Golpe de suerte

veinte

Dante

La luz gris de la mañana se filtraba por las ventanas manchadas de la comisaría, colándose entre las persianas como un recordatorio de la larga noche que habían tenido. En el escritorio, su informe descansaba abierto, las palabras aún húmedas de la tinta de impresora.

“Allanamiento de morada y arresto en Casstart.”

El título sonaba como cualquier otro caso de rutina, pero lo que esas páginas contenían era todo menos eso.

Dante se masajeó el puente de la nariz y tomó un sorbo de su cuarta taza de café. Tenía los ojos cansados, los dedos manchados de tinta y la mente girando entre lo absurdo y lo heroico. ¿Cómo se describía, en lenguaje policial, el “uso defensivo de un utensilio de cocina”?

Terminó optando por una versión diplomática: “El sujeto fue neutralizado mediante la aplicación de fuerza contundente no letal por parte de la propietaria, utilizando un objeto disponible en el lugar.”

Perfecto y profesional. Ni una mención al rodillo que Cassandra había blandido como una diosa vengadora.

Pero aun así, al recordar la escena —su temple, su precisión, el instante exacto en que el miedo se transformó en fuerza—, una carcajada involuntaria se le escapó.

—¿Algo divertido, Greyson? —La voz grave del Sargento Rojas lo saco de su ensoñación.

Él alzó la vista de inmediato. Su jefe estaba allí, cruzado de brazos, con la expresión amarga de quien está a punto de leer un ultimátum.

—Nada, jefe. Solo… revisando detalles.

Rojas inclinó la cabeza hacia su despacho.

—Mi oficina, ahora. Y trae esa obra de ficción contigo.

Dante recogió el informe, sintiendo su peso multiplicarse por diez, y lo siguió. Las miradas de sus compañeros lo acompañaron todo el trayecto. Ana, desde su escritorio, le levantó un pulgar disimulado en apoyo. Él apenas pudo devolverle una media sonrisa.

Cuando entró, Rojas cerró la puerta con un golpe seco. El sonido resonó como una sentencia. Señaló la silla frente a su escritorio, y obedeció, dejando el informe sobre la pila de papeles.

El sargento no lo tocó. Solo lo observó en silencio. Ese tipo de silencio que hacía sudar incluso a los agentes con décadas de servicio.

—Greyson —empezó finalmente, su tono tan calmado que parecía peligroso—. Repasemos: desobedeciste una orden directa, usaste recursos del departamento como tu tiempo, tu equipo y tus contactos para una investigación personal. Involucraste a una civil en una operación no autorizada. Y, como resultado, el sospechoso principal terminó en el hospital con una contusión severa y, según el parte médico, “una marca circular compatible con el golpe de un objeto cilíndrico de madera dura”.

Dante mantuvo la mirada. Esperó que dijera que lo sancionaba o despedía.

Rojas se inclinó hacia adelante.

—Y, a pesar de todo eso… —pausó, dejando caer las palabras con pesar— lo lograste. Atrapaste al bastardo que llevaba meses robando a los negocios. El tipo confesó esta mañana: tenía una lista. La pastelería de tu chica era su próximo objetivo grande… y, para colmo, resultó que también había robado la joyería.

El aire abandonó los pulmones de Dante en un suspiro lento.

—Entonces…

—¡Eso no lo hace bien! —rugió Rojas, golpeando el escritorio con la palma. Los papeles vibraron, y un brownie olvidado saltó de su plato—. ¡Fue temerario, insubordinado y una completa locura! Si esa chica hubiera salido herida, tu carrera se acababa. ¡Y probablemente la mía también!

Dante asintió, aceptando la reprimenda con la calma de quien sabe que la merece.

—Lo sé, jefe. Pero no lo fue. Ella es… increíble. Y yo no podía dejarlo pasar, no podía fallarle.

Rojas exhaló con cansancio y se dejó caer en su silla, que protestó con su caída. Se pasó una mano por la cara, restregándose los ojos.

—Ese es el problema, Greyson. Cuando te importa alguien, el trabajo se vuelve peligroso. Porque dejas de pensar en protocolos y empiezas a pensar en ellos. Y ahí es cuando se cruzan las líneas. —Lo miró con una seriedad sin filtros—. Y estuviste a punto de hacerlo por ella.

El silencio que siguió fue espeso, pero ya no hostil. Finalmente, el sargento tomó el informe, lo hojeó un poco y bufó.

—Dicho esto… —su tono se suavizó apenas un poco—, tu informe está bien redactado. La investigación es sólida. Y el arresto… bueno, el arresto fue limpio, considerando el instrumento empleado. —Un amago de sonrisa tiró de su bigote—. La próxima vez, avísame. Aunque sea un mensaje rápido: “Jefe, solo para que lo sepa, mi novia va a neutralizar un sospechoso con un rodillo”. ¿Entendido?

Dante sintió el alivio expandirse por dentro, casi risueño.

—Entendido, jefe. Lo prometo.

—Bien. —Rojas tiró el informe en su bandeja de pendientes, lo que en su lenguaje equivalía a un buen trabajo—. Ahora, vete a casa. Tu turno terminó hace horas y tu cara da lástima.

Se puso de pie. Cuando estaba por abrir la puerta, la voz del sargento lo detuvo.

—Greyson.




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