Subí al coche y me dirigí directamente a la mansión. Era una casa inmensa, mucho más grande de lo que necesitaba para mí sola, pero aún así seguía viviendo allí. Esa mansión, construida en estilo clásico, con columnas blancas y ventanales de cristal de piso a techo, estaba llena de recuerdos que me conectaban con mi papá. No quería dejarla; la casa me hacía sentir que aún estaba cerca de él, rodeada de los ecos de su presencia.
Al llegar, el gran portón negro de hierro forjado se abrió automáticamente. El camino de entrada estaba flanqueado por altos árboles de roble, cuyas hojas caían lentamente con la brisa del atardecer. La mansión se alzaba ante mí, imponente, con su fachada de piedra envejecida y el jardín perfectamente cuidado que se extendía a lo largo de todo el frente. La zona que rodeaba la casa era tranquila, un pequeño refugio apartado del bullicio de la ciudad, donde la única interrupción al silencio era el canto de los pájaros y el sonido de los vehículos en la distancia.
Cuando bajé del coche, el aire fresco me golpeó levemente en el rostro, y le entregué las llaves a uno de los trabajadores para que estacionara el auto en el garaje subterráneo. Mi papá siempre insistió en tener el estacionamiento lo más oculto posible, para que los autos de lujo no fueran expuestos a la vista.
Pasé por el comedor, que estaba ubicado al fondo a la derecha, justo antes de llegar a las escaleras. El comedor, de mesa larga y sillas de terciopelo verde oscuro, estaba iluminado por una araña de cristal que colgaba del techo. A la izquierda, el living era la parte más acogedora de la casa: el lugar donde siempre nos reuníamos, con un par de sofás de cuero negro, una chimenea de mármol y una mesa de centro de cristal que reflejaba la luz cálida del atardecer. A través de las grandes ventanas del salón, se veía el jardín trasero, con un estanque de agua que relucía bajo el sol.
En la planta superior, tras subir una elegante escalera de mármol, se encontraba mi cuarto, que había sido remodelado en varias ocasiones a lo largo de los años, pero aún conservaba elementos de la decoración original que mi papá había elegido. La habitación era enorme, con techos altos adornados con molduras doradas. Al fondo, una puerta de madera oscura daba acceso al closet, que se extendía a lo largo de toda una pared. A la izquierda, el baño, con mármol blanco, una bañera de lujo y una ducha separada. Junto al baño, un pequeño tocador de maquillaje con una silla tapizada en terciopelo beige, que había sido uno de los últimos regalos de mi papá antes de su muerte.
Entré al closet, que parecía un cuarto por sí mismo. Era de dos pisos, y tenía una escalera en espiral que llevaba al segundo nivel. Este closet estaba lleno de ropa, tanto de mi niñez como de prendas nuevas que ni siquiera había tenido ocasión de estrenar. Muchas de estas prendas aún conservaban las etiquetas, ya que mi papá siempre se aseguraba de que tuviera ropa en abundancia, nunca escaseaba. De hecho, no solía repetir conjuntos, a excepción de los pijamas, esos los usaba siempre.
Mientras buscaba, me sentí abrumada por la cantidad de opciones, pero finalmente elegí un vestido rojo de escote corazón en la espalda. El vestido llegaba justo por encima de la rodilla, y me sentía cómoda pero elegante. Dirigiéndome hacia la estantería de zapatos, escogí unos tacones blancos que combinaban perfectamente con el auto y el bolso que planeaba llevar. Todo debía coincidir.
Después, me dirigí al baño, me cepillé los dientes y enjuagué mi boca con cuidado. Me dirigí al tocador y, con precisión, apliqué un labial rojo brillante, que resaltaba con el color del vestido. Luego me delineé los ojos con un toque de maquillaje sutil pero elegante. Cuando me miré en el espejo, mi reflejo me pareció, por un segundo, una versión más fuerte de mí misma. A veces, me cuesta creer que todo esto es real, pero es mi vida.
Salí de la habitación y me dirigí hacia el estacionamiento. Mi papá tenía una gran colección de autos, y aunque no puedo desprenderme de ellos, me duele usarlos. Todos me recuerdan a él. Escogí uno de los últimos autos que mi papá había comprado: un vehículo blanco, sin capote, con líneas doradas finas, que me había regalado por mi cumpleaños número 18. Este auto, que para mí tenía un valor sentimental inmenso, era el que usaba habitualmente para ir a la empresa.
Subí al auto, y al instante, vi que dos camionetas negras comenzaron a seguirme. Como la hija del difunto William Kaudiser Ferrer, siempre tenía que estar acompañada de seguridad. Era una vida llena de sombras, pero era la única vida que conocía.
Llego a la empresa y estaciono frente a ella. Salgo del auto y me coloco las gafas de sol. Claro, no hay sol, pero aquí tengo que ser la jefa del mundo, la maldita jefa, como me enseñó papá.
Entro al edificio principal, y el sonido de mis tacones resonando sobre el piso de madera del lugar es casi ensordecedor. Subo al último piso, donde está la oficina de papá, que ahora es mía.
Al llegar, entro y me siento en la silla giratoria. De manera mecánica, saco la tableta de papá del escritorio. Salgo nuevamente y le pido a la secretaria que quiero a todos los accionistas en la sala de juntas en menos de una hora. No tengo tiempo para dilaciones.
Entro a la sala de juntas. Me siento en la cabecera de la mesa, frente a la pantalla, mientras empiezo a instalar algunas cosas en la tableta de papá. Los accionistas están por llegar. Respiro hondo, intento mantener la calma mientras los escucho hablar entre ellos, como siempre lo hacen. Pero yo no estoy aquí para escuchar sus opiniones; estoy aquí por una sola razón.
Entra Douglas, el administrador de los equipos tecnológicos, el que hizo la idiotez que me tiene aquí hoy.
Se preguntarán, ¿qué hace mi empresa la más importante? Pues déjenme explicarles: somos G.A., Generación Avanzada. Nos especializamos en equipos y aplicaciones inteligentes, en tecnología avanzada. Hemos empujado los límites de lo que es posible, y eso nos mantiene en la cima. En el mundo entero, somos la empresa número uno en riqueza, tecnología, entregas... todo. Porque probamos nuestros propios equipos, lo que nos permite estar siempre un paso adelante.
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amor secretos poder dolor, familia apuesta resilencia, luego de un tiempo triologia
Editado: 16.03.2025