La oscuridad de la madrugada envolvía la ciudad con un manto pesado, casi asfixiante, mientras Marco y Valeria se adentraban en las calles desiertas. A pesar de la aparente calma, una tensión palpable flotaba en el aire, como si las sombras mismas estuvieran al acecho. El rostro de Marco reflejaba una mezcla de determinación y agotamiento, como si cada paso lo acercara más a un abismo del cual ya no podía regresar. Valeria lo observaba en silencio, consciente de que algo en él había cambiado desde la noche en la que se conocieron. Ya no era el mismo hombre, y ella tampoco lo era. Ambos estaban atrapados en una red de secretos, de traiciones y de promesas rotas. Pero no podían detenerse ahora.
—Marco, necesitamos hablar —dijo Valeria, su voz suave, pero firme. No podía seguir adelante sin entender del todo en qué se estaba metiendo. Tenía que saber lo que realmente estaba en juego.
Marco desvió la mirada, como si no quisiera enfrentarla. Se detuvo frente a un edificio de ladrillos gastados, que parecía más una fortaleza que un refugio. La puerta estaba cerrada, pero él tenía la llave. Sin decir una palabra más, la abrió y la invitó a entrar. Valeria dudó un momento, pero al final cruzó el umbral sin decir nada más. La habitación que los recibió era austera, apenas iluminada por una lámpara de mesa que parpadeaba en la esquina. Todo en el lugar estaba diseñado para ser funcional, no acogedor. Las paredes eran de un gris sucio, las ventanas estaban cubiertas por persianas de metal. No había ningún indicio de calidez, de hogar. Solo un espacio vacío, frío, como si el alma del lugar hubiera sido arrastrada a lo más profundo de la oscuridad.
Marco se sentó en una silla de metal frente a la mesa, y Valeria, a su lado, se dejó caer en el sillón de cuero envejecido que se encontraba a poca distancia. La tensión entre ellos era tan densa que podía cortarse con un cuchillo. Había muchas preguntas flotando en el aire, pero ninguna de las dos partes parecía dispuesta a romper el silencio.
Finalmente, fue Valeria quien habló.
—Tú sabes algo más, Marco. No puedes ocultarlo. No puedes seguir escondiéndote detrás de esa fachada que has construido. Lo que sea que Emilio y los demás están planeando, ya no es solo un juego. Es una guerra, y tú estás en el centro de todo. —Su voz temblaba, pero no de miedo, sino de frustración. Sabía que estaba tocando un tema delicado, pero no podía dar un paso atrás.
Marco levantó la mirada, y por un momento, sus ojos se encontraron con los de Valeria. Había algo en su mirada que la hizo retroceder mentalmente. No era solo el peso del pasado lo que lo tenía atrapado; era la sombra del presente, la sensación de estar atado a algo que ya no podía controlar.
—Es más complicado de lo que piensas —dijo Marco, su voz grave y baja, como si cada palabra le costara un esfuerzo—. Estar aquí, con esta gente… No es lo que esperaba. Cuando Emilio me metió en esto, no tenía idea de lo que realmente implicaba. Lo único que quería era salir de las calles, dejar atrás el caos. Pensé que el boxeo sería mi salida. Pero ahora… todo lo que tengo es un precio. Y no soy el único que está atrapado. Todos estamos involucrados, Valeria. Todos.
Valeria frunció el ceño. Podía escuchar la angustia en la voz de Marco, pero también detectó algo más: una sensación de resignación, de aceptación. Era como si ya no luchara por salir, como si se hubiera rendido ante la inevitabilidad del destino. Pero ella no podía, no debía rendirse.
—No puedes seguir con esta mentalidad, Marco. No puedes seguir aceptando lo que otros te imponen. Lo que has hecho hasta ahora tiene consecuencias, lo sé. Pero también tienes una oportunidad de cambiar las cosas. De hacer lo correcto. —La mirada de Valeria se endureció, decidida. El mismo fuego que había visto en sus ojos la primera vez que se conocieron se encendió de nuevo. No podía dejar que él se desmoronara.
Un pesado silencio siguió a sus palabras. Marco se reclinó en su silla, su rostro sombrío, mientras miraba fijamente el suelo. La lucha interna que libraba se reflejaba claramente en sus ojos, pero no decía nada. Valeria sabía que estaba esperando el momento adecuado para revelar lo que realmente pensaba. Sabía que, por más que quisiera, Marco no iba a abrirse hasta que no estuviera listo. Pero el tiempo se estaba agotando. La red que había estado tejiendo alrededor de ellos comenzaba a cerrarse, y el peligro ya no era algo abstracto. Estaba allí, al alcance de la mano, acechando en cada rincón, esperando a que cometieran un error.
De repente, la puerta se abrió de golpe, rompiendo el silencio pesado que los envolvía. Ambos se levantaron al instante, alertas, pero la figura que entró era inesperada: un hombre alto, de porte elegante, con un aire de poder que no pasaba desapercibido. Su presencia llenaba la habitación como si fuera dueño de todo lo que tocaba.
—Marco, Valeria —saludó el hombre con una voz profunda y controlada, pero con una calidez inquietante. Su mirada se fijó en ambos con una intensidad que no dejaba espacio para la duda—. Estaba esperando que llegaran.
Valeria sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. El hombre tenía algo en su mirada que la inquietaba, una seguridad que bordeaba la arrogancia. Marco, por otro lado, se mantenía tenso, como si lo conociera bien, como si ya hubiera cruzado caminos con él en el pasado.
—¿Quién eres? —preguntó Valeria, su tono desafiante, pero aún así cauteloso.
El hombre sonrió de manera enigmática.