Golpe de suerte

diecinueve

Dante

El sonido de las sirenas se acercó a toda velocidad, desgarrando el silencio cargado de la trastienda. Las luces rojas y azules invadieron el callejón, filtrándose por la puerta abierta y tiñendo todo con un parpadeo inquieto. Dante se quedó quieto un segundo, observando cómo los reflejos danzaban sobre el rostro pálido de Cassandra y sobre el ladrón que gemía en el suelo, sus esposas brillando como una advertencia.

Respiró hondo. La adrenalina aún corría por sus venas, pero una calma fría empezaba a instalarse en él luego de la acción. Finalmente lo habían atrapado.

Los primeros en entrar fueron Ana y Mike con pistolas en mano y rostros tensos. Se detuvieron al instante. Sus ojos pasaron del ladrón reducido a Cass, que aún sostenía el palo de amasar como si fuera una guerrera legendaria, y finalmente a Dante, que se mantenía erguido con los hombros relajados, con una sonrisa contenida que esperaba, disimulara su agotamiento.

—¿Greyson? ¿Todo bajo control? —preguntó Ana, bajando su arma poco a poco.

—Todo en orden —confirmó Dante, inclinando la cabeza hacia el suelo—. El famoso fantasma de los callejones. Parece que no es inmune a los utensilios de cocina.

Mike soltó una carcajada.

—Vaya. ¿Le dieron una lección de amasado?

Antes de que Cass pudiera responder, una sombra pesada se proyectó sobre la entrada. El Sargento Rojas apareció con la expresión pétrea que Dante conocía demasiado bien. Sus ojos recorrieron la escena con extremo detalle, viendo la puerta forzada, la caja fuerte abierta, las herramientas esparcidas en el suelo, el ladrón inmovilizado… y, finalmente, el rodillo que Cassandra aún sostenía entre sus manos.

Se detuvo en el criminal un segundo de más antes de mirar a Dante. Sus cejas se arquearon con ese gesto que parecía decir “vas a tener que explicarme esto”.

—Greyson —gruñó, su voz grave llenando el aire—. ¿Estás dando clases de defensa personal con utensilios de cocina a tus citas, o la señorita tiene un talento natural?

Dante se permitió una sonrisa leve.

—Diría que el talento es innato, jefe. Yo solo fui su refuerzo.

El sargento lo observó en silencio, y él juraría que un destello de diversión pasó fugazmente por sus ojos. Luego se giró hacia Cassandra.

—¿Y usted? ¿Se encuentra bien, señorita Bellini?

Cassandra asintió, con más firmeza de la que probablemente sentía.

—Sí, sargento. Solo… quería defender mi negocio.

Rojas soltó un gruñido ambiguo, mezcla de respeto y exasperación.

—Bueno, ¿qué esperan? —ordenó a los demás oficiales—. Suban a este idiota a la camilla y revisen todo. Y recojan las… evidencias. —Su mirada volvió a posarse en el rodillo de cocina—. Todas.

Mientras los paramédicos se llevaban al ladrón que no dejaba de mirar a Cassandra como si temiera un segundo golpe, Rojas se acercó a él.

—Más vale que tu informe sea impecable, Greyson —murmuró—. Y quiero muchos detalles sobre cómo una civil terminó siendo quien derribo al criminal —Hizo una pausa y añadió en voz más baja—. Y por el amor de Dios, la próxima vez que tu novia intervenga, que no deje marcas tan… evidentes.

Era lo más parecido a un elogio que Rojas nunca podría darle. Dante asintió con una sonrisa.

—Entendido, jefe.

Cuando la patrulla se fue y el callejón recuperó su quietud, cerró la puerta y echó un nuevo cerrojo improvisado. La calma que siguió no era vacía: tenía un peso, una satisfacción densa, como si cada músculo de su cuerpo entendiera que habían ganado algo importante.

Se volvió hacia Cass. Ella seguía allí, con el rodillo aun entre las manos, temblando ahora que el cuerpo empezaba a cobrarle factura. Él cruzó la distancia entre ambos y, con suavidad, le quitó el arma.

—Ya puedes despedirte de él —dijo con una media sonrisa—. Rojas lo va a querer como prueba oficial.

Ella lo miró con temor, y entonces soltó una risa nerviosa, casi histérica.

—¿Crees que me arrestarán por agresión con un objeto contundente…?

Dante se rio también y la atrajo hacia sí, sintiendo cómo su respiración irregular se sincronizaba con la suya.

—No te preocupes por eso. Lo llamaré “defensa propia con mucho estilo” en mi informe —Le acarició el cabello, lanzando un suspiro—. Por todos los cielos, Cass… estuviste increíble. Aterradora. Maravillosamente aterradora, como una guerrera de película de acción.

Ella se acurrucó contra su pecho, y él notó cómo el temblor cedía poco a poco.

—La verdad es que ni siquiera lo pensé demasiado, solo actúe —murmuró ella, y él sonrió—. Estaba tan enfadada.

—Y salvaste el día —respondió—. Nunca dudé que podrías hacerlo.

🚓

Limpiar el local fue casi terapéutico. Cassandra trapeaba con movimientos concentrados, mientras él recogía las herramientas, los billetes dispersos y los metía de nuevo en la caja fuerte. Era un silencio compartido, íntimo, en el que no se necesitaban palabras.

Cuando terminaron, Dante miró el reloj: pasadas las tres de la mañana. El cansancio le llegó como una ola, pero debajo de eso había algo más, esa energía vibrante que llega después de la tormenta, la certeza de haber ganado.




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