Golpe tras golpe

Epílogo

La ciudad, envuelta en su habitual niebla, despertaba una vez más ante la rutina de la vida diaria. Las luces de las calles parpadeaban mientras la gente se deslizaba por las aceras como sombras, ajena a lo que realmente había sucedido en las entrañas de la organización, ajena a los hombres y mujeres que habían sido piezas en un tablero cuyo tablero ya no existía. Las historias de poder, traición y venganza se desvanecían lentamente, cubiertas por la capa espesa de la indiferencia.

Pero no para Marco. A él nunca se le iría la sensación de que algo había quedado atrás, algo que nunca podría recuperar. Después de la caída de Emilio, tras haber alcanzado la cima del poder, las preguntas no dejaban de martillar en su cabeza, esas mismas preguntas que lo habían acompañado desde sus primeros pasos en la organización: ¿Por qué? ¿Para qué? La victoria le había dejado un vacío que no sabía cómo llenar. La guerra había terminado, pero no había paz en su alma.

La puerta de su oficina se cerró con el leve golpe de una brisa que entraba desde la ventana abierta. Marco se giró, el rostro cansado y marcado por los días de batalla que ya parecían haberse vuelto una vida entera. Valeria estaba allí, como siempre, pero esta vez algo en su mirada le decía que no había vuelta atrás. Habían recorrido un largo camino juntos, cruzando límites y enfrentándose a su propia humanidad, pero todo había cambiado.

Ella estaba diferente, o tal vez él era el que había cambiado. La chispa en sus ojos, que alguna vez había sido fuego y determinación, ahora brillaba con una fría serenidad, como si el tiempo que habían pasado juntos no hubiera sido suficiente para borrar lo que ya estaba marcado en sus corazones. Y aunque las palabras que se entrelazaban en sus mentes ya no eran las mismas, él sabía que el momento que temía, el que había estado evitando, había llegado.

—Marco, necesitamos hablar —dijo Valeria, y su voz sonaba más distante que nunca. No era la misma voz que había compartido tantas conversaciones en medio del caos, ni la que había estado a su lado durante las batallas más difíciles. Ahora, su tono reflejaba una determinación que la hacía más fuerte, pero al mismo tiempo más distante.

El silencio llenó la habitación por unos segundos. Marco no dijo nada, no podía decir nada. Sabía lo que venía, pero se negaba a aceptarlo. Las piezas de su vida, de su mundo, se movían demasiado rápido para seguirlas. La mujer que había sido su compañera en todo esto, la que había entendido sus miedos y su lucha, ya no estaba allí.

Valeria dio un paso hacia él, su figura erguida, pero su expresión era difícil de leer. Marco sentía que cada segundo que pasaba era un último suspiro, un último respiro de una era que ya se desvanecía.

—Esto ya no funciona, Marco. —Las palabras fueron suaves, pero implacables. Se clavaron en su corazón con una precisión que no esperaba. Durante todo este tiempo, había estado luchando contra su propia naturaleza, contra lo que había dejado que se convirtiera en su vida. Había logrado sobrevivir, sí. Había logrado vencer, también. Pero la guerra, la vida que había llevado, lo había desgastado, y Valeria lo sabía.

Marco no respondió. Miró a sus ojos, buscando algo que ya no estaba allí. La verdad era que ya lo sabía, pero no quería escucharla. La guerra había sido su refugio, el campo de batalla su zona de confort. ¿Qué sería de él ahora, si ya no tenía a Valeria a su lado?

—He estado pensando en esto mucho —continuó ella, sin apartar la mirada. Sus palabras eran medidas, calculadas, pero su voz temblaba ligeramente, como si fuera la última vez que pronunciaba aquellas palabras—. Yo… yo no soy la persona que era cuando empezamos. Tú tampoco lo eres. El poder que hemos buscado, las vidas que hemos destruido, no nos han dejado nada.

Marco trató de hablar, pero su garganta se cerró. Estaba perdido, atrapado en la maraña de sus propios pensamientos. Ya no sabía qué era lo que quería, si lo que había alcanzado lo satisfacía o si aún podía encontrar un camino diferente. Todo lo que había conocido, todo lo que había creído conocer, ahora parecía una ilusión. Pero había algo más importante en ese momento, algo que nunca había querido enfrentar: Valeria. La mujer que lo había acompañado en todo esto, la que había compartido su alma con él, se estaba alejando.

—¿Vas a dejarme? —preguntó, por fin, con voz quebrada.

Ella asintió lentamente, su rostro serio, pero lleno de una tristeza profunda. Los recuerdos de todas sus batallas, de todos los momentos compartidos, parecían desmoronarse a su alrededor, como castillos de arena barridos por el viento.

—Sí, Marco. Ya no puedo más. Este mundo… este mundo en el que estamos no es el que quiero. El poder, la venganza, todo esto nos consume. Y yo… yo ya no puedo seguir siendo parte de esta locura.

Las palabras salieron de sus labios con una calma que Marco no esperaba. Parecía que Valeria ya había tomado su decisión, que su mente ya estaba hecha. Pero eso no cambiaba el dolor que sentía en su pecho, como si el mismo aire hubiera dejado de circular en su interior.

—¿Dónde irás? —preguntó él, su voz apenas un susurro. No quería saber la respuesta, pero sabía que debía preguntar.

Valeria no lo miró de inmediato. Tomó una respiración profunda, como si buscara las palabras correctas en el abismo que se había formado entre ellos.

—No lo sé —respondió, finalmente, con la voz temblorosa. Sus ojos brillaban con lágrimas que había intentado contener, pero que ahora parecían escapar sin control. —Solo sé que necesito irme. No puedo quedarme aquí y seguir viviendo esta mentira. No puedo seguir siendo parte de un mundo que no entiendo.




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