Golpe de suerte

ocho

La vergüenza ardió en Cassandra durante toda la mañana siguiente. Cada vez que la campanilla de la puerta sonaba, su estómago se encogía: temía ver aparecer la figura implacable del sargento Rojas o, peor aún, a Dante con una sombra de decepción en sus hermosos ojos azules. Había revisado las grabaciones de la cámara una y otra vez, torturándose con la imagen del corredor que pasaba sin siquiera mirar su tienda, mientras ella corría como si hubiera visto un fantasma. Esa escena se repetía en su mente en bucle, tan ridícula como imposible de borrar.

Se sentía tan tonta, tan... débil. Había llegado a Pinecrest para ser fuerte, independiente, construir una vida por sí misma. Y, en cambio, había terminado siendo la chica que con ansiedad que llamaba a la policía ante el más mínimo problema.

Estaba decorando unos muffins, las manos todavía un poco temblorosas por los nervios, cuando su teléfono vibró sobre el mostrador. La pantalla se iluminó y, al ver el nombre que aparecía, su corazón dio un vuelco, como si todo el aire se hubiera llenado de golpe de electricidad.

Dante: Hola, mi jefe estuvo quejándose toda la mañana sobre "recursos desperdiciados en falsas alarmas". Supongo que tu noche fue más emocionante que la mía, ¿eh? ¿Todo bien?

Ella sintió que se le encogía el estómago. Allí estaba, no sonaba como un mensaje de enfado, pero la mención de Rojas confirmaba sus peores temores. Todo el departamento debía de estar riéndose de ella. ¿Y Dante? ¿Estaría molesto por haber quedado en evidencia frente a su jefe?

Tomó aire profundamente. Debía enfrentar esto, no podía esconderse. Con dedos torpes, tecleó una respuesta.

Cass: Hola. Sí, lo siento mucho. Fue increíblemente estúpido de mi parte. Me asusté con mi propia sombra (literalmente, era un corredor) y olvidé por completo revisar las cámaras antes de llamar. No tengo excusa. Por favor, discúlpame con tu sargento.

Envió el mensaje y contuvo el aliento, esperando una respuesta cortante o, peor, que la dejara en visto y no le hablara nunca más.

Los puntos suspensivos aparecieron casi de inmediato, indicando que estaba escribiendo. Luego, la respuesta llegó con un ping alegre.

Dante: No te preocupes, Cass. Rojas se queja por todo, es su estado natural. Lo importante es que estés bien. ¿De verdad te asustaste tanto?

El alivio que la inundó fue tan intenso que tuvo que apoyarse en el mostrador. Él no estaba enfadado. Estaba... preocupado por ella.

Cass: Un poco. Es que con lo del robo, y luego... bueno, que ya no pasas tan seguido (¡Lo cual es bueno! No me malinterpretes, no quiero que él se enfade contigo) me sentí un poco vulnerable. Pero no es excusa para ser tan irresponsable como lo fui.

Hubo una pausa más larga esta vez.

Dante: Lo entiendo. Mira, ya no puedo desviar mi ruta oficialmente solo para... ya sabes. Pero si te sientes nerviosa, me puedes mandar un mensaje. Aunque sea para distraerte.

Cassandra sonrió, con los ojos vidriosos. Era tan amable. Demasiado amable para ella, tal y como Rojas le había dicho.

Cass: Eres muy dulce. Pero no, he aprendido la lección. Prometo que la próxima vez revisaré las cámaras diez veces antes de hacer algo como llamarlos a la comisaria. De hecho... tengo una idea. ¿Está muy ocupado el sargento hoy?

Dante: ¿Por? No más de lo usual. ¿Qué estás pensando?

Cass: Voy a preparar algo. Una disculpa en forma comestible, de esas que él ni nadie puede rechazar.

Dante: ¿Estás hablando de sobornar a un oficial de la ley con dulces otra vez?

Cass: ¡Es una disculpa! ¡Y un agradecimiento por su servicio! ¡Y estoy llena de buenas intenciones!

Dante: 😆 Ok, ok. Te cubro las espaldas. Si preguntan, hasta puedo decir que es de parte de un "ciudadano agradecido". Pero no prometo nada con Rojas.

Cass: ¡Gracias, Dante!

Dejó el teléfono a un lado y, con una determinación fresca que borraba cualquier rastro de vergüenza, se arremangó para trabajar. No serían muffins cualquiera. Preparó una bandeja de brownies intensos de chocolate negro con nueces, horneó las galletas de chispas de chocolate más esponjosas y doradas que había hecho jamás y añadió una fila impecable de sus éclairs de chocolate, los favoritos de Dante. Cuando todo estuvo listo, lo acomodó en una caja grande de plástico transparente, coronada con una nota breve, sencilla y sincera:

"Para el equipo del departamento de policía de Pinecrest - Con mis más sinceras disculpas por la molestia de anoche. Gracias por su servicio y por venir siempre, incluso por falsas alarmas. - Cassandra Bellini, de Casstart."

Firmó la nota con un trazo rápido pero cuidadoso y cerró la caja con un lazo azul oscuro, asegurándose de que todo se viera presentable y un poquito especial, como si la caja misma pudiera transmitir parte de su gratitud.

A media tarde, con el corazón desbocado —esta vez por una razón muy distinta a la charla con Dante—, se encaminó hacia la comisaría. El edificio, gris e imponente, siempre le había parecido intimidante desde que llegó a Pinecrest. Al cruzar sus puertas, el aroma penetrante de café recién hecho se mezcló con la oleada de nervios que la sacudió. Varias cabezas se giraron hacia ella: una mujer con delantal y una caja de pasteles gigantesca no era precisamente una visita habitual en aquel lugar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.