Goodbye Road

6

 

27 de noviembre

 

 

   —Diablos, su nivel de depresión es impresionante.

Emilia volteó a ver a David e intentó sonreír, pero, al igual venía sucediendo desde la noche de Halloween, el gesto no llegó a sus ojos. A partir de aquel día Emilia no había logrado mantener su fachada de tranquilidad pura, sus sonrisas habían sido menos e incluso había descuidado su trabajo en el bar; todo porque la vendida imagen se repetía una y otra vez en su mente. Solo obtenía paz cuando dormía, probablemente en sus sueños la imagen continuaba paseándose por su subconsciente, distorsionándose y volviéndose peor, pero incluso si era así Emilia no recordaba nada al despertar y ese era el mejor alivio de sus días.

   —Déjala en paz —gruñó Margarita. Le dio un golpe a David en la nuca con la palma abierta.

A Emilia no le gustaba estar deprimida. Se sentía culpable por preocupar a su familia y a sus amigos por asuntos que ella debería de resolver sola. En realidad, ni siquiera debería de estar así. ¿Qué Tobías estaba saliendo con alguien? Bien por él. ¡Debería alegrarse! Y, lo hacía. Se alegraba de que él tuviera a alguien y esperaba que Adriana fuese una buena chica y lo quisiera con todo su corazón, que lo tratara bien y lo hiciera feliz. Nunca desearía el mal para nadie, mucho menos para Tobías. Aun y con todo esto, no podía dejar de sentir ese extraño dolor en su pecho, como si tuviera dentro un hueco y al mismo tiempo algo que se aferraba a su interior y la apretara con tanta fuerza, como si quisiera romperla desde adentro. Sentía muchas ganas de llorar; por Tobías y al mismo tiempo porque no debería de querer llorar por él. Siempre habían sido simplemente amigos. Nada más. Solo amigos. Nunca, ninguno de los dos, cruzó esa línea y jamás pareció que alguno lo fuese a intentar. Si ella se había enamorado de Tobías, sabiendo que él no la quería, ¿por qué lloraba por él como si él la hubiese traicionado en algún sentido? Tobías nunca actuó de ninguna manera especial para que esos sentimientos crecieran en su interior, siempre fue Tobías siendo Tobías. La única culpable de amar a alguien a quien no debería de amar era ella. Y, sin embargo, no podía dejar de sentirse así. Quizá era porque en alguna parte de su mente, donde estaba segura de que jamás habría algo más allá que una amistad, creía que todo permanecería como en esos años maravillosos de preparatoria: amigos por siempre.

Ella nunca había tenido un novio, ni había dado su primer beso. Tobías nunca había tenido una novia, tampoco había besado a alguien. Y ellos habían sido buenos amigos, mejores amigos en realidad. Y Emilia, aunque no lo admitiese con nadie, ni con ella misma, había sentido que eso era perfecto. Habían salido juntos tanto como cualquier pareja, se habían tenido más confianza que ninguna, habían hablado sin parar y habían tenido los silencios más cómodos que podrían existir. Cada vez que Tobías le había preguntado si algún chico le gustaba, ella siempre le había contestado «así estoy bien». Cuando Emilia le había preguntado a él, Tobías le había respondido «yo también así estoy bien». Emilia había dormido cada noche ocultándose ese pensamiento, ese que le decía que lo que tenían podría ser amor y que podrían vivir así por la eternidad.

Ahora Tobías tenía una novia. Ya había dado su primer beso. No se hablaban más. La eternidad acabó muy pronto, como siempre suele ocurrir con lo mejor de las cosas.

   —Una semana más, Emilia. ¡Por fin vacaciones! —Margarita uso ese tono de «vamos, ya anímate» que no pareció surtir ningún efecto en Emilia.

   —Sí, por fin vacaciones —miró de Margarita a David, los dos estaban tan pendientes de ella—. ¿Qué harán ustedes? Creo que yo me dedicaré a trabajar en el bar y a las actividades Patitas.

David abrió los ojos como platos. En un segundo estaba parado frente a ella y al otro la había cargado y la estaba haciendo girar. Después de cuatro vueltas la depositó de regreso en la jardinera, Margarita se reía a carcajadas.

   —Lo siento, es que me alegra mucho que te unieras. Tú deberías de hacer lo mismo —le medio gruñó a Margarita.

Ella rodó los ojos. Quiso pegarle, pero, como siempre, él logró detenerla.

   —Ya te dije que no soy buena con los animales, tengo un no sé qué que hace que siempre terminen huyendo de mí.




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