“La tarde que me sucedió lo que voy a contar, estaba sola en casa, leyendo un libro sobre el perdón que hablaba de liberarnos de las personas que nos han hecho daño y dejar pasar el agravio. Así que, mentalmente, me hice una lista de gente a las cuáles debía perdonar. A medida que iba aceptando en dejar este enojo que estaba arraigado en mi corazón, empecé a sentir una liviandad muy grande, tan grande que la ley de la gravedad me dejó y empecé a flotar. Mientras lo hacía, intentaba en vano, sostenerme de las sillas, la mesa y las paredes hasta que finalmente salí volando por la ventana como un globo. Llegué muy alto y giré por horas en la órbita terrestre. Me sentía mareada, así que empecé a recordar nuevamente al perverso de Juan, la indiscreta de María, el idiota de Javier, a la miserable de Estela y a todos los que me habían maltratado a lo largo de mi vida. Entonces, un peso muy grande, igual al de un ancla sobrevino sobre mi cuerpo y empecé a caer, rápidamente. Caí en el fondo del mar. Comencé a ahogarme pero un buzo me rescató. Cuando se sacó el traje, me di cuenta que nos conocíamos. Era el mentiroso de Pedro pero ahora estaba allí, como un héroe, salvando mi vida. El rencor se fue de mi corazón y perdoné a todos aquellos que alguna vez me habían avergonzado, desanimado, maltratado y enjuiciado. Aunque había dejado de flotar, volví a sentir como si volara por los aires.”