Good Morning Mr. Cillian

15.

Quetzal Sallow

 

 

     Es tan curioso como todo puede cambiar de un día para otro.   Muchas veces las personas piensan   ¿Cambia de humor, como cambiar de calzones?  no es así.   Aun queda mucho camino por recorrer en este mundo.    No puede quedarse estancada en un solo lugar o, lamiendo sus heridas a lo largo de su existencia.

     Puede que ya no sea la chica de hace unas semanas, puede ser que, su forma de pensar haya cambiado por lo menos un poco.   

    O al menos eso era lo que pensaba Quetzal, en el mismo momento en el cual, llevaba a su boca una gran cucharada de nieve de chocolate con chispas de este.    Había salido a comprar un bote grande para ella y He-man, el pequeño hombre que ahora, estaba con ella.

     Tanto He-man como Quetzal, ambos se encontraban en la parte trasera del patio de su casa.    Mientras ella analizaba el cielo azul He-man, analizaba el pasto, uno a uno.   Como si quisiera tirarse sobre este y rodar una y mil veces.

     _Mira esto, mira esto

     He-man hablo entusiasmado y ella clavo su mirada en él.    Quien sostenía entre sus dedos una mariquita.

     __Es hermosa.

     _Lo es.

     De un momento a otro, la pequeña distancia que había entre ambos se acorta, cuando He-man, enrolla sus pequeños brazos alrededor de la cintura de ella.

     _Pero así como es de hermosa, también es..... destructible.

     Aplastando a la mariquita entre sus dedos, dejando a Quetzal con los ojos bien abiertos y paralizada en su sitio.    La forma en la cual He-man había pronunciado las palabras le hicieron sentir un nudo en el estomago.     

     Inconscientemente, lo abrazo mas fuerte, dando pequeños masajes circulares en la espalda de este.

     _Estoy tan contento, aquí, en este lugar, contigo.

     Susurro pegado a ella, con los ojos cerrados fuertemente y, sus pequeñas manos hechas puños.

     Quetzal se obligo a tomar respiraciones lentas y profundas, antes de hablar.

     __¿Cuanto daño te han hecho?    ¿Por cuanto tiempo lo sufriste?

     Había tantas preguntas que no sabía como contestarse ella misma.   Ni una sola.   Solo tenia el recuerdo de la forma en la cual salió por ese callejón.

     Ahora, ese niño, sucio y lleno de piojos se había convertido en un niño hermoso.   Su piel blanca, su cabello castaño y sus ojos color marrón claro se miraban a la perfección.

     Se obligo así misma a pensar en otra cosa.    Se adentraron a la casa y se fueron directo a la cocina.    Todavía no daban las doce de la tarde y, ya sentía que todo quedaba pausado.

     Ambos se sentaron sobre sus sillas quedando uno frente al otro.    Ambos se miraban a los ojos, ambos tenían sus ojos llenos de agua no derramada y su rostro lleno de dolor.   Ambos, desviaron la vista.

     __Tienes la mirada de un adulto encerrado dentro de ese cuerpo pequeño.

     _Me lo han dicho muchas veces.

     Susurro un par de veces.

     __Me di cuenta desde el primer momento en el cual, nuestras miradas se cruzaron por completo.

     Le sonrío con las comisuras de sus labios llenas de helado.

     Dejo salir un suspiro dramático para seguir comiendo el helado.    A pesar de la hora, ninguno de los dos tenia hambre. 

 

      La mayor parte de la tarde la pasaron jugando  al gato encerrad y al basta.   A pesar de que él no conocía ni un solo juego, Quetzal no batallo mucho en explicarle cada uno de ellos. 

      Estaban por terminar la ronda número ocho, cuando unos cuantos toques en la puerta de la entrada principal sonaron muy fuerte.    Ambos se quedaron paralizados un momento para luego, empezar a reír por lo bajo.

     Ambos se pusieron de pie y avanzaron hacia la puerta.

     Al abrir, lo primero que les dio la bienvenida fue el gran ramo de flores blancas y rosas, mas de cincuenta peonías estaban frente a ambos.    

     Por un lado Quetzal sentía una alegría enorme, pero al recordar de quien podría tratarse la persona que pudiera haber enviado esas flores, su rostro adquirió un leve toque de escepticismo y crueldad.

     __Casa equivocada.

     Cerro la puerta dando un gran portazo, dejando con los ojos bien abiertos de la persona al otro lado de la puerta.   La cual trago saliva un par de veces y toco la puerta nuevamente con su puño.

     Quetzal abrió de inmediato.

     __Mire, señor.   Se equivoco de casa.

     _¿Señorita, Quetzal Sallow?

     Dijo con voz calmada y leyendo un pequeño trozo de hoja blanca con algunos garabatos en ella.

     Quetzal trago saliva varias veces y, con la mirada busco por todas partes.   No había nada extraño.

     __Sí.   Soy Quetzal Sallow.   ¿Quién es usted?

     _El repartidor.

     Le entrego el ramo de flores, el cual, desprendía un aroma maravilloso, fresco, a vainilla y, a ¿lluvia?   Para luego, entregarle un caja de regalo.

     __¿Quién lo envía?

     _Debe de leer la tarjeta.

     Quetzal no pudo preguntar absolutamente nada mas, debido a que, se dio la vuelta de inmediato.    Alejándose de ella lo más rápido posible.

 

     Al sacar la tarjeta del ramo de flores, su mano adquirió un ligero temblor pero al abrirlo y leer su contenido, su ceño se frunció y trago saliva.   Para luego, arrugar la tarjeta entre sus manos y arrojarla a la basura. 

    

     Abrió la caja de regalo y este tenia unas fresas bañadas de chocolate blanco con unas ligeras decoraciones doradas.   Se miraban deliciosas.   Tanto que, no pudo evitar llevar una de ellas a su boca y comerla.    Su sabor era tan dulce y, estaba tan jugosa que, un hilillo brotó de su boca, el cual, descendió por la barbilla, siguiendo el camino hacia sus pechos.




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