Golpe tras golpe

Capítulo 11

El rugido de la moto de Marco rompía la quietud de la noche mientras se deslizaba entre las calles desiertas de la ciudad. El mensaje de Emilio seguía resonando en su cabeza: "Tenemos que hablar. Ahora." No había detalles, no había explicaciones. Solo urgencia. Y cuando Emilio se ponía así, era porque algo estaba por estallar.

El punto de encuentro estaba a las afueras, en una vieja bodega abandonada. Marco redujo la velocidad al acercarse, observando con precaución los alrededores. No era la primera vez que Emilio lo citaba en un sitio así, pero algo en el ambiente lo ponía en alerta.

Apagó el motor, bajó de la moto y caminó hacia la entrada, donde la puerta metálica estaba entreabierta. Empujó con cautela y el rechinido del metal oxidado resonó en el vacío. Dentro, la bodega estaba sumida en penumbra, con solo unas pocas luces amarillas parpadeando en el techo.

—Llegaste rápido.

La voz de Emilio se escuchó desde una de las esquinas. Marco giró y lo encontró de pie, con el rostro serio y los brazos cruzados. A su lado, dos hombres a los que Marco no reconocía lo observaban con expresión inescrutable.

—No me diste muchas opciones —respondió Marco con calma, pero sin relajar la postura.

Emilio se acercó unos pasos. A diferencia de las veces anteriores, su semblante no tenía esa familiaridad cálida que lo había acompañado durante años. Esta vez, había algo frío en su mirada.

—Necesito que me digas la verdad —dijo Emilio, directo al punto.

Marco frunció el ceño.

—¿De qué estás hablando?

Emilio respiró hondo, como si estuviera decidiendo sus palabras con cuidado.

—Escuché cosas. Cosas que no me gustaron.

Marco sintió cómo la tensión se acumulaba en su pecho.

—¿Quién te dijo qué?

Uno de los hombres a su lado sacó un sobre y se lo entregó a Emilio, quien lo abrió y dejó caer sobre una mesa varias fotografías. Marco se acercó y su sangre se heló.

En las imágenes se veía a Valeria. Caminando, entrando y saliendo de diferentes lugares, hablando con personas que Marco no conocía. En algunas, incluso, estaba con él.

—¿Qué es esto? —preguntó Marco, aunque ya intuía la respuesta.

—Tu amiguita periodista no ha estado investigando cualquier cosa. Está husmeando en terrenos peligrosos —respondió Emilio con voz firme—. Y te tiene demasiado cerca.

Marco sintió un peso en el estómago.

—Valeria no sabe nada.

—¿Estás seguro? Porque la gente con la que ha hablado no parece pensar lo mismo.

Marco pasó una mano por su rostro. Si Valeria estaba investigando demasiado, si se acercaba a información que no debía… Las consecuencias podían ser desastrosas.

—Voy a manejarlo —dijo Marco, tratando de sonar convincente.

Emilio lo observó con dureza.

—Más te vale, porque si no lo haces tú, lo harán otros.

Marco sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía exactamente lo que eso significaba.

—Dame tiempo.

Emilio sostuvo su mirada un momento antes de asentir lentamente.

—No tienes mucho.

Marco tomó una de las fotos y la guardó en su chaqueta antes de dar media vuelta y salir de la bodega. Su mente iba a mil por hora.

No podía permitir que le hicieran daño a Valeria.

Pero tampoco podía arriesgarse a perderlo todo por protegerla.

Subió a su moto, encendió el motor y aceleró, perdiéndose en la oscuridad de la carretera.

Más tarde

Valeria estaba en su departamento, rodeada de papeles, anotaciones y su computadora abierta con múltiples archivos. La información que había conseguido hasta ahora empezaba a armar un rompecabezas que tenía a Marco en el centro.

No podía negar lo obvio: él estaba involucrado en algo más grande de lo que decía.

Un golpe en la puerta la hizo sobresaltarse. Se puso de pie de inmediato, su corazón latiendo con fuerza.

—¿Quién es?

—Soy yo.

La voz de Marco al otro lado de la puerta la hizo dudar por un segundo antes de abrir.

Su expresión era tensa, sus ojos oscuros, llenos de algo que no supo identificar de inmediato.

—¿Pasa algo?

Marco entró sin esperar invitación y cerró la puerta tras él.

—Tenemos que hablar.

Valeria cruzó los brazos.

—Eso suena grave.

—Lo es.

Se miraron en silencio, el aire cargado de tensión.

—¿Qué tan profundo has llegado con tu investigación, Valeria?

Ella no respondió de inmediato.

—Lo suficiente como para saber que no me has dicho toda la verdad.

Marco apretó la mandíbula.




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