Grietas en la Niebla

Primera Parte: Capítulo 3

 

Cuando Kath terminó de limpiar todos los pupitres que le había encajado la señora de la limpieza (más alegremente de lo que le hubiera gustado) y salió al patio central, había alguien esperándola. No era Mike, como ella había supuesto, sino Kevin Smith, enorme y fornido y balanceando las piernas que le colgaban del muro alto en que estaba sentado. Saltó apenas la vio y la alcanzó sin esfuerzo.

–Kath –exclamó–. ¿Cómo estás?

Kath lo miró con una ceja enarcada, sin dejar de caminar.

–Deseando que me dejes en paz, Kevin.

Kevin Smith llevaba enamorado de ella desde la primera vez que pisó Ravenna High School. Era el hermano menor de Janneth Smith, que la despreciaba, y era un dual muy poderoso capaz de atrapar a las personas en ilusiones tan consistentes como las de una quimera. Por suerte, Kevin era relativamente inofensivo y se contentaba con perseguirla en los recreos e invitarla a fiestas con sus amigos de rugby a las que Kath nunca aceptaba acompañarlo.

Aunque eso no lo volvía menos exasperante. Kath se acomodó la mochila al hombro y siguió avanzando. ¿Dónde estaría Mike? ¿Se habría ido sin ella?

–Espera, espera –Kevin alargó un brazo, pero no se atrevió a tocarla. Kath sospechaba que le tenía miedo–. Tengo que decirte algo importante.

Con un suspiro, Kath se detuvo y lo miró, sopesando si debía escucharlo. El problema era que en realidad Kevin no le desagradaba. Era excesivamente entusiasta y torpe, pero no era un imbécil como su hermana, así que a Kath le costaba ser cruel con él. Era como un cachorro gigantesco demasiado alegre que va rompiendo todo con su cola sin darse cuenta.

También era leal como un perro, y cualquier cosa que ella pudiera decirle, iría corriendo a contárselo a Janneth.

–¿Qué pasa? –preguntó con un suspiro.

–Eh… –Kevin se miró los zapatos y jugueteó con sus manos, sin saber cómo seguir–. ¿Has…? ¿Descubierto algo recientemente? ¿Sobre, ya sabes, las grietas?

Kath lo observó con los ojos grandes por la sorpresa. No sabía por qué, pero había supuesto que las grietas no le molestarían tanto a Kevin, que de alguna forma Raissa Beaulac compartiría ese extraño superpoder con él… Pero ahora que se fijaba mejor, podía ver las bolsas oscuras bajo esos ojos siempre risueños, podía ver que se encorvaba un poco por el cansancio.

Sintió curiosidad por lo que habría soñado para decidir pedirle consejo a ella. Pero se recordó que leer su mente no era factible, que él podía engañarla sin esfuerzo y ella no se daría cuenta. Kevin era un mentiroso profesional.

Kath echó un vistazo a su alrededor, asegurándose de que no hubiera nadie cerca. Y justo entonces se abrió la puerta de la enfermería al otro lado del patio, y Mike y otro chico salieron de ella charlando entre sí. Kath se lo quedó mirando, perpleja, por encima del hombro de Kevin. ¿Desde cuándo Mike pasaba el rato con otros alumnos? Mike le devolvió una mirada impasible, enarcó las cejas al reconocer a su acompañante, y se encaminó en su dirección.

–¿Por qué? –preguntó Kath cautelosamente–. ¿Soñaste algo interesante?

Kevin se encogió de hombros.

–No diría que interesante. Básicamente fui el desayuno de un grupo de quimeras.

–Ah, ¿también tú? –luego se detuvo en seco. ¿Y eso? ¿Había recordado algo del sueño? O quizás había percibido algo de los recuerdos de Kevin… Le pareció oír en su mente, a lo lejos, la risa chirriante de las quimeras. Y agua, como una tormenta. Sacudió la cabeza para centrarse, ahora no era el momento–. Qué extraño. No sabía que a ti también te afectaban.

–No suelen hacerlo… pero –se encogió de hombros–, ya sabes, las cosas ya no tienen sentido.

Kath suspiró.

–La verdad es que no sé nada, Kevin, sólo estoy tratando de sobrevivir, igual que todos.

Kevin asintió con tristeza.

–Y si lo supieras tampoco me lo dirías, ¿no? –repuso él, arrojándole a la cara las palabras que ella le había dicho ya tantas veces. Kath se encogió de hombros, sin saber qué más decirle. No era su culpa que siempre que ella le había contado algo, él fuera a contárselo a su hermana para que luego lo volviera en su contra.

Pero justo cuando se iba a despedir de Kevin, apareció la mismísima Janneth Smith bordeando el muro del jardín, con tres libros bajo el brazo y una mueca de fastidio adornándole el rostro blanco como el de un fantasma. Kath se puso tensa.

–¿Ya terminaste? –le siseó a su hermano, entregándole bruscamente los libros para que se los llevara–. No puedo estar escondiéndome cada vez que quieres coquetear con chicas estúpidas, Kevin.

La expresión de Kath se heló.

–No estaba coqueteando –masculló Kevin, un leve sonrojo subiéndole a las mejillas.

–Bueno, sonsacando información, entonces –continuó Janneth, rodando los ojos–. ¿Te dijo algo? Te dije que no sabría nada. No sabe ni cómo funciona este mundo, ¿cómo iba a saber algo sobre otras dimensiones? Sólo pierdes el tiempo.

Kath le dedicó una sonrisa fría.

–¿Y cuánto sabes tú sobre el mundo de los sueños, eh, Janneth?

Kath sabía que al hacer esa pregunta estaba metiendo el dedo en la llaga.  Janneth podía fingir frente a los demás que la despreciaba sólo por ser mediocre e irresponsable con el colegio, pero ambas sabían que la verdadera razón era otra. Que era porque Kath tenía acceso a algo a lo que Janneth no. La Niebla era uno de esos grandes Misterios que a ella tanto le fascinaban, pero no podía verlo por sus propios ojos. Y en cambio sí que podían el idiota de su hermano y la chica rebelde con la que estaba obsesionado. Era demasiado injusto.




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