—¡No, no, no, por favor! —Mis gritos parecen desgarrar mi garganta desde lo más profundo, pero no puedo detenerme—. ¡Por favor, no le hagan daño!
Nadie me escucha, o simplemente me ignoran. Un dolor punzante me atraviesa las costillas, como si me hubieran apuñalado con una hoja especialmente forjada para destruirnos.
Malditos humanos. Debería haberlos exterminado a todos cuando tuve la oportunidad.
Ahora entiendo que la piedad no es un lujo que debería haberse concedido tan fácilmente, y estamos pagando las malditas consecuencias.
Me obligan a caer de rodillas, las manos atadas a la espalda con cadenas que no puedo romper. No sé de dónde los humanos sacaron esto, ni cómo descubrieron nuestra debilidad, pero si logramos salir de esta, juro por todo lo sagrado que los borraré del mapa.
Ella está frente a mí, la cabeza baja. Siento su dolor, lo llevo en mi corazón, en cada rincón de mi cuerpo. Poco a poco, su voluntad se apaga, deslizándose fuera de ella. Levanta la mirada con la poca fuerza que le queda y, cuando esos hermosos ojos violetas se enfocan en mí, mi mundo colapsa. Se está rindiendo.
—Te amo —dice, su voz quebrada en mil pedazos.
Enloquezco. Forcejeo con cada pizca de fuerza que me queda, pero es inútil. Ellos me tienen completamente sometido. Me levanto solo para caer de nuevo, incapaz de sostenerme en pie.
—Por favor, por favor... —suplico—. No te rindas, amor mío, mi diosa, mi reina. Te necesito... Lucha por nosotros, solo un poco más.
—Ya no me quedan fuerzas, amor...
Uno de esos malditos humanos se coloca detrás de ella, y el poco rastro de sangre que aún corre por mis venas se congela. Ellos lo saben. Malditamente lo saben. Ella es vital para nuestro mundo. Sin ella, todo lo que conocemos se hundirá en la oscuridad... igual que yo, si es que tengo un alma.
Con un esfuerzo desgarrador, me impulso sobre mis piernas y me lanzo sobre el humano que me sujeta por los hombros. Golpeo con brutalidad, y aun con las manos atadas, me arrojo contra el que está acechando detrás de ella, listo para atacar. Ambos caemos al suelo, forcejeamos. La espada se desliza fuera de nuestro alcance, así que hago lo imposible por mantenerlo a raya. Le piso las rodillas con toda mi fuerza, obligándolo a quedarse en el suelo. Su grito torturado me proporciona un mínimo consuelo.
Oigo su grito y me giro, desesperado por ayudarla, pero ya es demasiado tarde. Un hombre, el triple de su tamaño, la sujeta por el cuello y, en un parpadeo, atraviesa su pecho con una espada afilada.—¡NOOOOO! —Un hilo de sangre desciende por la comisura de sus labios, y con ello, siento cómo mi vida se apaga. Me arrastro hacia ella, la abrazo con todas mis fuerzas, rogando no perderla, pero ya es demasiado tarde. Cuando aparto su cuerpo de mi pecho, sus ojos violetas están apagados, fríos. El color vibrante que tanto amaba ha desaparecido, dejando solo un gris que se acerca al blanco. Su mano, temblorosa, roza mi rostro, limpiando las lágrimas que no puedo detener, como si quisiera consolarme... pero ya no hay consuelo. Ya no queda nada.
Veo cómo su mano cae pesadamente, y la última chispa de vida la abandona, dejándome con un cuerpo frío entre los brazos.
Me lo han arrebatado todo. Ella lo era todo para mí. Siento cómo el dolor me consume desde el interior, desgarrando cada fibra de mi ser. Apenas puedo respirar. Me estoy ahogando. No puedo, no quiero vivir sin ella. Ni siquiera puedo imaginarlo. El llanto me sacude sin control. La fuerza abandona mi cuerpo y caigo de espaldas, aferrado a ella. No la dejaré ir. Me quedaré con ella hasta el último aliento.
—Siempre te amaré —le susurro al oído, aunque sé que ya no puede oírme. Dejo que la oscuridad me envuelva, ya sin deseos de seguir viviendo en esta miserable existencia