El eco de la conversación con Marco aún resonaba en la cabeza de Valeria. Después de que él se marchó, se quedó de pie junto a la puerta durante varios minutos, como si esperara que regresara, como si pudiera encontrar respuestas en el aire que aún olía a su colonia.
Sabía que estaba en peligro.
Sabía que Marco estaba ocultándole cosas.
Y, lo peor de todo, sabía que una parte de ella no quería alejarse de él, a pesar de las advertencias, a pesar del miedo.
Suspiró, pasó una mano por su cabello y regresó a la mesa donde tenía toda la información esparcida. Fotografías, notas, nombres subrayados, flechas conectando puntos en un intento de darle sentido a todo.
Un nombre se repetía más de una vez: "Emilio Herrera."
Había oído de él antes. Sabía que no era alguien con quien se jugara. Y ahora, todo indicaba que él estaba involucrado en lo que fuera que Marco intentaba ocultar.
Antes de poder pensar demasiado, su teléfono vibró.
Un mensaje.
"Deja de buscar. No habrá otra advertencia."
El pulso le dio un vuelco.
Miró la pantalla, su mente trabajando rápido. El número era desconocido, sin foto de perfil.
Se levantó de golpe y corrió a la ventana. Su departamento estaba en un segundo piso, con vista a la calle. Nada parecía fuera de lugar. Ningún auto sospechoso. Ningún movimiento extraño.
Pero eso no significaba que no la estuvieran observando.
Inspiró hondo, tratando de calmarse. Tenía que ser racional. Tenía que pensar con la cabeza fría.
Entonces tomó una decisión.
Iba a enfrentar a Marco.
Horas después
El gimnasio estaba casi vacío a esa hora de la noche. Solo se escuchaban los golpes secos contra el saco de boxeo y el sonido de la respiración controlada de Marco mientras entrenaba.
Izquierda. Derecha. Gancho. Paso atrás.
El sudor resbalaba por su espalda mientras su mente seguía enredada en lo que había pasado con Valeria. La advertencia de Emilio aún pesaba sobre él, como una sentencia esperando a cumplirse.
No tenía salida.
No podía protegerla sin arriesgarse.
No podía alejarla sin destrozarla.
Y entonces, la voz que menos esperaba escuchar lo sacó de su concentración.
—Necesitamos hablar.
Marco se giró de inmediato, encontrándose con Valeria de pie en la entrada del gimnasio.
Vestía unos jeans ajustados y una chaqueta de cuero, el cabello suelto en ondas desordenadas. Pero lo que más llamaba la atención era su mirada: determinada, desafiante.
Marco dejó caer los guantes y tomó una toalla, pasándola por su rostro mientras caminaba hacia ella.
—No deberías estar aquí.
—Tampoco debería estar recibiendo amenazas anónimas.
Marco se detuvo.
—¿Qué?
Valeria sacó su teléfono y le mostró el mensaje.
—No sé quién me lo envió, pero sí sé por qué lo hicieron. Y creo que tú también lo sabes.
El estómago de Marco se tensó.
—Valeria…
—No —lo interrumpió ella—. No más mentiras. No más advertencias vacías. O me dices la verdad ahora, o la encontraré por mi cuenta.
Marco miró alrededor. No había nadie lo suficientemente cerca como para escuchar.
Apretó la mandíbula.
—Ven conmigo.
Sin esperar respuesta, la tomó del brazo y la llevó hacia la parte trasera del gimnasio, donde había un pequeño cuarto de almacenamiento que rara vez se usaba.
Cerró la puerta tras ellos y apoyó la espalda contra la pared, cruzando los brazos.
—Escucha, Valeria. Hay cosas que no puedes saber.
—Eso no es una respuesta.
Marco exhaló con frustración.
—No te das cuenta del peligro en el que estás metiéndote.
—¿Y tú sí? Porque, hasta donde veo, tú también estás en esto.
Marco la observó en silencio.
Ella tenía razón.
Y quizás, después de todo, era hora de decirle la verdad.
Mientras tanto
En un edificio de oficinas con vista al río, Emilio se recargó en su escritorio, observando con indiferencia la pantalla de su teléfono.
El mensaje había sido enviado.
Y si Valeria no entendía la advertencia, la próxima vez no serían solo palabras.
Uno de sus hombres entró en la oficina sin tocar.
—Se están moviendo.
Emilio alzó una ceja.