El rugido del motor rompió el silencio de la noche.
Marco aceleró la moto, sintiendo el cuerpo de Valeria aferrarse a su espalda mientras se lanzaban a toda velocidad por las calles vacías.
Detrás de ellos, dos autos negros los seguían de cerca.
—¡Nos están alcanzando! —gritó Valeria sobre el estruendo del viento.
Marco apretó los dientes y torció el manubrio, esquivando un semáforo en rojo sin reducir la velocidad.
Sabía que no podía ir directamente a su departamento.
Sabía que Emilio no se detendría hasta atraparlos.
Tenía que pensar rápido.
Los autos detrás aceleraron, cerrándoles el paso en una intersección. Marco giró bruscamente y tomó una calle lateral. Las ruedas de la moto derraparon por un segundo antes de recuperar el control.
Valeria se aferró más fuerte.
—¿Tienes un plan o estamos improvisando?
—Ambas cosas.
Un tercer auto apareció más adelante.
Estaban rodeados.
Marco maldijo en voz baja. No podía pelear en estas condiciones.
No podía permitirse fallar.
Entonces vio la única salida posible.
El puente.
—Sujétate fuerte.
Valeria no preguntó. Simplemente lo hizo.
Marco aceleró al máximo y se lanzó hacia el puente en construcción. Las luces de los autos enemigos iluminaron el camino detrás de ellos, pero Marco ya tenía una ventaja.
Si lograba cruzar…
Si lograba saltar la separación…
Los neumáticos vibraron contra el pavimento incompleto.
El espacio entre los dos extremos del puente era pequeño, pero lo suficiente para hacer que Valeria contuviera el aliento.
—¡No vamos a lograrlo!
—Sí, lo haremos.
Y entonces saltaron.
Por un instante, el mundo pareció detenerse.
La moto voló en el aire.
Las luces de la ciudad brillaron debajo.
El vacío los abrazó.
Y luego, el impacto.
La rueda delantera tocó el otro extremo del puente y Marco luchó por mantener el equilibrio.
La moto tambaleó, pero no se detuvo.
Los autos detrás de ellos frenaron de golpe, sin atreverse a seguirlos.
Habían escapado… por ahora.
En otro lugar
Emilio observó la escena desde la distancia, con los ojos afilados y la mandíbula tensa.
A su lado, uno de sus hombres habló con cautela.
—¿Qué hacemos ahora?
Emilio no respondió de inmediato.
Luego, una sonrisa lenta se dibujó en su rostro.
—Los dejamos correr.
El hombre frunció el ceño.
—¿No los seguimos?
Emilio encendió un cigarro y exhaló con calma.
—No.
Tomó su teléfono y marcó un número.
Cuando la voz al otro lado respondió, dijo solo tres palabras:
—Ya los tenemos.
Y colgó.
En un refugio desconocido
Marco y Valeria se detuvieron en un callejón oscuro.
Ambos respiraban agitadamente.
Valeria se bajó de la moto con las piernas temblorosas.
—Eso… fue… una locura.
Marco se quitó el casco y pasó una mano por su cabello húmedo de sudor.
—Era eso o morir.
Valeria lo miró con los ojos encendidos.
—¡Exactamente! ¿Y ahora qué? ¿A dónde vamos?
Marco revisó el callejón con la mirada.
No podían volver a su departamento.
No podían quedarse en la ciudad.
—Conozco a alguien que puede ayudarnos.
Valeria cruzó los brazos.
—No me gusta cómo suena eso.
Marco sonrió de lado.
—A mí tampoco, pero es nuestra única opción.
Mientras tanto…
Emilio apagó su cigarro y caminó hacia la ventana de su oficina.
El río brillaba bajo la luna.
Todo estaba saliendo según lo planeado.
Porque, al final, no importaba cuánto corrieran.
Él siempre los encontraría.