Entro al cuarto con una camisa en las manos y se la lanzo hacia Eros.
-Póntela -le digo con firmeza, y él asiente mientras se coloca la camisa sin decir palabra alguna. Es un movimiento tan natural de su parte que casi me da la sensación de que siempre actúa de esa manera en mi casa. A los pocos minutos de silencio, escucho el pequeño murmullo de la niña despertando. Se restriega los ojitos con las manitas, y al hacerlo, luce aún más linda de lo que ya es. Su carita despeinada y esa actitud inocente me derriten un poco por dentro, no puedo evitar sonreír al verla tan vulnerable. Me acerco lentamente a su cama para no asustarla.
-Buenos días -le digo en un tono suave y cálido, esperando que no se sienta incómoda. Ella parpadea varias veces, sus ojos brillando mientras me mira, y asiente tímidamente.
En ese momento, la puerta de mi cuarto vuelve a sonar.
-Pase -digo, sin apartar la vista de la niña. Tres empleadas entran al cuarto con tres bandejas de desayuno, cada una variando en su contenido. Las bandejas están repletas de frutas frescas, jugos naturales, panecillos, y panqueques esponjosos. No puedo evitar notar cómo la niña se queda mirando todo con asombro, como si no pudiera creer que tiene una mesa tan llena de comida frente a ella. Sus ojitos brillan con un brillo casi mágico, algo que solo los niños tienen.
-¿Tienes hambre? -le pregunto, sonriendo con cariño mientras me agacho para estar a su nivel.
-Sí -responde ella con suavidad, mirando todo lo que tiene frente a ella con ojos llenos de curiosidad. Sus ojos azules son tan profundos que me resulta difícil apartar la vista de ellos. En ese momento, me doy cuenta de lo mucho que se parece a un ángel, tan pura y perfecta.
-Pues come lo que gustes -le digo, extendiendo mi brazo hacia las bandejas. Las sirvientas dejan las bandejas con cuidado sobre la cama, a los pies de la niña, y luego se retiran respetuosamente.
Yo también tengo hambre, por cierto -se queja Eros, levantando las cejas mientras observa todo lo que hay sobre la cama. Ruedo los ojos, ligeramente cansada de sus bromas matutinas.
-Hay comida de sobra, Eros, no te quejes -le respondo en tono serio, pero con una leve sonrisa. La niña, al escuchar nuestra conversación, suelta una risa suave y despreocupada que llena la habitación de una sensación de calidez. Luego, empieza a tomar un sorbo de jugo de naranja, disfrutando claramente del sabor fresco.
-Está rico -dice ella, sonriendo mientras saborea el jugo. Me siento aliviada de ver que, aunque no sabe mucho de su entorno aún, parece sentirse cómoda en este espacio.
-Y espera a que pruebes los panqueques -le digo con una sonrisa cómplice. Los panqueques caseros son uno de mis platillos favoritos, y sé que a ella también le gustarán. Sus ojitos se iluminan aún más al escuchar la palabra "panqueques", y no puede esperar para atacarlos. Da un bocado grande y su rostro se ilumina con una enorme sonrisa de satisfacción.
-¡Están deliciosos! -dice ella, tomando otro bocado y comiendo con mucho más entusiasmo.
-Me alegra que te gusten -le respondo, sonriendo mientras también pruebo un trozo de panqueque. Mi estómago da un pequeño gruñido de satisfacción. Mientras mastico, observo a Eros de reojo, quien, al ver la alegría en la cara de la niña, también toma un bocado y asiente con una sonrisa.
-Sí, están muy buenos -comenta Eros, con tono serio, pero su expresión revela que está disfrutando tanto como todos.
Nos quedamos en silencio por unos momentos, todos concentrados en la comida, pero la tranquilidad en la habitación es reconfortante. Escucho cómo la niña sigue disfrutando su desayuno y me da un pequeño respiro, al menos por ahora. Me siento feliz de que, por una vez, la vida no me esté arrojando problemas encima, y en lugar de eso, tengo a una niña a la que cuidar, darle amor y seguridad. Aunque todo esto comenzó en circunstancias extrañas, me doy cuenta de que en el fondo quiero darle una oportunidad para ser feliz.
-¿Te gustaría que te enseñe a preparar algo más? -le pregunto, mientras ella se detiene un momento para mirar su plato con una mirada curiosa.
Ella me mira y, con una pequeña sonrisa traviesa, asiente con la cabeza.
-¿Qué vamos a hacer después? -pregunta, sin dejar de sonreír, mientras toma un bocado más de su desayuno.
-Lo que tú quieras -le digo, sonriendo con ternura.
Todos desayunamos tranquilos, disfrutando de la compañía y de la deliciosa comida. Después de un rato, nos levantamos y comenzamos a jugar entre los tres, la pequeña Trixie, Eros y yo. La atmósfera es relajada, divertida, y por un momento, todo parece perfecto. De repente, Eros mira su reloj y su rostro cambia ligeramente.
-Tengo que irme -dice Eros con tono resignado.
-¿Por qué? -pregunta Trixie, viendo que Eros ya está empezando a ponerse de pie.
Trixie, que parece ser de Estados Unidos, está muy interesada en la razón de su partida. Aunque no sé muy bien cómo terminó con los italianos, no me atrevo a preguntarle. Todo lo que sé es que no es mi asunto.
-Tengo cosas que hacer, pequeña -le responde Eros, sonriéndole con dulzura mientras se agacha para estar a su nivel-. Pero te prometo que volveré mañana a jugar contigo.
Trixie no puede evitar sonreír de emoción, dando saltitos de felicidad.
-¡SÍ! -exclama, levantando los brazos como si hubiera ganado una medalla.
Eros sonríe ante su emoción y, al volverse hacia mí, dice:
-Bien, me voy -y se acerca para darme un beso en la mejilla cerca de los labios, algo que parece espontáneo y lleno de cariño.
-Adiós, idiota -le respondo, y él suelta una risa alegre.
Se da vuelta y sale de mi habitación. Apenas la puerta se cierra, Trixie se asoma con una expresión traviesa.
-¡Ay, amor! -dice de forma juguetona, con una sonrisa que muestra una mezcla de picardía e inocencia.
La fulmino con la mirada, pero ella solo se encoge de hombros, sin inmutarse. Luego, suelta una risa suave.
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Editado: 16.03.2025