Valeria llegó temprano al estadio donde se celebraría la pelea de Marco. Nunca había asistido a un evento de boxeo, y mucho menos uno de esta magnitud. La adrenalina en el ambiente era palpable: los murmullos de la multitud, los gritos de los apostadores, el sonido seco de los guantes golpeando las bolsas de entrenamiento en los camerinos. Todo era un mundo nuevo para ella, pero estaba dispuesta a sumergirse en él.
Se abrió paso entre la multitud con su pase de prensa, esquivando a periodistas deportivos y fotógrafos que buscaban capturar cada detalle previo al evento. Su corazón latía con fuerza. No sabía si por la emoción del momento o por la sensación de que estaba cruzando un umbral del que no podría regresar.
Antes de dirigirse al área de prensa, se detuvo en el pasillo que conducía a los vestuarios. No podía verlo, pero sabía que Marco estaba ahí dentro, preparándose. ¿Cómo se sentiría? ¿Nervioso? ¿Confiado? ¿O completamente ajeno a la presión del momento? Quería hablar con él, pero sabía que no era el momento.
Decidió observar en silencio.
Desde la puerta entreabierta, alcanzó a ver un poco de lo que sucedía dentro. Marco estaba sentado en una banca, con la cabeza gacha mientras Emilio le vendaba las manos con precisión. Parecían estar en su propio mundo. Emilio murmuraba algo, y Marco asentía sin decir mucho. La tensión entre ellos era evidente.
“Esta es tu oportunidad, muchacho,” escuchó que decía Emilio. “Si ganas hoy, las puertas se te abrirán como nunca antes.”
Marco no respondió de inmediato. Inspiró hondo y dejó que Emilio terminara el vendaje.
“Y si pierdo…” murmuró Marco, casi como si hablara consigo mismo.
Emilio soltó una leve risa. “No vas a perder.”
Hubo un largo silencio. Valeria sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había algo en la voz de Emilio que no le gustaba. No era solo la confianza en Marco… era la certeza de alguien que tenía control sobre el resultado de la pelea.
Decidió alejarse antes de que la descubrieran.
La arena estaba repleta cuando anunciaron la pelea de Marco. Valeria tomó asiento en la zona de prensa, con su grabadora lista, pero su atención no estaba en el reportaje. Estaba en Marco.
El contrincante de Marco era un peleador experimentado, más corpulento que él, con una reputación de noquear a sus oponentes en los primeros asaltos. Pero Marco no se veía intimidado. Se movía con la calma de alguien que sabía lo que hacía.
El sonido de la campana marcó el inicio del primer asalto.
Valeria apenas podía apartar la mirada. Marco era rápido, esquivaba con precisión y sus golpes eran certeros. Pero había algo extraño. Parecía contenerse. No atacaba con la misma intensidad que en los entrenamientos que había visto en videos.
Algo no estaba bien.
El público rugía con cada intercambio de golpes, pero Valeria veía lo que otros no. Marco no estaba peleando para ganar… Estaba aguantando.
“¿Qué demonios está haciendo…?” murmuró para sí misma.
Entonces, en el segundo asalto, sucedió lo impensado.
Marco bajó la guardia apenas un segundo, lo suficiente para recibir un golpe directo en la mandíbula que lo hizo tambalearse. El público estalló en gritos. Su oponente aprovechó la oportunidad y lanzó una serie de golpes más. Marco cayó contra las cuerdas, tratando de recomponerse.
Valeria sintió que algo dentro de ella se tensaba. ¿Estaba fingiendo? ¿Le habían dicho que perdiera la pelea?
Javier lo había mencionado: Emilio tenía conexiones con las apuestas ilegales. Si Marco estaba involucrado en eso, significaba que alguien había decidido que esta noche él debía perder.
La idea le revolvió el estómago.
Pero entonces, Marco hizo algo inesperado.
En el tercer asalto, cuando todos esperaban que cayera, él se levantó con una velocidad que tomó por sorpresa a su oponente. Sus movimientos cambiaron por completo. Atacó con una agresividad que no había mostrado antes, con una furia contenida que explotó en cada golpe.
Su rival retrocedió, confundido. Marco no se estaba dejando ganar. Estaba luchando de verdad.
El estadio rugió.
Y entonces, con un último gancho fulminante, Marco noqueó a su oponente.
El árbitro corrió a separarlos, mientras el cuerpo del otro peleador caía al suelo, inconsciente.
Silencio.
Luego, un estallido de vítores.
Marco Santoro acababa de ganar una pelea que no debía ganar.
Valeria no pudo quedarse a la rueda de prensa. Sabía que esto iba a traer consecuencias. Sabía que Emilio no iba a estar contento.
Se dirigió hacia los camerinos, moviéndose entre la multitud. Necesitaba respuestas, y esta vez, no pensaba marcharse sin obtenerlas.
Cuando llegó al vestuario de Marco, lo encontró sentado en la banca, con los nudillos ensangrentados y la cabeza baja. Su expresión era una mezcla de alivio y preocupación.
“Ganaste,” dijo Valeria, cruzando los brazos.