Dejamos todos los equipos en la empresa de Suiza, el lugar donde, según los informes, habíamos llegado antes. La operación salió tal como esperaba: exitosa, rápida y precisa. Mis hombres se encargaron de asegurar que todo quedara en su lugar mientras yo, con mi mente completamente enfocada en la misión, no perdí tiempo en hacer nada más que supervisar que los equipos fueran entregados sin contratiempos. Pero, aunque todo salió bien, ahora estoy de regreso en el jet, rumbo a Argentina. La misión en Europa terminó y, a pesar de la satisfacción de haber recuperado lo perdido, el cansancio empieza a pasarme factura.
Han pasado horas sin dormir. El vuelo de regreso me da tiempo suficiente para reflexionar sobre lo sucedido, pero las largas horas sin descanso ya están afectando mi cuerpo. La fatiga se siente como un peso constante sobre mis hombros, y aunque mi mente sigue alerta y mi pulso firme, hay algo que me dice que este cansancio es solo el principio. A través de la ventana del jet, observo el cielo gris que se extiende frente a mí, un mar de nubes que parece reflejar la quietud en mi interior.
La falta de sueño comienza a hacer estragos en mi cuerpo. Mis ojos, que suelen mantenerse abiertos con facilidad en momentos de tensión, empiezan a sentirse pesados, y mi mente, que antes estaba enfocada al 100%, ahora se pierde por breves segundos en pensamientos fugaces. Las luces suaves del jet y el sonido constante del motor me adormecen poco a poco, pero mi disciplina me obliga a mantenerme despierta.
-Solo unos minutos más, solo unos minutos más y estaré en casa- pienso, como un mantra para no ceder a la necesidad de dormir. La idea de llegar a Argentina me mantiene en pie. El recuerdo de la casa, de mis hombres esperándome, de la familia que aún tengo por proteger, me da fuerzas para seguir. Pero no puedo ignorar el agotamiento que siento en mis huesos. El cansancio se acumula en mis músculos, y mi mente, aunque clara, empieza a pedir descanso.
Me acomodo en el asiento del jet, ajusto el cinturón y cierro los ojos por un momento, solo para descansar un poco la vista. El ambiente es silencioso, salvo por el suave zumbido del motor. Los recuerdos de la operación y las decisiones que tomé en cada paso siguen dando vueltas en mi cabeza. Cada vez que cierro los ojos, una imagen de los hombres caídos en el suelo, las cajas intactas, y la sangre derramada parece asomarse, pero me resisto a ceder. No ahora, no cuando aún tengo una misión que cumplir.
-Voy a necesitar más que unas horas de sueño cuando llegue...- murmuro en voz baja, consciente de que mi cuerpo no va a aguantar mucho más sin descanso. A pesar de todo, la adrenalina de la misión todavía corre por mis venas, manteniéndome despierta y alerta. No puedo permitirme relajarme hasta que haya llegado a mi destino final.
El jet avanza en su curso hacia Argentina, y mientras miro por la ventana, me doy cuenta de lo lejos que he llegado, no solo físicamente, sino también en lo que respecta a mis propios límites. Las horas sin dormir, las decisiones difíciles, las vidas que se han cruzado en mi camino... Todo está alcanzando su punto máximo. Y aunque el agotamiento me consume, sé que aún tengo mucho que hacer, mucho que recuperar, mucho que vengar.
Pero por ahora, solo quiero cerrar los ojos por unos minutos, dejar que el silencio del jet me envuelva, y prepararme para lo que vendrá una vez que toque tierra en casa.
Dormí las doce horas completas del vuelo de regreso. Cuando finalmente desperté, el jet ya estaba descendiendo hacia Argentina. Estaba exhausta, pero no podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido. Había pasado tanto tiempo en ese viaje, lidiando con la misión y los problemas que surgieron en el camino, que ni siquiera me había dado cuenta del cambio de horario. Todo el cansancio acumulado me había golpeado al llegar, y aún tenía que lidiar con lo que quedaba por hacer.
Una vez que el jet aterrizó, tomé la moto y me dirigí a casa. Aparqué en el garaje, con el sonido del motor apagándose como una melodía familiar. Entré a la casa, y lo primero en mi mente era tomar una ducha para quitarme la fatiga acumulada durante esos días. Había tardado tres días en esta misión, y la falta de sueño había comenzado a pasármela factura. Los cambios de horario y la constante tensión de la operación me dejaron sin apenas descanso.
Salí del garaje y vi a Nick, quien estaba esperando, como siempre, atento a mis movimientos. Lo llamé, y en cuestión de segundos estaba frente a mí.
-Nick -lo llamé con firmeza.
-¿Sí, señorita? -respondió, su tono profesional como siempre.
-Consígueme el número de Eros Snif -le dije, recordando aquella vez en la universidad cuando nuestras vidas se cruzaron.
-Sí, señorita -respondió, y con un asentimiento, se fue rápidamente a cumplir la orden. Yo, mientras tanto, me dirigí a mi cuarto para descansar un poco y, por supuesto, tomar ese baño tan esperado.
Entré en mi cuarto, dejé el arma en la cama y me dirigí al baño. Me sumergí en la tina llena de burbujas, disfrutando de cada momento de tranquilidad. Estuve una hora en la tina, relajarme me hacía falta, y aunque mi mente seguía alerta, mi cuerpo necesitaba un respiro.
Al salir, me envolví en una toalla, con mi cabello recogido en una moña para no mojarlo. Entré al closet y me cambié. Elegí una camisa negra de mangas largas con los hombros descubiertos, combinada con una falda negra a cuadros blancos, grises y negros. Me sentí cómoda, aunque el cansancio aún se notaba en mis movimientos.
Salí del closet y justo cuando me dirigía a la cama para revisar mi teléfono, escuché que alguien tocaba la puerta.
-Pase -dije, y Nick entró con un papel en la mano.
-Gracias -tomé el papel y era el número de Eros, el Dios Griego, como le solía llamar.
-Puedes retirarte -le dije, y él asintió antes de salir del cuarto.
Ahora que tenía el número, me senté en la cama y envié un mensaje rápido a Eros, con la intención de ponerme en contacto con él de inmediato.
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Editado: 16.03.2025