Caminaba hacia mi casillero con los audífonos puestos, esos dorados, sin cables, con Bluetooth o micro memoria, al máximo del volumen permitido. Así podía evitar escuchar las típicas críticas de siempre: los comentarios sobre mi actitud, mi forma de vestir o cualquier cosa que los demás decidieran juzgar de mí. Es mejor ignorar todo eso, no quiero arruinar mi día por algo que ya sé.
Todos me odian por mi actitud de "perra rabiosa", pero, ¿qué esperan?, Así soy yo, no tengo ganas de ser otra cosa.
La gente siempre me molesta, pero nunca me quedo callada. Mi padre no me crió para ser una llorona ni una inútil, todo lo contrario. Me enseñó a ser fuerte, a defenderme sola y a nunca necesitar a nadie. Esa fue su forma de amarme. Enseñarme a sobrevivir en este mundo de lobos disfrazados de ovejas.
Tengo el cabello castaño, lacio pero con algo de onda, y mis ojos, aunque levemente celestes, parecen más grises dependiendo de la luz. Mi piel es clara, casi blanca, porque no soy fan de estar mucho al sol. Mi cabello me llega hasta la mitad de la espalda, casi hasta el inicio de mis glúteos. Hoy lo llevo peinado en una trenza a un lado, un estilo simple, pero práctico. Llevo una camisa ombliguera blanca y una falda a cuadros amarillos y negros. Me puse una chaqueta de cuero negro encima, que va perfectamente con una imitación de cadena en la cintura como cinturón. Ah, y la camisa tiene un cierre en el centro con una gran argolla metálica. Soy un caos de estilos, pero me gusta.
Metí mi bolso en el casillero y saqué los cuadernos de las primeras horas. Estudio Ingeniería en Sistemas, voy en segundo año y, en este momento, estamos en el segundo cuatrimestre del año. Mi día transcurre entre clases y más clases, pero siempre trato de hacer lo mejor posible.
Al entrar al salón, busqué un lugar libre y me senté. No es como si tuviera muchas opciones. El maestro aún no llegaba, así que me puse a organizarme, mientras pensaba. No pude evitar pensar en mí mejor amiga, se fue a Suiza con sus padres, por una oportunidad de trabajo que no podían dejar pasar. Seguimos hablando, pero no es lo mismo, ya todo ha cambiado.
¿Qué pasa con mi familia?, Bueno, mi madre me abandonó cuando tenía solo dos años y mi padre, el único que me quedaba, murió de cáncer hace tres años. La verdad es que ahora me siento sola, aunque no me queje, porque eso no cambiará nada. Al final, siempre he sido yo y nada más.
Finalmente, el maestro entro al salón. Me quito los audífonos y apago la música. Se presenta y luego anuncia a un nuevo alumno. ¿Nuevo alumno?, De verdad no entiendo por qué hacen esto. ¡Estamos en la universidad!, No somos niños. Si el tipo quiere hacer amigos, que lo haga solo, no necesitamos su introducción. Pero, claro, parece que los demás sí lo necesitan.
— Adelante. — Dice el maestro con una sonrisa tonta mientras señala la puerta.
Y en ese instante, lo veo.
Un dios griego reencarnado, eso es lo primero que pienso al verlo. No, en serio, no exagero. Es imposible que alguien tan guapo exista. Tiene el cabello castaño, ojos tan oscuros que parecen negros, una piel bronceada que resalta incluso más con su físico impresionante. Está claro que ese tipo será la envidia de todo el salón, y no me extrañaría.
— Preséntate. — Dice el maestro, cruzado de brazos, mientras se apoya en el escritorio.
“Lo sabía”, pienso con cansancio, “Otro más. No hagas caso, será el siguiente que me moleste.”
Él sonríe como si fuera la cosa más natural del mundo y dice, con un marcado acento ruso que me derrite:
— Mi nombre es Eros Snif, tengo 24 años, y cursaré lo que queda del año con ustedes. Probablemente todo lo que queda de la carrera. Espero poder hacer algunos amigos. — Y con una mirada envidiada por todas, lanza una sonrisa seductora a las chicas del salón. Como si no lo supiera ya, varias de ellas no podían evitar mirar hacia su dirección.
Ruedo los ojos, claramente aburrida, y trato de no prestarle más atención. Pero, en el fondo, no puedo evitar sentir que esto es de lo más inmaduro, como en la primaria. Debería ser un adulto, no un chiquillo lanzando sonrisas para conseguir lo que quiere.
“Lo sabía, típico mujeriego.”, pienso, “pero mierda, eso no le quita lo bueno”. Lo miro nuevamente, mordiéndome el labio inferior. Ese tipo es un desastre, pero, maldita sea, es tan atractivo.
— Bueno, siéntate junto a la señorita Ferrer. — El maestro señala hacia mi asiento, como si no tuviera opción.
"Oh, shit", pienso, mientras me tensaba al ver que se acercaba a mí. ¿Por qué siempre tiene que ser así?, Pensé que este tipo sería solo otro más, pero no, lo que sea que está pasando dentro de mí no lo puedo ignorar.
Eros se acomoda a mi lado, y yo, mientras tanto, termino de quitarme los audífonos, dejándolos caer al cuello. Cuando lo hago, él me observa, y me lanza esa sonrisa que, aunque lo quiera evitar, me hace sentir incómoda, pero, a la vez, me provoca algo que no puedo controlar.
“Ajá, ya después no me sonreirás cuando te juntes con los cerebros vacíos del equipo de fútbol”, pienso mientras lo observo. Pero, maldita sea, no puedo negar que su sonrisa es malditamente sexy.
Obvio, no ser la "excluida" significa que no pueda caer en sus encantos. No sé qué pasa, pero definitivamente algo está ocurriendo dentro de mí, y si lo sigo ignorando, tal vez me arrepienta después.
(...)
Terminé la clase, con la mente aún envuelta en lo que había escuchado, pero necesitaba desconectarme. Coloqué mis audífonos nuevamente y dejé que la música se infiltrara en mis oídos, cada nota me sumergía aún más en la memoria que estos llevaban consigo. La música me tranquilizaba, me ayudaba a recordar momentos, sentimientos, y a mantener mi concentración.
Me levanté de mi asiento con una expresión cansada en el rostro y me dirigí al casillero para guardar mis cosas. Necesitaba sacar mi teléfono, que había olvidado en el bolso cuando saqué mi cuaderno hace unos minutos. Era raro que olvidara algo, pero hoy todo me parecía ir en automático.
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Editado: 16.03.2025