Goodbye Road

3

22 de agosto

 

Las primeras horas de la mañana se habían pasado volando, la clase de Interpretación de Información Estadística venía después de esa hora libre. El profesor Abel, aunque era un hombre amable, no tenía espíritu a la hora de enseñar; sus clases le parecían largas, aburridas y tediosas. De su mochila sacó un tupper que contenía pepino en rodajas, y de la bolsa del frente, un sobrecito de tajín. Margarita, una de sus compañeras de clase, llegó a sentarse a su lado. Ella era del tipo de chicas que siempre parecían estar relajadas, como si el mundo careciera de problemas. Era una chica inteligente por naturaleza, no como ella que con ciertas materias se tenía que esforzar bastante. Además, era muy bonita. Y bonita de realmente bonita, pero Margarita parecía no prestar atención a ese detalle. Como generalmente, llevaba jeans y jersey, este de los Bucaneros de Tampa Bay; le quedaba algo grande, pero de todas formas seguía viéndose hermosa y llamaba la atención de muchos chicos que la veían al pasar.

   —¿De nuevo con tu reggae? —Preguntó al quitarle un audífono y colocárselo en el oído.

Emilia sonrió al ver como Margarita se movía suavemente y le robaba un pepino.

   —Hay que relajarse antes de entrar a clases con Abel.

Margarita pareció quedarse ida por unos momentos, sacudió la cabeza y se sentó a un lado de Emilia. Estaban en una de las jardineras frente a la cafetería.

   —Ya sé a quién podría dedicarle esa canción.

Emilia ladeó la cabeza. Cuando terminó de masticar se le quedó mirando.

   —No sabía que tenías novio.

Margarita se echó a reír de esa manera estridente que llamaba tanto la atención.

   —Lo siento, lo siento, eso fue muy gracioso. Por supuesto que no tengo novio, creo que en todo caso sería una novia.

Emilia se sorprendió por completo, jamás hubiese intuido que a Margarita le gustaban las chicas. Aunque también fue la última en enterarse con Wendy. No es que ella fuese despistada, más bien era que nunca prestaba mucha atención a esas cosas, o no sabía cómo darse cuenta de ello. Para ella todos eran iguales, sin importar los gustos que tuvieran, así que le era difícil discernir ese tipo de cosas; saber a quién le gusta quién o quién anda con quién no era lo suyo.

   —¿No piensas que voy a decir que estoy enamorada de ti? —Bromeó Margarita jugueteando con un mechón de su cabello liso teñido de rubio.

   —Ya sé yo que fue imposible de evitar —le siguió el juego—. Nada más mírame, digo, con tanta belleza cómo podría culparte.

Las dos se lanzaron a reír, aunque las fuertes carcajadas de Margarita se alzaron por encima de las de Emilia.

   —Entonces… ¿Quién es la afortunada de la canción?

Margarita miró con ensoñación hacia el cielo. Emilia reconoció ese tipo de gesto, más que el de una chica enamorada, era el de alguien que creía en el amor.

   —No es para alguien especial para mí en plan pareja, pero si para alguien especial para mí que tiene una pareja —Emilia aguardó hasta que ella decidiera continuar—. Sería para mi hermana y su esposo. Ellos me hacen creer que el verdadero amor, ese del que tantos libros hablan, si existe. Cuando los veo pienso en que en alguna parte del mundo está la persona que va a complementarme. Porque a mí me vale lo que digan, yo sé que ser amado y amar de verdad sí te hace ser alguien mejor. Y todos tenemos un mejor yo del que ya poseemos.

Para Emilia, Margarita tenía razón. Era extraño cómo el mundo intentaba poner al amor como el malo de la película, sobre todo, le sorprendía escuchar o leer artículos donde muchas mujeres aseguraban que querer a alguien no era necesario y que importaba más tener un buen trabajo que un marido. Por supuesto que las mujeres deberían de tener el derecho de elegir si preferían una pareja o una carrera; deberían de poder ser independientes, de valerse por sí mismas, pero era gracioso como hacían ver que había que elegir, o ser independiente o tener esposo, o una carrera o familia. ¿Cómo por qué no iban a poder ir a por todo? Si el amor no era el malo, y jamás lo sería. Malas podían ser las personas de las que te enamorabas, malo podría ser uno mismo, pero no el sentimiento, el que era de verdad, o por lo menos esa era la idea a la que Emilia se aferraba.

   —Sí. Es porque es amor y todo lo vuelve mejor. Lo único triste es cuando amas a quien no debes —dijo Emilia sin perder su gesto calmo.




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