Golpe de suerte

cinco

Cassandra pasó los días posteriores al incidente de la harina entre la vergüenza extrema y un cosquilleo de esperanza. Dante se había ido riendo, no enfadado. Y esa casi-invitación a un café resonaba en su mente como un mantra esperanzador. ¿Habría sido solo una broma? ¿O una indirecta genuina para salir con ella?

Limpio meticulosamente cada partícula de harina, jurándose a sí misma que no volvería a intentar una mentira tan patética. La próxima vez, si es que había una próxima vez, sería directa con él. Le invitaría a un café sin inventar ninguna historia complicada. Punto.

Era un jueves tranquilo, y ella estaba en la trastienda, amasando con una energía nerviosa que no lograba disimular. La campanilla de la puerta sonó y, pensando que sería la clienta que había encargado un pastel, se limpió las manos en el delantal antes de salir al mostrador.

—Buenas tar…

La voz se le cortó de golpe. En medio de la tienda, de pie con una naturalidad desconcertante, estaba Dante. Llevaba jeans oscuros y una sudadera negra con capucha, y sin el uniforme parecía casi otra persona. Casi… porque sus ojos azules brillaban con la misma intensidad de siempre.

—¿O… oficial Greyson? —balbuceó, odiando lo temblorosa que sonaba. Todo su plan de sonar relajada y directa se desmoronó en cuanto lo vio ahí, tan fuera de contexto, que apenas pudo juntar las palabras.

—Hola, Cass —saludó con una sonrisa fácil, las manos hundidas en los bolsillos de la sudadera. Parecía un cliente cualquiera, aunque con un brillo en los ojos que lo hacía todo menos común—. Pasaba por el barrio y pensé en detenerme. Tenía que asegurarme de que el temido ladrón de harina no hubiera vuelto a sembrar el caos.

El tono era ligero, casi juguetón, pero lleno de cercanía. No se burlaba de ella, sino que la incluía en la broma. Cass sintió cómo la tensión se le disolvía en un suspiro y una calidez alegre le subía al pecho. Él estaba allí. No porque el deber lo obligara, sino porque había querido venir. ¡A verla a ella!

—¡Las defensas de carbohidratos están en alto! —declaró, recuperando algo de su compostura—. No se ha avistado ningún sospechoso harinoso. Pero... es muy amable de tu parte venir a verificar. ¿No estás de servicio?

—Es mi día libre —explicó él, echando un vistazo alrededor con una curiosidad que no parecía fingida—. Y pensé que era un buen momento para… digamos, una ronda extraoficial.

Una ronda extraoficial. En su pastelería. Sintió que el corazón le daba un salto tan fuerte que casi creía que Dante podría oírlo. No había duda: aquello sonaba a coqueteo. Tenía que serlo.

—Bueno, pues espero que la inspección extraoficial revele que todo está en orden —dijo ella, sonriendo.

Pero una parte de Cassandra, la parte que quería que él se quedara más de cinco minutos, empezó a tramar algo con rapidez. No podía dejar que se marchara tan pronto.

—Aunque… —dijo bajando la voz, como si compartiera un secreto.

—¿Aunque? —repitió Dante, alzando una ceja con interés.

—Desde el otro día me siento un poco nerviosa —confesó, jugando con los dedos del delantal—. Anoche, cuando estaba cerrando, juraría que vi una sombra moverse rápido por el callejón, justo en la puerta trasera. Seguro es mi imaginación… aunque podría ser cualquier otra cosa.

Fingió un pequeño estremecimiento, aunque en el fondo intuía que se trataba del gato callejero que solía merodear por la zona. Dante, sin embargo, adoptó una expresión más seria, aunque la chispa divertida en sus ojos nunca lo abandono.

—Una sombra, ¿eh? —murmuró, como si estuviera evaluando el caso—. Bueno, nunca se sabe. Vamos a investigarlo, ¿te importa si echo un vistazo alrededor?

—¡No, para nada! Por favor —respondió demasiado rápido, sintiéndose culpable y al mismo tiempo satisfecha de su ocurrencia.

Dante asintió y se dirigió hacia la trastienda y la puerta trasera. Ella lo siguió de cerca, como un cachorro nervioso.

—Nada de marcas, eso es bueno —dijo examinando la cerradura desde el interior. Luego abrió la puerta con cuidado, asomándose al callejón estrecho y sucio.

Cassandra se colocó detrás de él, pegándose casi a su espalda para mirar. El callejón estaba vacío, salvo por unos contenedores de basura y un cartel descolorido de un evento de la ciudad.

—Parece despejado —murmuró Dante, sus ojos escaneando las ventanas de los edificios vecinos y las posibles rutas de escape.

En ese instante, un ruido metálico rompió el silencio del callejón, haciendo que ambos se sobresaltaran.

Cass, ya de por sí nerviosa y sugestionada, dio un respingo tan violento que perdió el equilibrio. Con un pequeño grito, se agarró instintivamente al brazo más cercano para no caer: el brazo de Dante.

Él, por su parte, se había puesto instantáneamente en guardia al oír el sonido, girando sobre sus talones con una rapidez impresionante. El movimiento, combinado con el tirón de Cass, resultó en que ella, en lugar de caer al suelo, cayera directamente contra su pecho.

Por un segundo todo fue un torbellino. Cassandra se encontró pegada contra él, aferrándose a la tela de su sudadera con el rostro hundido en su pecho. Dante, en un reflejo protector, la rodeó con un brazo mientras la otra mano se dirigía automáticamente a su costado, al lugar donde normalmente descansaba su arma cuando estaba de uniforme… y recordó demasiado tarde que, vestido de civil, no llevaba nada allí.




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