
—Por aquí no entró —declaró con seguridad, volviendo a la sala principal—. La cerradura está intacta y no hay señales de que haya forzado la entrada. Quienquiera que fuese, entró como cliente o tenía una llave.
Cass se estremeció ligeramente ante la idea.
—¿Una llave? Solo yo tengo… Bueno, había otra copia, pero mi ayudante Mara la devolvió antes de irse. Esta temporada volvió a la universidad.
Dante asintió, anotando el nombre de Mara en su pequeña libreta.
—Tendremos que hablar con ella, solo para descartar todas las posibilidades. Protocolo, ¿me entiendes? —Su tono era amable, sin ningún atisbo de acusación. Se acercó luego a la ventana principal, revisando el mecanismo de cierre—. Esto está bien, pero no es suficiente para Pinecrest.
Finalmente, regresó al mostrador y a la caja registradora forzada. Se agachó, estudiando las marcas alrededor de la cerradura, con una concentración que frunció levemente su ceño. Ella no pudo evitar fijarse en la forma en que su uniforme se tensaba sobre sus hombros. Parecía más un atleta que un policía.
—Como pensé —dijo, levantándose—. Usaron algún tipo de herramienta profesional. Silenciosa y rápida. Esto no fue un robo de oportunidad; fue un objetivo. Alguien sabía que hoy había un buen botín aquí.
La idea hizo que a Cass se le encogiera el estómago.
—Pero… ¿Cómo? Era un pedido grande, de una boda. Solo los novios y sus familiares cercanos lo sabían… y yo.
Dante se encogió de hombros, un gesto de frustración contenida.
—O alguien aviso sobre el pedido, o fue mala suerte y el ladrón apostó a que un viernes habría buena recaudación en un lugar como este. En esta ciudad, a veces es difícil saberlo —Guardó su libreta y la miró directamente. Su expresión se suavizó—. Mira Cass, lo más probable es que recuperar el dinero sea complicado. Pero podemos intentar evitar que vuelva a pasar.
Cassandra se cruzó de brazos, sintiéndose vulnerable de nuevo.
—¿Y cómo? ¿Contratar a un guardia de seguridad? No me lo puedo permitir, es mucho dinero.
Una sonrisa pequeña y ligeramente divertida asomó a los labios de Dante.
—No, nada tan drástico. Aunque la imagen de un guardia con traje negro custodiando dulces es bastante divertida —El comentario, inesperado y gracioso, le arrancó una risita nerviosa a Cassandra. Él continuó—. Te lo digo en serio, las alarmas pueden ser tu mejor aliado. Un sistema básico con sensores en puertas y ventanas, y un par de cámaras apuntando a distintos puntos del local serían una buena inversión.
Señaló con el mentón hacia un rincón del techo, encima de la estantería de los panes.
—Ahí tienes un ángulo perfecto —dijo—. Una cámara a la vista suele espantar a los ladrones de ocasión y, si vuelven, nos dará pruebas para atraparlos más fácil. No hace falta el sistema más caro; hay opciones asequibles que funcionan bien.
Cass siguió su mirada, imaginando una pequeña cámara negra en ese lugar. Parecía una solución tan simple, tan lógica. ¿Por qué no lo había pensado antes? Porque se había sentido segura en su burbuja de azúcar y harina, ajena a los peligros de la ciudad.
—Tienes razón —admitió Cass, sintiéndose algo torpe—. Ahora me siento un poco ingenua por no haberlo pensado antes.
Él negó con la cabeza y, en un gesto que pareció natural, apoyó una mano ligera en su hombro.
—No ingenua —corrigió con voz suave—. Confiada. Y no hay nada malo en eso. El problema es que este mundo a veces no se merece esa confianza. —Su sonrisa se asomó de nuevo, más ligera—. Y bueno, un truquito simple que siempre recomendamos a las tiendas: vacía la caja más seguido. No dejes todo para el final del día, si puedes lleva lo recaudado a la caja fuerte cada par de horas, sobre todo después de una venta grande.
Era algo tan evidente que Cass se sintió un poco tonta por no haberlo hecho antes.
—Sí… claro. Lo haré. Y lo de la cámara también… mañana mismo empiezo a mirar precios.
—Bien —dijo Dante, y en su voz había una aprobación cálida que, sin saber por qué, la hizo sentirse un poco mejor. Sacó un pequeño bloc de tickets multicolores del bolsillo y escribió con letra rápida antes de arrancar la hoja. No era solo un número, sino también un nombre y una dirección—. Si quieres una recomendación, Pinecrest Security es confiable y no te va a cobrar un ojo de la cara. Pregunta por Jake y dile que yo te envié. Te hará un buen precio.
Cass tomó el trozo de papel, sus dedos rozando los suyos por una fracción de segundo. Un pequeño estremecimiento le recorrió el brazo.
—¿En serio? Gracias, oficial... Dante. Es muy amable.
—Es parte del servicio —replicó él, y esta vez su sonrisa se abrió por completo, luminosa y despreocupada, formando pequeñas arrugas en las comisuras de sus ojos. Cass sintió un vuelco en el pecho, como si por un instante el robo hubiera quedado en segundo plano—. Además, prevenir robos me da más tiempo para probar pasteles, y todo lo que tienes en la vitrina se ve muy bueno.
Ella parpadeó, sorprendida por el giro del comentario, y un calor inesperado le subió a las mejillas.
—Bueno… si alguna vez quieres “inspeccionar” la vitrina, creo que puedo hacer un descuento especial para policías —respondió, intentando sonar ligera, aunque la voz le salió un poco temblorosa.
Dante terminó de escribir en su informe oficial, un formulario más largo y burocrático, y se lo acercó para que lo firmara. Mientras Cassandra estampaba su firma con un gesto florido, él dejó escapar una inhalación profunda y miró alrededor como si apenas ahora hubiera descubierto dónde estaba.