Dante
La mañana lo encontró sonriendo, sin motivo aparente más que el recuerdo que ardía en su mente: Cassandra, con las mejillas encendidas y la risa temblándole en los labios después del beso. Todavía podía sentir el sabor a azúcar, el calor del momento aferrado a su piel. Hasta el uniforme, que solía recordarle el peso del deber, se sentía distinto, más ligero. Pinecrest, bajo el sol de esa mañana, parecía menos gris, casi cómplice con su humor.
Pasó por la comisaría para entregar un informe rápido y soportar con paciencia inusualmente larga las bromas de sus compañeros.
—¡Eh, hombre glaseado! ¿Trajiste donas para todos? ¿Oye Greyson, por qué esa sonrisa de idiota? —le gritó uno desde su escritorio.
Él se encogió de hombros, la sonrisa aún intacta. Nada, ni las bromas, ni el tráfico, ni los formularios interminables, podrian arruinarle el día.
Su primer instinto fue ir directo a la pastelería. Quería verla, asegurarse de que la magia de la noche anterior no hubiera sido un sueño. Deseaba besarla de nuevo, esta vez sin un sargento gruñón interrumpiendo. Tenía tiempo antes de que empezara su ruta oficial.
Al doblar la esquina hacia la calle Baker, el primer indicio de que algo andaba mal fue la persiana metálica de Casstart todavía abajo. A las 10:45 de la mañana. Un frío inexplicable le recorrió la espina dorsal. Cassandra era tan puntual como el sargento. Su pastelería era una especie de templo. Abrir tarde no era algo que hiciera.
Apretó el paso, la sonrisa desvaneciéndose, reemplazada por una preocupación instantánea. ¿Estaría enferma? ¿Le habría pasado algo? Tocó el timbre, una vez, dos veces. Nada. Solo el silencio inquietante del local cerrado.
Sacó su teléfono y marcó su número. Fue directo al buzón de voz.
"Hola, soy Cassandra de Casstart...". Colgó sin dejar mensaje.
El frío en su espalda se intensificó.
—Tranquilo, Greyson —se dijo a sí mismo, intentando aplicar la lógica policial.
Probablemente se habia quedado dormida. Ayer tuvieron un día intenso. Pero su instinto, ese sexto sentido que lo había mantenido con vida, en las calles y en su trabajo diario, le decía que algo más estaba ocurriendo.
Golpeó la puerta con los nudillos, con más fuerza esta vez.
—¡Cass! ¿Estás ahí? ¡Soy Dante!
Oyó un ruido apagado desde dentro, como algo cayendo al suelo. Luego, unos pasos cautelosos que se acercaban. Finalmente, el sonido del cerrojo corriéndose con un chirrido.
La puerta se abrió apenas lo suficiente para revelar a Cassandra. Y la visión le partió el corazón.
Estaba pálida, con ojeras tan oscuras como moretones, bajo unos ojos vidriosos y llenos de un miedo que él nunca le había visto. Su precioso cabello rojo estaba despeinado y enmarañado. Y en sus manos, los nudillos blancos por la fuerza con que los apretaba, sostenía un enorme palo de amasar de madera, como si fuera un bate de béisbol.
—Cass... ¿Qué diablos...? —La pregunta murió en sus labios al ver su estado.
Al reconocerlo, toda la tensión pareció abandonar su cuerpo de golpe. El palo de amasar cayó al suelo de la entrada con un ruido sordo. Ella se llevó una mano temblorosa a la boca y sus ojos se llenaron de lágrimas que no derramó.
—Dante —susurró, su voz ronca por la falta de sueño y la emoción contenida—. Lo siento... es que... anoche...
No pudo continuar. Él no lo pensó dos veces. Cruzó el umbral de la puerta y la envolvió en sus brazos, abrazándola contra su pecho. Ella se aferró a él, enterrando la cara en su uniforme, y un temblor leve la recorrió de pies a cabeza.
—Tranquila, cariño. Estoy aquí, respira —murmuró contra su pelo, acariciándole la espalda con movimientos suaves—. ¿Qué pasó? ¿Te asustaste con algo?
Ella asintió contra su pecho, sin separarse del abrazo.
—Oí ruidos —dijo, su voz apagada—. En el callejón toda la noche. Revisé las cámaras... pero solo vi una sombra que paso muy rápido, probablemente no era nada. Pero no podía dormir. Pensé... pensé en llamarte, pero no quise molestarte. No otra vez.
Cada palabra era un puñal para Dante. La culpa lo embargó. Él se había ido flotando de felicidad, dejándola aquí, sola y aterrada, luchando contra sus demonios por no querer decepcionarlo.
—Cass, nunca podrías molestarme —dijo, suavizando su voz hasta un susurro—. Eres mi chica, y si algo te asusta, me llamas. Siempre. No importa la hora, ni la razón, ni nada. Yo voy a estar ahí. ¿Me escuchaste? Siempre.
Ella asintió, avergonzada. Dante la soltó lo justo para tomar su mano.
—Muéstrame.
Revisó la aplicación de las cámaras con ella, viendo la misma sombra ambigua y rápida que ella había visto. Luego, insistió en examinar físicamente la puerta del callejón. La cerradura estaba intacta, pero... justo en el marco, cerca del suelo, había un par de marcas superficiales, como arañazos recientes. Nada concluyente. Podía ser el gato, una rama, cualquier cosa. Pero a la luz del miedo de Cassandra, parecían siniestros.
—No fue forzada —declaró, intentando sonar tranquilizador—. Está bien. Todo está bien.