Gp Amore

Capítulo 9

Nuevo días, nuevas complicaciones, no tantas como ayer pero son solucionables. Lo único que perturba mi hermoso y pacifico desayuno es la llamada entrante de Mariano ¿Que hace llamando a esta hora? Me sorprende y por eso mismo cojo la llamada un tanto desconfiada.

—Dime Mariano

Marion, por favor dime la verdad ¿Tuviste algo con Marc?

Es que es muy hijo de puta —me lamento ya completamente malhumorada—. ¿Por qué preguntas eso? ¿Sabes qué? Sí, tuvimos sexo y fue mi culpa. ¿Estás con él ahora?

Mari, si estoy con él. Está muy ebrio y vino a mi casa, está preguntando por ti —suspiro pesadamente y me vuelvo a sentar en el taburete. 

—Maldición ¿Está Kendall?

Estoy solo, ella está al lado donde Amber y Ale.

—No dejes que Ale lo vea, yo le hablaré más tarde —de lo dos me preocupa muchísimo la reacción de mi primo mayor, él puede ser el mejor, pero es tan voluble, un momento es uno y al otro siento que ni él se entiende.

Mari —su lamento me duele, porque tal vez está decepcionado, pero aún así me da la mano a ayudarme y siento que no lo merezco—. Tranquila, haré lo posible, pero quiero que luego me digas todo ¿Sí? Quiero la historia completa, porque sé que no eres la villana del cuento.

Te amo, mucho. Gracias Mar.

Corto la llamada y miro la mesada, es que realmente no entiendo en qué momento se me fue todo de las manos, en qué momento pasé de rogar a que me rueguen, todo cambió y yo no le preste atención, lo lloraba pero nada solucionaba, porque definitivamente nada cerré y ahora tendré que esperar porque está ebrio y así nada se soluciona. 

Pero, ¿En qué estaba yo cuando me fijé en este idiota? No sé si soy la única a la que le pasa que después de un tiempo cuando uno retrocede y ve lo que quería o le gustaba, no se tiene idea de que era lo que nos pasaba por la cabeza en ese entonces.

Termino mi desayuno ahora con un sabor medio agrio, mi asistente 4 está esperando por mi en el auto junto con mi guardaespaldas, ahora no me dejan conducir porque tengo mareos muy repentinos y de la nada me voy a negro por algunos segundos, una mierda muy rara por la cual me he negado a ir a un Doctor, dijera mi abuelo Di Vaio, los Doctores y hospitales deberían ser llamados mata sanos y yo soy fiel seguidora a las palabras de mi abuelo, cuando me conviene.

Me monto en el auto y espero a que la chica diga algo, pero no hay nada y eso me preocupa, pues es viernes y todavía hay jornada laboral. 

—¿Pasa algo? —cuestiono cruzando el cinturón de seguridad, tengo mucho que pensar.

—Es que se va a molestar conmigo.

—Solo dime —pido y suspiro tomando el celular, veo mi galería y estoy tentada a borrar esas fotografías, pero no puedo aún.

—Estaba revisando la agenda y preparando el calendario de mayo cuando lo note.

—¿Qué cosa? 

—Fue el aniversario del fallecimiento de sus padres, señorita Marion —abro la boca en busca de el aire que me falta, el tiempo pasa rápido.

—Hace ya más de una semana, 4 —digo viendo la fecha en mi celular—. Descuida, yo tampoco lo recordé.

—Pero es mi deber recordárselo a usted,

—Lo sé, pero ya pasó —le resto importancia por ella, porque yo ya me siento como la mierda.

—De verdad que lo siento muchísimo, Señorita Marion, si me quiere despedir lo entiendo perfectamente…

—De verdad, ya fue, ya no importa, sólo busca algún fin de semana libre para ir.

Suspiro pesadamente esperando no recibir castigo por parte de mi familia desde el más allá. Miro por la ventana y pronto mi estómago da una vuelta provocando náuseas, me siento muy mal y no puedo parar, es imposible ir así por la vida.

Llegamos a nuestro lugar de trabajo y no saludo a nadie porque me siento tan mal emocionalmente que he de llevar lentes de sol para que no noten mis ojos llenos de lágrimas, esta vez por mis padres y porque rompí mi promesa. Llego a mi oficina y me encuentro con una persona en mi oficina, está sentado en mi lugar con el trofeo sobre mi escritorio frente a él.

—Hola —el rubio sonríe orgulloso de brazos cruzados.

—¿Qué haces aquí? —cuestiono acercandome, dejo mi bolso en el escritorio y suspira.

—Venía a enseñarte esto —sonrío y me sostengo de lo que tengo más cerca a mi, espero que el chico no lo haya notado—. Me agrada saber que tuve influencia en tus decisiones, pero sinceramente me gustabas así, rubia, te veías inocente.

—Supongo que quieres que vuelva a mi color natural —deja salir una risita a la vez que se levanta de la silla y mira por el ventanal.

—No lo sé, quisiera que fueras tu.

—¿Cómo sabes que no soy yo? —cuestiono y me acerco a él, me quedo a su lado y miro por el ventanal, el día está nublado y no se ve mucho como otros días.

—Porque si fueras tu, ya estarías enamorada de mi —río y me duele la cabeza, pero no puedo evitarlo, este chico me causa gracia.

—Dios, me desagradas —se gira y moja su labio inferior a la vez que me mira divertido.

—Igual te hago reír.

—Porque tienes unas ideas completamente ridículas —señalo lo obvio y niega, suspira y estira las manos a mis lentes de sol.

—No se quién o qué es lo que te lastima, pero quisiera ser tu escudo personal para evitar que te vuelvan a hacer llorar —ver sus ojos es tan intenso que tengo que pasar saliva y cerrar los ojos para no llorar.

—Juro, que deseo que algo así pasara, pero es inevitable porque de alguna manera debo aprender y si el dolor es parte del camino —me encojo de hombros porque no hay remedio—. La verdad, es que no podría ser de otra manera.

—Entonces no lo olvides, eres increible Marion Di Vaio y no permitas que nadie te haga sentir lo contrario, ni siquiera yo.

—Un momento —se detiene y gira a verme aún con la mano en el pomo de la puerta—. ¿Por qué haces esto?




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