Dante
La amenaza del Sargento Rojas no había sido una exageración. Ahora Dante, oficial de policía de Pinecrest, héroe anónimo según algunos, novio devoto según él mismo, estaba atrapado en lo que solo podía describir como su peor pesadilla navideña: el turno de tráfico del desfile anual de Navidad. Y no cualquier turno. Era el turno. Ese que todos evitaban, y que Rojas terminaba asignando como castigo a cualquiera que lo molestara.
El frío de diciembre cortaba como cuchillo, pero era nada comparado con la mortificación que ardía en sus mejillas bajo la capa de maquillaje rosado que le habían aplicado sus compañeros. Su uniforme habitual había sido reemplazado por un traje de elfo de un verde espantoso, con puños y cuello blancos que le picaban horrores, y un gorro terminado en un cascabel que repiqueteaba con cada movimiento de su cabeza. Sus botas policiales parecían absurdamente serias junto a los pantalones ajustados y curvados en la punta.
Su puesto era el peor de todos: la esquina de la calle principal con la avenida Bell, justo donde las carrozas se detenían para que Santa saludara, convirtiendo la zona en un embotellamiento de niños emocionados, padres estresados y renos de Santa con… necesidades fisiológicas muy específicas.
El teléfono de Dante vibró en el bolsillo de su pantalón verde (que no tenía suficientes bolsillos, por cierto). Con un suspiro que empañó el aire gélido, lo sacó.
Cass: ❤️🔥 ¿Cómo va mi elfo favorito? ¿Ya le has puesto una multa a Santa por exceso de velocidad en su renomóvil? 🎅🚓
Dante: 🆘 Estoy traumatizado. Un niño me preguntó si mi taller estaba en el Polo Norte o en el distrito 12. Otro me dijo que su mamá me encuentra “muy sexy para ser un elfo”. Necesito refuerzos y chocolate caliente. No el de la comisaría, ese sabe asqueroso comparado al que tú preparas.
Cass: 😂😂😂 ¡La mamá tiene buen ojo! ¿Y el sombrero con cascabel? ¿Suena lindo por lo menos?
Dante: Suena como una advertencia de que me acerco. Estoy asustando a los renos. Rojas pasó hace media hora en el coche patrulla. Se me quedó mirando fijo, bajó la ventanilla y dijo: “Pareces un pepino con sueño, Greyson. Mantén el tráfico fluyendo”. Y se fue riendo. Nunca lo había oído reír, fue aterrador.
Cass: ¡JAJAJA! Oh, cariño, lo siento mucho. Pero mira el lado bueno: ¡estás haciendo felices a los niños! (Y a algunas mamis 😉). Yo te prepararé una sorpresa calentita para cuando llegues a casa. ❤️
Dante: Es lo único que me mantiene cuerdo. Dos horas más, reza por mí cariño.
🚓
Las dos horas siguientes fueron una prueba de resistencia. Dirigió el tráfico con una sonrisa rígida de elfo mientras por dentro maldecía a Rojas. El cascabel sonaba con amarga ironía con cada movimiento de su brazo. Finalmente, el desfile terminó, la multitud se dispersó y él pudo arrastrar sus pies de elfo exhaustos hasta su coche, quitándose el gorro con una sensación de liberación.
Al llegar a la puerta de Casstart, ya cerrada a esa hora, el cansancio se le evaporó. Las luces estaban apagadas, pero una cálida luz tenue salía de las rendijas de las persianas. Olía a pino, a galleta de jengibre recién horneada y a rosca navideña.
Abrió la puerta y se quedó paralizado en el umbral.
Cassandra había transformado la pastelería en un refugio navideño íntimo. Las mesas estaban apartadas, y en el centro, sobre una manta a cuadros, había un pequeño árbol de Navidad decorado con guirnaldas de bastones de caramelo y luces cálidas. Almohadas mullidas rodeaban el árbol, y cerca había una bandeja con chocolate caliente humeante y una pila de galletas decoradas.
Pero lo mejor era ella. Cass estaba recostada contra unos cojines, con un suéter navideño de renos que le quedaba adorablemente holgado y medias de lana. Al verlo, con su ridículo traje de elfo aún puesto, su rostro se iluminó con una sonrisa tan brillante como la estrella en la punta del árbol.
—¡Por fin! —exclamó, levantándose—. ¡Mi elfo trabajador ha vuelto a casa!
Caminó hacia él, mirándolo de arriba abajo con una mezcla de ternura y diversión.
—Mmm… déjame ver. Sí, definitivamente. Santa me trajo el elfo más sexy de todo el Polo Norte.
Dante se rió, una risa cansada pero genuina, y la atrajo hacia él, enterrando la cara en su cuello.
—Prométeme que no hay ninguna foto mía de hoy —murmuró contra su piel, que olía a vainilla y canela.
—No puedo prometer eso —canturreó ella, acariciándole el pelo—. Ana me mandó unas cuantas. Las voy a enmarcar y colgar detrás del mostrador. Dantesito, el elfo sexy de la ley.
—Eres cruel —dijo él, aunque no pudo evitar sonreír.
🚓
Se acomodaron sobre la manta, con tazas de chocolate caliente y un plato de galletas entre los dos. Dante, al fin libre del infame traje de elfo —quedándose solo con la ropa térmica que llevaba debajo, para vergüenza suya y diversión absoluta de Cassandra— se envolvió en una manta mullida mientras empezaba a relatarle cada momento ridículo de su día. Ella rió tanto que terminó secándose las lágrimas con el dorso de la mano.
La calma que siguió fue suave, casi tangible. El calor del chocolate, el murmullo lejano de la ciudad apagándose y la luz tenue de la pastelería creaban una burbuja perfecta alrededor de ellos. Dante miró a su alrededor a la tienda convertida en refugio, la mujer frente a él mirándolo como si él fuera lo mejor que había entrado a su vida, y sintió una certeza cálida y poderosa asentarse en su pecho, tan dulce y profunda como el chocolate que compartían.