18 de julio
Emilia apretó la mano del director Fernández cuando recibió su diploma, sonrió para la foto y siguió su camino, estrechando las manos del resto de miembros de la mesa directiva. Escuchó los gritos de sus amigas y su padre al bajar la plataforma, alzó la vista sin poder contener su conocida corta sonrisa, haciendo que un pequeño hoyuelo apareciera en su comisura izquierda. Emocionada y avergonzada, olvidó alzar la falda de su toga; lamentó una vez más su altura cuando cayó al suelo de rodillas. Las risas estallaron en el auditorio y ella no pudo evitar sonrojarse un poco, pero, como siempre, ni siquiera ese gran bochorno hizo mella en su suave gesto.
Se levantó de inmediato y, mientras bajaba las escaleras, miró al asiento donde él estaba; su sonrisa hizo que sus mejillas se tiñeran más coloradas, sentía que la cara le ardía. Tobías era el único que lograba esa reacción en Emilia. Para distraerse y mantenerse a salvo, miró al resto de graduados, cientos de cabezas vestidas con birretes que buscaban susurrar y no ser escuchados, pero el murmullo era audible por más esfuerzos que estos pusiesen. Rápido encontró a sus amigas entre el mar de gente, esas cabecitas llenas de vida y refrescantes ideas que siempre podría distinguir en cualquier lugar; Aileen lloraba incontenible, Wendy parecía desear que la ceremonia acabara de una vez por todas. Les dedicó una sonrisa un poco más amplia antes de empezar a bajar las escaleras del escenario, procurando esta vez llegar a su asiento sin ningún tropiezo.
Cuando se sentó, miró al frente, al primer asiento, el que estaba justo a un lado del pasillo que todos tenían que recorrer para subir al escenario. Vio su nuca y su cuello y la forma en que su cabello corto y oscuro brillaba por las luces. Emilia no deseaba decir adiós, pero comprendía que la vida se trataba de eso: nuevos comienzos y prontos finales.
Cuando la ceremonia terminó y el director, con voz entusiasta, gritó por el micrófono «felicidades, graduados», todos comprendieron, completamente, que era el final. Muchos lloraron, otros gritaron de alegría, y todos arrojaron sus birretes hacia arriba, intentando alcanzar la cúpula que los separaba del cielo, celebrando ese triste y hermoso final.
Emilia corrió a reunirse con sus amigas, se abrazaron y rieron juntas, no pudiendo evitar llorar. Es lo que pasa cuando tantos sentimientos te invaden, de alguna manera hay que dejar todo salir para volver a sentirte bien.
—Yo… yo de verdad que… —Aileen sorbió por la nariz— voy a extrañarlas tanto. Tanto, tanto, tanto.
Sus lágrimas parecían ríos que surcaban su rostro sin la intensión de detenerse. Emilia pensó que no había llanto más puro en el mundo que el de Aileen.
—Nos vamos a seguir viendo —dijo Wendy intentando consolarla—, no tienes porque… llorar tanto. Solo no nos veremos cada mañana al llegar, ni durante las clases y los trabajos en equipos serán demasiado aburridos… —Se mordió el labio al no poder continuar.
El llanto de Wendy era silencioso, pero cuando aumentaba su voz se quebraba, igual que en ese momento, y no podía hablar más. Emilia apretó los labios, pues le temblaban demasiado, y se volvió a abrazar de sus amigas que no tardaron ni un segundo en corresponderla; a diferencia de ellas, sus lágrimas eran pequeñas y apenas visibles, pocas eran las que terminaban de caer y resbalar por sus mejillas, aunque no por eso sus sentimientos eran inferiores.
Las tres sabían que las cosas no serían igual al salir por esa puerta; le tenían miedo al cambio, pero sabían que podían enfrentarse a él.
—Si saben que nos vamos a seguir viendo en la uni, ¿verdad? —Emilia se talló la cara, agradeciendo mentalmente no haber usado maquillaje ni un peinado demasiado elaborado.
—Sí, pero no es lo mismo —chilló Aileen sonando demasiado triste—, nuestras facultades...
—Tranquila, Ai, tranquila, no es como si fuésemos a estar en la UNAM, te aseguro que estaremos mucho más cerca, cientos de metros más cerca. —Wendy se limpió las últimas lágrimas que colgaban de sus largas pestañas rubias—. Y la cafetería principal está en el centro de C.U., así que nos podremos reunir siempre que tengamos descansos en los mismos horarios. E incluso aunque fuésemos a universidades diferentes no nos dejaríamos de ver, ¿amigas para siempre? ¿Recuerdas?
—Wendy tiene razón, Aileen, nuestra amistad es mucho más grande que la distancia más grande que alguna vez se atreva a querer separarnos.
Aileen volvió a sorber por la nariz y asintió. Emilia podía ver miedo en su mirada, ese miedo a perder algo que atesoraba tanto: amistades, un amor, la comodidad de los días perfectos de juventud y despreocupación.