Las voces cayeron sobre ella como una bofetada en cuanto recuperó medianamente la consciencia, sacudiéndola y aporreando su mente con todo tipo de preocupaciones y obsesiones. Kath inhaló bruscamente y se llevó las manos a la cabeza, concentrándose en apartar los pensamientos ajenos y levantar la muralla mental que siempre la ayudaba a mantener la cordura.
Contó hasta diez, estabilizó su respiración y se imaginó un gran muro de piedra entre ella y el resto del mundo. Entre ella y todos los problemas de los demás que no le concernían. Poco a poco las voces fueron menguando hasta convertirse en un susurro apenas audible en la parte posterior de su cabeza, diminutas y difusas. Kath suspiró de alivio. Normalmente era capaz de hacerlas desaparecer por completo, pero aquel día el poder de la Niebla era especialmente intenso. Lo sentía recorriéndole las venas, atravesando cada rincón oscuro de su mente, en los vestigios de la pesadilla que sabía que había tenido, aunque no la recordara.
Se enderezó en su silla y dejó de masajearse las sienes. ¿Qué había estado soñando? Recordaba la angustia que había sentido, recordaba la sensación de que iba a morir. ¿Pero por qué? ¿Qué había pasado? Le costaba seguir sus propios pensamientos, constantemente se colaba algún susurro que la confundía y la mareaba aún más.
Pero ese era justamente el punto, ¿no? Aquel día se había despertado con una peculiar predisposición para la telepatía. Había decidido investigar lo que ocurría en sus sueños, y algo había salido mal.
Lo cual, francamente, no era una sorpresa. El mundo de la Niebla últimamente era un caos absoluto. Todas las noches le costaba conciliar el sueño sólo de pensar en los horrores que soñaría en cuanto se quedara dormida. Y todos los días despertaba con migraña y con la sensación de que había ocurrido una desgracia. Mike seguía insistiendo en que mejoraría pronto, pero ya habían pasado tres meses y sólo parecía empeorar.
–Foster –escuchó que la llamaba la voz nasal del señor Collins, arrancándola bruscamente de sus devaneos y provocando que su concentración flaquease. Escuchó aquella palabra taladrando en las mentes de todos sus compañeros, que hasta hace ese momento vagaban en fantasías de todo tipo, tan adormilados como ella misma.
Kath levantó la mirada con torpeza, mareada y con la migraña en aumento, y la posó sobre el ceño fruncido del maestro. Casi se sorprendió de encontrarse en el salón de clases, tan cotidiano y soso, cuando su mente se sentía tan lejos… Parpadeó para centrarse y se preparó para la batalla. Bostezó deliberadamente en la cara de Collins.
–¿Sí? –inquirió. Por supuesto, ya sabía hacia dónde iba aquella conversación. No sólo porque bailaba en las mentes de ambos, sino porque era una reproducción de unas cuantas otras. Una de ellas había ocurrido esa misma semana.
El señor Collins frunció la nariz con desagrado. La sola presencia de Kath lo hacía enfadar.
–¿Le gustaría ir a casa a dormir la siesta?
Sí.
–Estoy bien –repuso ella, cada vez más tensa. Su madre había dejado muy en claro que no podía permitirse volver a meterse en problemas. Estaba en período de prueba. El director ya había sido bastante indulgente al permitirle quedarse para el nuevo año.
El señor Collins le dedicó una sonrisa sardónica.
–¿Puede repetir lo que estaba diciendo hace un momento?
La voz de su madre repetía en su cabeza: No respondas mal. No te metas en problemas.
–Me preguntó si quería ir a casa a dormir la siesta –replicó. Casi sintió como si las palabras las hubiera dicho otra persona, las escuchó con mayor intensidad en las mentes de sus compañeros que con sus propios oídos. Le estaba costando demasiado ser prudente ese día. Pero es que el señor Collins sabía que padecía un trastorno del sueño que le impedía estar centrada en clase (o, más bien, lo que los médicos habían dicho que era un trastorno del sueño. Ellos no estaban ni cerca de saber la verdad). Todos los profesores lo sabían. Tenía un certificado médico. El señor Collins sólo quería humillarla. La había odiado desde el principio–. ¿Lo olvidó tan pronto?
Unos cuantos alumnos la miraron escandalizados. Algunos admiraban su rebeldía, a otros les parecía una estúpida pretenciosa. Otros tenían demasiado sueño como para que les importase. Ninguno dijo una sola palabra. Lo normal.
Las fosas nasales del maestro se abrieron y dejó escapar un bufido. Kath reconoció aquel gesto como un intento de calmarse a sí mismo. La ponía de mal humor admitir lo bien que conocía sus expresiones.
–Es la segunda vez esta misma semana que se duerme en clase de Historia. Es la quinta vez desde que comenzó el período escolar que se duerme en mi clase y sólo comenzó hace dos semanas. ¿Qué tiene que decir al respecto?
Kath se sentó derecha. No iba a permitir que aquel enano presumido la dejara en ridículo de nuevo. Se había mordido la lengua todas las veces anteriores, no iba a hacerlo todo el año. Al demonio el director y su indulgencia, ya le gustaría ver cómo le sentaba ser incapaz de dormir más de dos horas diarias y luego tener que padecer esa asquerosa materia con un profesor todavía más despreciable.
–Que tiene un excelente manejo de los números. Debería enseñar matemáticas en lugar de Historia.
El señor Collins se quedó perplejo. Sus facciones casi volvieron a la normalidad incluso.
–Estoy impresionada –continuó Kath con esa sonrisa descarada que sabía que Collins detestaba.
–Detención. –Se limitó a escupirle él a la cara. Luego volvió al frente de la clase. Tenía que admitir que estaba madurando, antes conseguía exasperarlo más.