“Genial” pienso al escuchar que quiere ser mi amiga, aunque no es del todo mentira.
Sí, me encantaría ser su amigo, con tal de tener cerca a la diosa. “No” me reprocho a mí mismo. “Solo es por el maldito reto”, me recuerdo internamente. Me siento junto a ella para estar más cerca y hablar. Aún me parece raro eso de los guardaespaldas en la universidad, pero no sé nada de ella, así que no juzgo, aunque no puedo evitar sentirme un poco intrigado por todo lo que me rodea.
Saca un teléfono de su bolso, y mis ojos se van directamente a él. Es el último modelo de G.A., uno de esos teléfonos de alta gama que son prácticamente inaccesibles para la mayoría. Este modelo es particularmente raro, no solo por lo escaso que es, sino por sus especificaciones. Tiene una pantalla curva, ultra nítida, con una resolución 8K, casi como si estuviera viendo una película en un cine privado. La parte trasera del teléfono es de un material único, una mezcla de vidrio y metal que cambia de color según la luz, algo que la marca G.A. ha patentado. Está perfectamente diseñado para encajar en la palma de la mano, y el logo en el centro de la parte posterior brilla suavemente, como una firma de lujo. La cámara tiene un lente de 200 megapíxeles, una de las mejores en el mercado, y parece casi ridículo pensar en la cantidad de detalles que captura. Este teléfono no es solo un dispositivo, es una declaración de poder.
Es tan exclusivo que, como ya sabía, solo habían 50 ejemplares de él en todo el mundo. Había oído rumores sobre que algunas personas habrían pagado cantidades absurdas solo por conseguirlo, pero verla tener uno frente a mí, tan casualmente, me hace sentir algo extraño. La envidia no es lo mío, pero ver ese teléfono tan de cerca me hace pensar en lo que realmente significa.
“Vaya, esto es interesante,” pienso mientras la observo, sorprendido de que alguien tan joven tenga acceso a un teléfono tan exclusivo.
— ¿Es uno de los últimos teléfonos de G.A.? — le pregunto, no pude evitarlo. Hay algo en la forma en que lo sostiene, como si fuera algo común para ella, pero el simple hecho de tenerlo en sus manos ya es un lujo para muchos. Ella asiente sin dudar, como si fuera lo más normal del mundo.
— Veo que eres muy poderosa — le digo, tratando de disimular mi asombro, pero no puedo evitarlo del todo. Mi voz tiene un tono ligeramente admirado. Ella aparta la vista del teléfono y me observa, frunciendo ligeramente el ceño, como si estuviera evaluando cada palabra que salía de mi boca.
— Incluso yo quería uno de esos, pero eran limitados y solo había 50 ejemplares de él... — continúo, y al decirlo, una parte de mí siente una ligera incomodidad. La competencia para conseguir uno de estos dispositivos había sido feroz, y ahora la tenía aquí, tan tranquila, sin ningún tipo de preocupación por lo que significaba poseerlo. Ella sonríe, una sonrisa pequeña, con un toque de ironía, y se encoge de hombros, como si nada.
En ese momento, el profesor entra en el aula, y rápidamente guarda su teléfono en su bolso, como si no hubiera pasado nada, sin darle mayor importancia al objeto tan valioso que acababa de mostrarme. Entran, además, la chica que se cree “Pinky Donki Doo”, por el color de su cabello rosa, y Henry. Ella los ignora por completo, con esa sonrisa macabra en sus labios, y yo sigo observándola, ahora más intrigado que nunca.
Henry, por otro lado, al verme, me felicita y levanta los pulgares, pero mi sonrisa al responderle es apenas un reflejo, una cortesía. No tengo ganas de interactuar con él ahora mismo. Mi mente está completamente ocupada en el teléfono que ella lleva y en las implicaciones que eso puede tener. ¿Qué tipo de persona puede tener acceso a algo así? ¿Y qué significa que ella, de alguna manera, no le dé el valor que realmente tiene?
“Esto se va a descontrolar,” pienso, nervioso, mientras comienzo a pensar en las posibilidades. Algo en el aire, algo en la forma en que ella me mira y me responde, me dice que esto no será tan simple como parece. Los detalles del teléfono, su actitud despreocupada, y los guardaespaldas que la acompañan me hacen preguntarme si realmente sé con quién estoy tratando. Y la respuesta, aunque probablemente la sepa, aún me resulta incierta.
(...)
Las clases pasaron volando. No pude evitar disfrutar cada momento de la clase, principalmente porque me la pasé muy bien con ella. Maritza tiene una manera de hacer que todo parezca más interesante, y lo que más me sorprendió fue lo fácil que fue hablar con ella. Entre clase y clase, comenzamos a charlar sobre temas al azar, desde nuestras películas favoritas hasta cosas más personales, como nuestras experiencias en la universidad y lo que pensábamos de las clases.
Claro, nos distrajimos más de lo que deberíamos haber hecho, y por eso el profesor nos regañó un par de veces. Cada vez que lo hacía, ella simplemente se reía en voz baja y se encogía de hombros, como si esas reglas no aplicaran para ella. A decir verdad, no la culpaba. Me fascinaba su actitud despreocupada, su manera de ignorar las normas sin que pareciera que le importara lo más mínimo.
Cuando por fin terminó la clase, recogió sus cosas rápidamente, sin prisa pero con decisión. No estaba apurada, simplemente sabía exactamente qué hacer. Yo, por otro lado, me tomé mi tiempo, dejando mis cosas organizadas en el escritorio, ya que tenía otra clase en el mismo salón, así que no tenía necesidad de salir corriendo.
—Nos vamos —dijo ella, con esa seguridad que siempre la caracteriza. Los dos gorilas que la acompañaban, que ya se habían parado sin decir una palabra, asintieron al mismo tiempo. Maritza comenzó a caminar hacia la salida, y sus dos guardaespaldas la siguieron al instante. El silencio en el aula me permitió admirarla por un momento: su caminar firme, su porte arrogante pero elegante, y esa aura de confianza que la rodeaba, como si el mundo entero estuviera a sus pies. La forma en que se movía era cautivadora, casi como si estuviera desafiando a todos los demás a seguirle el ritmo. Mi mente no podía dejar de preguntarse qué pensaba en realidad, qué ocultaba tras esa fachada tan perfecta.
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Editado: 16.03.2025