Una noche

Esa noche, sólo fueron dos golpes.

El reloj que se encontraba en el pequeño velador junto a la cama, marcaba las dos y quince de la mañana. La impenetrable oscuridad cubría cada centímetro de la habitación haciéndole compañía al lúgubre silencio de la madrugada cuando dos ligeros golpes perturbaron el sueño de aquella joven que se encontraba descansando plácidamente.

Ella abrió lentamente los ojos y cubrió su cuerpo con la manta al sentir un extraño frío que llegaba a paralizar su cuerpo.

Nuevamente, dos golpes.

Abrió los ojos de golpe, manteniendo la mirada fija a la pared junto a su cama. Cerró sus ojos inmediatamente y con su cuerpo temblando, empezando a ser presa del pánico, volteó hacia la ventana que estaba a sus espaldas. Pero sólo estaban las persianas cerradas.

Se levantó tratando de no hacer demasiado ruido y caminó lentamente hacia la puerta de su habitación y giró el picaporte, salió de su habitación y caminó lo más rápido que pudo por el pasillo hasta la habitación de su madre.

—Mamá...—musitó levemente mientras se acercaba a su cama—. Hay un ruido en la ventana.

Aquella mujer hizo un gesto de molestia ante aquella descabellada idea de despertarla por un simple ruido pero en su instinto de madre sólo se levantó de la cama y fue hasta la habitación de su hija, y sin encender la luz, se acercó y tomó el bucle de la persiana y empezó a abrirla lentamente mostrando las luminarias de las calles cercanas que eran posibles observar desde el segundo piso.

—No hay nada, debe ser tu imaginación... Sólo vuelve a dormir—sentenció la madre, antes de abandonar la habitación.

Aquella joven volvió a su cama, dejando la puerta completamente abierta, dándole la espalda a la ventana e intentando conciliar el sueño. Cubrió su cuerpo con la manta, haciéndose bolita bajo esta.

Cuando por fin logró dormir, escuchó dos golpes