La batería de su móvil se había agotado, así que los sonidos se escuchaban algo distorsionados o ajenos a su entorno pero logró distinguir perfectamente pasos en su habitación, simplemente los ignoró.
Más que sueño, la flojera la había mantenido hasta casi medio día en la cama. Quitarse los auriculares le dio la sensación de estar perdida. Sus oídos empezaban a acostumbrarse al ruido cotidiano pero extrañamente la casa estaba en silencio, parecía no haber señal de su madre ni de su hermana pero decidió ignorar aquello y simplemente puso a cargar su móvil y se metió al baño, dándose una ducha rápida por el frío.
Estaba tan concentrada en aquella tarea que hizo que empezar a crecer una extraña incomodidad en el baño.
Sin pensarlo, abrió la cortina de golpe cómo si esperara ver a alguien pero sólo estaba ella. Tomó su toalla salió inmediatamente a su habitación, buscó su ropa en su armario y la tiró a la cama mientras buscaba alguna combinación nueva.
Fueron tres fuertes golpes.
Volteó inmediatamente hacia el espejo, encontrándose con absolutamente nada, sólo había sido un ruido más pero a pesar de eso, se vistió lo más pronto que pudo mientras sus manos tiritaban del frío.
Sólo un golpe.
Necesitaba aclarar sus ideas pero, sobre todo necesitaba tranquilizarse, seguramente sabía que se estaba volviendo paranoica con todo ese asunto así que sólo se fue hasta la casa de uno de sus amigos, decidida a contarle aquello que le estaba sucediendo pero su móvil empezó a sonar, era su hermana.
— ¿Podrías bajar a ayudarnos?—dijo su hermana con algo de molestia—. Estas bolsas pesan.
—¿De qué estás hablando?—preguntó con ingenuidad empezando a ser presa del pánico—. No estoy en casa.
— ¡Déjate de bromas!—bufó su hermana—. Deja de saludarme cómo idiota y baja.
Al escuchar aquello su cuerpo se quedó completamente inmóvil y un extraño frío recorrió su espina dorsal, sus manos empezaron a tiritar del frío. Sin pensarlo sus pies empezaron a caminar en dirección a la casa, sólo dejó escuchar una risita nerviosa y una voz casi al borde de las lágrimas.
—T-te juro que no estoy en casa... D-dime algo, ¿Aún sigo en la ventana?
—Sí—su hermana guardó silencio tratando de asimilar lo que estaba escuchando y viendo—. Aún estás ahí, viéndome.