¿Qué harías si alguien que te hizo daño regresa y te encara diciendo que lo siente?
Era Lunes en la mañana cuando mi mamá, René y yo acordamos con salir para comprar algunas cosas para preparar en la cena y tener para la semana. Las tres ya estábamos listas y decidí adelantarme para meter nuestras cosas al coche, como las carteras, celulares y gorras. Me quedé afuera del coche esperando a que ambas bajaran y así no rostizarme dentro. Las madres pasaban junto con sus escandalosos retoños y entre toda esa multitud de risas y anécdotas, que ni poniendo atención entendías, lo vi.
Cruzado de brazos hablando con unas señoras rojas hasta las orejas y riendo con lo que sea que les dijera mientras sus crías corrían de un lado al otro. Casi quería sonreír de la manera más sádica que mi organismo me permitiera mientras era comida por la ansiedad. Quería abrazarme por darme cuenta que mi corazón y mi mente lo había perdonado. Y lo sé porque de lo contrario hubiera llorado recordando cómo alguna vez dormí en el puto piso o las veces que conocí a sus novias e hijos. Al final, se terminó volviendo en algo que él mismo se esmeró en ser, un desconocido.
—¡Jane!, —volteo hacia mi madre y la veo verme con una gran sonrisa. Ella también estaba feliz. —¿Nos vamos?
La veo con la intención de presumir que ya tenía auto, pero yo solo lo ignoro. No me interesa que sepa lo bien que vivo, lo bien que estoy o por lo que he pasado. No me importa en lo más mínimo recuperar el tiempo perdido, porque al final, eso es..., perdido. Si se fue con una gran sonrisa, se lo agradezco.
Lo veo por la ventana y este se queda petrificado al hacer contacto visual conmigo, su hija "consentida" a quien le dio tantas promesas y solo una cumplió, regresar. Lo observo neutra, como a los demás que ni sabía de su existencia. Te agradezco que te hayas ido con una sonrisa, en verdad, en verdad te lo agradezco. Me rompiste desde que tenía cuatro años de tantas formas que ahora que te veo ahí, rojo, con los ojos temerosos y atentos a cualquier acción que haga, no siento nada. No hay lástima, no hay dolor, no hay ira, no hay tristeza..., no sé por qué regresaste, aquí ya no hay ni habrá nada para ti.
Crecí con mi madre ocupando el papel de ambos y aunque esa parte masculina aun es requerida dentro de mí, inconscientemente, no pretendo que tú seas quien la llene. Ya no eres suficiente, ni siquiera lo mínimo.
—Y espero que te acuerdes de mis palabras, José. —Miro hacia mi madre que tenía los ojos rojos por haber llorado. ¿En qué momento pasó? —"Mirame y mírame b-bien..., —la escucho sollozar mientras sonríe orgullosa de sí misma, —porque será la última vez que me verás así."
Y ¿cómo es así? Derrotada, desnutrida, cansada y dirigiéndose a él.
Cada una tiene una promesa silenciosa que solo una misma conoce. Son esas promesas que haces cuando tocas fondo, estás al borde, a la deriva, sin saber si te encuentras en medio, al inicio o al final de algo. Solo te queda continuar hacia la única dirección que bien conoces, adelante.
Avanzamos de poco a poco y lo veo darse la vuelta para seguir hablando, pretendiéndo que no nos vio. Es como si en un juego de ajedréz donde nosostras tenemos el turno en mover y a la Reina como última pieza, él se ponga a burlarse teniéndo a un simple peón. Moviste mal tus piezas y ahora solo te queda vernos subir.
Y eso pasa cuando decides enfrentarte a alguien que pensaste que su cuerpo ya estaba contra el piso cuando en realidad su rostro nunca lo tocó, entonces, te distraes, mofándote del estado débil y vulnerable en el que se encuentra el cuerpo y en un parpadeo una mordida que termina arrebatándote hasta las esperanzas.
—Recuerden, —ambas miramos a mi madre sonriente, —no les deseamos nada malo a las personas, solo les deseamos todo lo que ellos a nosostras, multiplicado por mil.
Y lo disfrutamos. Al final, el karma, la causalidad o como se le quiera llamar, es asombrosamente satisfactoria. Es lenta, como un veneno, y letal como una bala al corazón.
Sus tiempos no son lentos, sino perfectos.