Desperté gracias a la "hermosa", "preciosa", "bella" y "melodiosa" alarma de mi teléfono. Me levanté a duras penas de la cama, sin ganas de enfrentar el día, pero tenía que hacerlo. Mi cabeza estaba aún adormilada, pero mi mente ya se estaba preparando para lo que venía: debía ir a la empresa más tarde a verificar la situación con la recuperación de los equipos dañados. La verdad es que ni siquiera tenía fuerzas para pensar en eso aún.
Me levanté, fui directo al baño y me metí en la ducha. Necesitaba que el agua fría me despertara, aunque sabía que eso no iba a ser suficiente para calmar el agotamiento que sentía. Mientras me duchaba, mis pensamientos seguían rondando sobre la empresa, los problemas que habíamos tenido y cómo todo eso podría empeorar si no tomaba las riendas ahora mismo.
Luego de un rato, salí del baño y me dirigí al closet. Decidí vestirme rápido, sin pensar demasiado. Opté por una camisa ombliguera negra de encaje, una falda hasta la mitad de mis piernas, también de encaje, para hacer juego con la camisa. Me coloqué una chamarra de mezclilla encima, justo para darle un toque más relajado. Me veía bien, o al menos eso me dije a mí misma. Después de todo, necesitaba parecer confiada, aunque por dentro no lo estuviera tanto.
Salí del cuarto y me dirigí al espejo. Me apliqué un poco de labial, me puse corrector de ojeras y dejé mi cabello suelto, aún húmedo por el baño. Un poco de desorden nunca está de más, ¿no? Tomé las llaves del auto y me dirigí al estacionamiento. No era como si fuera a ir a una fiesta, pero necesitaba sentir que estaba lista para enfrentar lo que fuera. El auto que elegí para ese día fue un modelo azul sin capote. No es que tuviera alguna razón en particular, pero me pareció el más adecuado.
Era la primera vez que tendría guardaespaldas. Mi padres me habían insistido en la seguridad desde el principio, pero nunca pensé que acabaría necesitándolos. Las cosas en la empresa se habían complicado desde ayer, y además, como iría después de las clases, debía estar acompañada por si algo llegaba a pasar. La última vez que me vi en una situación así, no fue precisamente agradable.
Arranqué el auto y me dirigí a la universidad. Me estacioné, bajé y saqué los audífonos de mi bolso, los cuales habían sido parte de mi colección, que, para ser sincera, ya estaba algo incompleta. Caminé hacia mi casillero mientras me los colocaba. La música me ayudaba a desconectarme un poco de mis pensamientos, aunque seguía pensando en cómo recuperar los equipos perdidos. Mi mente era una maraña de estrategias, y no sabía por dónde empezar.
Al llegar a mi casillero, abrí la puerta y, de repente, algo cayó al suelo. Era un papel. Fruncí el ceño, bajé los audífonos y me agaché a recogerlo. Mi estómago dio un vuelco cuando vi lo que era: una foto mía bajando del auto de mi padre, justo frente a la empresa, la misma foto que había sido tomada ayer.
Sentí una punzada de irritación, y, sin pensarlo mucho, colgué la foto en la puerta del casillero. Daba un fuerte golpe al casillero, llamando la atención de todos los que pasaban. Sacudí la cabeza y, sin decir palabra, tomé el teléfono para llamar a los dos guardaespaldas que habían quedado en el estacionamiento. No quería llamar más la atención, pero en este punto ya no importaba.
"¿Por eso mi padre no quería meterme en todo esto?", pensé, mientras dejaba la foto en la puerta del casillero y comenzaba a organizar mis cosas. Tomé los cuadernos de clase y me coloqué nuevamente los audífonos. No estaba de humor para nada, y mucho menos para lidiar con cualquiera que viniera a acercarse.
Al salir del casillero, me topé con el dios griego de Eros Snif, el chico que siempre tenía la capacidad de hacerme perder la concentración. Al principio no lo miré, pero cuando levanté la vista, no pude evitar evaluarlo de pies a cabeza. Era imposible no hacerlo. Me bajé los audífonos, pues tal vez dijera algo y al menos quería escuchar lo que tuviera que decir.
Llevaba puesta una camisa azul que le quedaba perfectamente, unos jeans negros y una chaqueta del mismo color. Tenía unos tenis blancos, y su cabello castaño oscuro estaba peinado de manera casual, pero se veía bien. Se veía increíblemente bien, como siempre. Yo lo observaba, sin ningún pudor ni discreción, y él parecía disfrutarlo.
"¿Hace calor, no?", pensé, mientras lo observaba fijamente.
— ¿Te gusta lo que ves? —dijo él, divertido.
¡Y allí estaba! Ese acento, esa actitud... ¡se me bajó la presión!
— ¿Debería gustarme lo que ves? —dije, tratando de mantener la arrogancia, aunque no me salió tan bien.
Él se rió de lado y se encogió de hombros.
— Se supone —respondió, como si fuera lo más obvio del mundo.
— Buenos días... —dijo, casi como una formalidad.
"Buena vista, diría yo", pensé, mientras me mordía el labio por dentro para evitar que se notara lo mucho que me atraía. No podía dejar que él lo supiera, no de inmediato.
— Buenos días —respondí, algo cortante, y pasé a su lado sin darle mucha importancia.
Él me siguió y, cuando me detuve al llegar al salón, me preguntó:
— ¿Por qué tan agresiva?
Lo miré, mordí mi labio y respiré profundo.
— Soy así —le contesté, intentando no perder el control.
Al llegar al salón, vi a mis guardaespaldas, Nick y Moisés, esperando fuera. Ni siquiera se inmutaron al verme llegar. Estaban acostumbrados a este tipo de situaciones, siempre protegían mi espalda, sin importar lo que sucediera.
— Señorita —dijeron ambos al unísono, como siempre.
— Se quedarán aquí afuera —les dije, sin mirar a Eros. — Después de la universidad iré a la empresa. Si Douglas les avisa alguna novedad, me informan de inmediato. Aunque tenga que salir de las clases para atenderlos, lo hacen, ¿entendido?
— Sí, señorita —respondieron a la par.
Nick tenía 37 años y siempre parecía tener todo bajo control. Su físico era impresionante, pero lo que realmente lo hacía interesante era su aire serio. A pesar de ser un hombre atractivo, nunca parecía ser un interés para las chicas.
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Editado: 16.03.2025