Golpe de suerte

dieciseis

Dante

La evidencia golpeaba contra su muslo a cada paso, un recordatorio insistente de su noche como investigador. Las herramientas, meticulosamente envueltas en un pañuelo, eran la prueba tangible de que los miedos de Cassandra no eran imaginarios.
Dante entró en la comisaría con la determinación de un hombre que sabía que tenía la razón y la urgencia de quien no podía permitirse esperar.

Fue directo al despacho de Rojas. El sargento estaba hundido entre una pila de informes, el ceño fruncido en esa expresión de perpetuo fastidio que parecía venir de fábrica.

—Jefe, necesito hablar con usted.

Rojas alzó la vista. Su dura mirada se posó en la ropa civil de Dante.

—Greyson. ¿Qué demonios haces aquí? —gruñó, apoyando el bolígrafo sobre el escritorio—. Deberías estar en tu casa o con tu pastelera. ¿Desde cuándo te autoasignas turnos de veinticuatro horas?

—Esto es importante —insistió Dante, colocando el pañuelo con las herramientas sobre el escritorio—. Pase toda la noche vigilando la pastelería de Cassandra, e interrumpí a un sujeto intentando forzar la cerradura trasera. Huyó, pero dejó esto.

Rojas no tocó las herramientas. Miró el pañuelo con desdén y luego a Dante.

—¿Vigilando? ¿En tu tiempo libre? ¿Y sin mi autorización?

—Era una investigación en curso —argumentó, manteniendo la calma—. Revisé los reportes del distrito. Hay un patrón: la tintorería de la 42, la tienda de arte en Ciprés, el restaurante de la esquina de Baker... todos reportaron intentos de entrada similares en los últimos meses. Marcas mínimas, nada robado. Es el mismo tipo. Él estudia los lugares, prueba las cerraduras antes de ingresar. En la pastelería de Cass debió encontrar la caja fuerte débil o algo la primera vez y por eso sí robó. Pero vuelve, es metódico.

Esperaba ver un destello de interés, al menos de preocupación profesional. En su lugar, vio cómo la cara de Rojas se enrojecía de pura exasperación.

—¡Por el amor de Dios, Greyson! —estalló, golpeando el escritorio con la palma de la mano—. ¿Otra vez esto? ¿Tu noviecita ve sombras y ahora tú también? ¡Deja de perder el tiempo con fantasías!

—Jefe, las herramientas…

—Podrían ser de cualquier cosa ¡Podrías haberlas comprado tú mismo para no venir con las manos vacías! —Rojas se levantó, señalando con un dedo acusador—. ¡Tenemos casos reales! ¿Has visto el reporte del robo a la joyería de Diamond District anoche? ¡Perlas, diamantes, relojes de platino! ¡Eso es un crimen de verdad! No los jueguitos de un maníaco de las cerraduras en una zona de tiendas pequeñas.

—Este maníaco está aterrorizando a ciudadanos que no pueden permitirse los sistemas de seguridad refinados del Diamond District —replicó Dante, su voz gélida—. Ciudadanos que también confían en nosotros y nos necesitan.

—¡Confían en nosotros para que prioricemos! —rugió Rojas—. Mira, te lo voy a decir una última vez. Deja de perseguir fantasmas por culpa de una sonrisa bonita. Dedica tu energía a la joyería, que para eso te pago. Es una orden. ¿Está claro?

La rabia hirvió en las venas de Dante. Quería gritar, argumentar, presentar su dimisión. Pero eso no ayudaría a Cassandra. Respiró hondo, conteniendo la frustración.

—Claro, jefe —murmuró, con su voz vacía—. Tan claro como el cristal

Recogió las herramientas del escritorio y las guardó de nuevo en su bolsillo. Rojas lo observó con desconfianza, pero al final asintió, satisfecho de haber impuesto su autoridad. Dante salió del despacho con indignación, sabiendo que estaba en lo cierto… pero con la certeza de que no tendría que enfrentarlo todo solo.

Se acercó a Ana y Mike, dos compañeros de confianza, con paso decidido, pero bajo la máscara de alguien que solo necesitaba consejo. Sacó las herramientas del bolsillo y las dejó sobre el escritorio, sus dedos rozando el metal con un toque de urgencia contenida. No necesitaba palabras para transmitir que aquello no era un juego.

Ana lo miró, captando la seriedad en su postura, en la manera en que Dante evitaba mencionar al sargento, como si decirlo en voz alta solo añadiera problemas innecesarios. Mike asintió lentamente, siguiendo el hilo invisible de tensión que colgaba en el aire.

—Revisen las cámaras de Baker de esta noche, alrededor de la 1:30 AM —dijo Dante en voz baja, pero con firmeza, dejando que la gravedad de su tono llenara la habitación—. Necesito localizar a alguien alto, delgado, vestido con ropa oscura. Huidizo. Si aparece, me avisan de inmediato… sin que Rojas se entere.

Ana asintió de inmediato, captando el mensaje en sus ojos antes de sus palabras.

—Claro, Dante. Rojas puede ser un dolor de cabeza, pero nosotros te cubrimos.

Mike se apoyó en el escritorio, cruzando los brazos, su expresión cínica suavizada por un leve asentimiento.

—Sí… pero con cuidado. No quiero verte metido en más problemas de los necesarios.

Dante le apretó los hombros en señal de agradecimiento, sintiendo un pequeño alivio. Con pasos firmes, salió de la comisaria, dejando atrás el zumbido de los papeles y el ceño permanente de Rojas. Tenía aliados, aunque discretos, y eso era más que suficiente ayuda.




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