Golpe tras golpe

Capítulo 1

El sudor caía por su rostro como si su piel fuera un lienzo en blanco, marcada por el esfuerzo, la lucha interna y los recuerdos que nunca parecían desvanecerse. Marco Santoro respiraba con dificultad, su pecho subiendo y bajando al ritmo de los golpes que lanzaba al saco. Cada puño parecía más pesado que el anterior, pero no podía detenerse. La disciplina lo mantenía en movimiento, a pesar del cansancio y el peso de su historia. En el gimnasio, en su santuario de golpeo y sudor, las horas pasaban sin que él se diera cuenta. Era el único lugar donde podía encontrar algo que se pareciera a la paz, aunque esa paz estuviera teñida por la agresividad de su estilo de pelea.

Marco tenía treinta años, pero su rostro, marcado por cicatrices de batallas pasadas, lo hacía parecer más viejo. Los años de peleas callejeras, de enfrentamientos en oscuros callejones y de puños lanzados en la desesperación, lo habían cambiado de formas que no se podían ver a simple vista. Su cuerpo era una máquina bien aceitada, con músculos tensos y definidos, cada fibra de su ser perfectamente entrenada. Pero dentro de él, algo seguía roto. La misma fuerza que usaba para golpear con precisión y furia también estaba guardada en algún rincón de su alma, esperando estallar en cualquier momento.

El gimnasio donde entrenaba era modesto. El sonido del golpeteo de los guantes contra el saco resonaba en las paredes, junto con el ruido metálico de los aparatos y el zumbido del ventilador que no lograba calmar el calor que se acumulaba dentro. Las luces frías y brillantes iluminaban el espacio con una dureza impersonal, igual que su entrenamiento. No había tiempo para distracciones. No había espacio para el arrepentimiento. Cada día, Marco llegaba antes de que el sol tocara el horizonte y se iba solo cuando la última chispa de energía se le agotaba. Cada golpe lanzado al saco era una forma de tratar de apaciguar los ecos del pasado.

El "clink" de la campana que indicaba el final del asalto resonó en su cabeza mientras descansaba unos segundos, apoyado sobre sus rodillas. Cerró los ojos y respiró profundamente, recogiendo los recuerdos de su mentor, Emilio. El hombre que lo había sacado de las calles y lo había dirigido al boxeo profesional. Emilio no era solo un entrenador, era un faro en su vida. Había visto en Marco algo que él mismo no había logrado ver durante años: un camino hacia una nueva vida, una vida que no fuera gobernada por la rabia ni la desesperación.

Recuerdos de aquellos días, cuando apenas era un adolescente, seguían apareciendo con fuerza, como sombras que se deslizaban por las esquinas de su mente. En esos años, la pelea no era un deporte, sino una forma de supervivencia. Las peleas callejeras eran su única forma de enfrentarse a un mundo que nunca le había mostrado compasión. Cada día era una batalla por sobrevivir, una lucha por encontrar un sentido a su vida. Hasta que Emilio lo vio, un joven perdido pero con una furia contenida que podría ser refinada y dirigida. El boxeo se convirtió en su nueva vida, un camino en el que podía canalizar su ira y, al mismo tiempo, encontrar una disciplina que nunca había conocido.

Pero, aunque Marco había logrado escapar de las calles, las sombras de su pasado aún lo perseguían. Las peleas no eran solo recuerdos de su juventud; eran fantasmas que seguían flotando a su alrededor, susurros que no dejaban de rondar su mente. El boxeo lo había salvado, pero también lo había atado a algo de lo que no podía deshacerse completamente. En cada pelea profesional que ganaba, la gloria le sabía a poco. La oscuridad de su pasado seguía siendo una presencia en cada golpe, en cada victoria. El miedo de regresar a esa vida lo mantenía despierto por las noches, temeroso de perder lo que había conseguido.

Mientras se dirigía a la esquina del gimnasio para tomar un trago de agua, el sonido de su celular interrumpió sus pensamientos. Era un mensaje de texto con el nombre de un promotor de peleas que conocía desde hacía años. Marco lo había visto en las gradas de las arenas de boxeo, y siempre había sido un hombre astuto, con una capacidad para detectar talento donde otros solo veían músculo. El mensaje era breve, directo: "¿Estás listo para la pelea de tu vida? Llamame".

Marco frunció el ceño y miró el mensaje una vez más, preguntándose qué podía significar. ¿Era una oportunidad genuina o simplemente otra oferta de un combate que solo lo metería en más problemas? La promesa de un gran contrato estaba allí, como una tentación difícil de ignorar. Pero, al mismo tiempo, sabía que esta pelea significaba mucho más que un simple combate. Era una oportunidad para demostrar, no solo a su oponente, sino a él mismo, que ya no era ese joven perdido en las calles. La sombra de su pasado siempre lo había acompañado, pero tal vez, solo tal vez, esta pelea podría significar su redención.

Al final, la duda no duró mucho. Marco apretó los dientes, una chispa de determinación encendiendo su interior. Respondió al mensaje con solo una palabra: "Sí".

El entrenamiento se intensificó después de esa decisión. Cada movimiento se volvió más preciso, más peligroso. Estaba preparando su cuerpo para la batalla más importante de su vida, pero sabía que el verdadero desafío sería el que libraría dentro de sí mismo. La oportunidad que le ofrecía el promotor era un trampolín, pero el riesgo de caer nuevamente en la oscuridad de su pasado era latente. ¿Sería capaz de mantener el control, o su propio miedo lo traicionaría?

La campana sonó nuevamente, y Marco regresó al saco de boxeo. Cada golpe era más fuerte, más rápido, como si estuviera intentando golpear fuera de su mente esa sombra que nunca se iba. Pero sabía que esa sombra nunca desaparecería completamente. Solo tenía que aprender a vivir con ella.




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