No podía creer en todo ese disparate ¿Y quién dominios era ese tal Víctor no se qué? Jamás en su vida había escuchado sobre esa persona, antes de llegar a ese lugar plagado de bichos raros y hadas.
-...El emperador y tú, descienden de Víctor Gregorio Wood. Todos sus descendientes poseen la misma marca, la mariposa en tu hombro. Sin embargo, me sorprende que tu marca sea mucho más acentuada tomando en cuenta que toda la rama de descendencia de la que provienes, es humana. No hay duda alguna de que eres la única que puede ayudar a restaurar el orden en GreenWood, regresar la piedra sagrada a su altar. Por eso fuiste traída aquí...- esas fueron las palabras de la Reina de las hadas, antes de que Arista cogiera sus pertenencias y se largara colocándoselas como mejor podía. Cuando se retiraba de la presencia de la Reina, el general quiso detenerla, pero al parecer Artemi había hecho algún gesto pues el general retrocedió y la dejó ir sin problemas. Las palabras resonaban en su cabeza como si quisieran grabarse en su cerebro igual que grabar un tatuaje en la piel.
No supo cuanto tiempo estuvo caminando ni cuándo o como halló la salida del palacio, porque se encontró de pronto recorriendo las calles de la ciudad de las hadas. Era una ciudad bella tal y como pudo apreciar desde lo alto cuando le llevaban con la Reina; toda de piedra caliza blanca y mármol, con el mismo estilo arbóreo del palacio, arboles de todos los estilos que se mezclaban con las estructuras, balcones con rositas trepadoras y sobre todo tulipanes en abundancia, aunque también había otras flores como las peonias; las mariposas revoloteaban por todas partes como si de un campo de flores se tratase y luciérnagas brillando ahí donde las luces de las calles no iluminaban, titilando como lucecitas intermitentes. Las calles eran de piedra con sus típicas grietas por las que se abrían paso algunos hierbajos y raíces o florecillas silvestres, a veces era como si caminara en un bosque al pasar bajo el arco que formaban los arboles, entrelazando sus ramas y evitando las luces de la ciudad, solo las luciérnagas y las flores de polen radiante iluminaban la senda. Deseó tener su cámara fotográfica consigo o al menos su teléfono móvil, pero no tenía nada de eso. Entonces contemplando asombrada a medida que avanzaba, se encontró en la gran plaza y notó aquel deterioro de antes, una estatua de alguien destruida junto a una fuente verde con solo unos pies y tobillos intactos, algunas edificaciones mostraban indicios de incendio, igual que en una guerra con sitios oscurecidos, escombros en su interior, cristales rotos... Algunas estaban en restauración más allá.
No solo eran las edificaciones sino las hadas en sí, muchas se veían enfermas, pálidas con bolsas oscuras bajo los ojos muy pronunciadas, unas tosían y otras no tenían alas mostrando solo sus escamosas espaldas. Arista escucho la risa de niños y miró hacia unos puestos de hortensias y romero. Los niños hadas revoloteaban cerca de la calle que lleva a un atestado bazar; uno de los niños descendió, pálido de repente y tosiendo, parecía muy cansado, su madre que no tenia alas llegó corriendo desde el puesto de frutas para socorrer a su pequeño, al que se le desprendieron las alas. Primero se marchitaron y dejaron de ser amarillas, fue como ver una flor marchitarse y dejar caer sus pétalos, arrugados y secos, en cámara rápida. Arista con los ojos llenos de lágrimas desvió la mirada, topándose con la del hada con alas de mariposa monarca. La había seguido todo ese tiempo desde que abandonó el salón de la Reina, primero volando cuando salió corriendo y luego caminando tras ella. No se había dado cuenta de que la seguía.
-¿Es qué no me puedo desplazar sola?- quiso saber ella, molesta- ¿Te ordenaron seguirme?
-Nadie me dio órdenes de seguirte, simplemente temía que te perdieras- dijo él.
-¡Ja!- Arista se secó las lágrimas con impaciencia, no le gustaba que la vieran llorar. No llora desde que era pequeña.
-No hagas eso- contestó él, de repente.
-¿Hacer qué?- preguntó Arista, desconcertada.
-Tener lástima, llorar por ellos- respondió el hada- si te ven llorar solo empeoras las cosas.
-Es inevitable no sentir tristeza- protestó Arista- se le desprendieron las alas como si nada, fue muy doloroso de ver. Incluso sentí el impulso de ir y abrazarle.
-Tiene a su madre para consolarle- expresó el hada, su tono de voz le pareció neutral.
-¿Por qué eres tan frío? ¿Es que son así todos aquí?- inquirió ella, tenía el deseo de patearle por su tranquila frialdad.
-¿Por qué no vuelves a ver al niño, en lugar de mirarme con cara de pocos amigos?- sugirió el hada, colocando las manos en sus hombros y volviéndola de cara al niño hada.
Arista, vio al niño sonriendo a su madre que le limpiaba con amor las lagrimas del pequeño rostro, los otros niños descendían y lo invitaban a seguir jugando, pero ahora nadie volaba.
-Es como ese dicho que dice, caemos para volver a levantarnos- comentó Arista, conmovida.
-Algo así- asintió él- lo mejor es darles ánimos y esperanzas, son pequeños y muy sensibles, si se sienten mal y los miras con lástima no se contentan, y eso los convierte en carnada para la oscuridad; así es como se forman las hadas malas. Una sonrisa será su luz en medio del sendero sombrío.
Ella miró nuevamente a su alrededor y vio que aunque las hadas que parecen enfermas o no tienen alas, sean jóvenes o adultos, se esforzaban por ayudar a otros como la restauración de aquellas estructuras.
-Es cierto, no obstante, con el tiempo esas hadas mueren y no viven tanto como otras o como solía ser antes, incluso algunas mueren pocos días después de nacer- expresó el hada, de repente. Había un deje de una lejana tristeza en su voz, pero se mantenía firme.