Grietas en la Niebla

Primera Parte: Capítulo 6

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¡Hola, gente! Espero que les esté gustando la historia. Les aviso que a partir de ahora estaré publicando sólo dos veces al mes. Estoy en exámenes y no tengo mucho tiempo para escribir, así tuve que reducir las actualizaciones. Todavía no estoy segura de qué días será, pero probablemente sea el 15 y el 30 de cada mes. Nada, no olviden suscribirse y comentar. :)

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Kath salió al patio a grandes zancadas. Necesitaba aire, sí.

¿Qué demonios acaba de ocurrir?

Había invadido la mente de su hermana menor por una corazonada que tuvo al ver un horno. Algo salió mal y había terminado en el suelo de la cocina. Al menos Becca estaba bien. Jamás se lo hubiera perdonado.

Qué estúpida eres.

Respiró profundamente y contó hasta veinte. Dios.

Invadir las mentes de las personas así sin más era peligroso, ella lo sabía a la perfección. Podría dañar algo irreparablemente. Podría cambiar su forma de ser, hacer que olvidaran algo, o que lo recordaran mal. Podría dirigir pensamientos y llevarlos a tomar decisiones que no serían suyas. Había tantas variables, tantos errores posibles… Había puesto el muro entre ella y el resto del mundo allí justamente por eso. Había violado su propia regla.

¿Qué pensaría Maggie de lo que acababa de hacer? Se llevó la mano a la piedrita que colgaba de su collar y suspiró. Estaría tan decepcionada.

Kath no tenía control suficiente para hacer inmersiones en las profundidades de la mente de las personas. Maggie se lo había dicho varias veces y se había ofrecido a enseñarle, pero Kath se había negado una y otra vez. Le había pedido que solamente le enseñara a bloquearlos, le había dicho que no quería saber más sobre la gente, que no quería violar su privacidad… que no quería ser un monstruo. Y Maggie se lo había concedido. Le había enseñado a levantar una muralla contra todos esos pensamientos indeseados, repitiendo una y otra vez que jamás sería una solución perfecta si no conseguía dominar las inmersiones. Siempre se colaría algo, siempre sería peligroso. Y Kath debía prometer que jamás intentaría entrar por su propia cuenta.

Y ella lo había prometido.

Se había dejado llevar. Estaba demasiado paranoica por las pesadillas y las voces y había perdido el juicio. Sabía que jamás habría hecho algo así de haber estado pensando correctamente.

Pero aun así…

Aun así había descubierto algo.

Se sentía infinitamente culpable por lo que había hecho, pero una oscura parte de sí no podía dejar de sentirse orgullosa porque había sido capaz de encontrar lo que buscaba sin que nadie saliera herido. Un corto desmayo apenas importaba comparado con su gran logro. Becca estaba bien. Kath estaba bien. Incluso le había bajado la migraña.

La mente de Becca era un caos, y como Kath no estaba entrenada en lo más mínimo para buscar cosas específicas en el subconsciente de las personas, todas sus ideas se habían abalanzado sobre ella como una avalancha en cuanto forzó su entrada, ahogándola y confundiéndola en un mar de imágenes sin sentido. Pero de algún modo había conseguido dar con el sueño. Como si éste también la hubiera estado buscando, como si éste hubiera querido todo el tiempo desplegarse ante ella.

Kath inhaló bruscamente cuando las cosas se calmaron a su alrededor. La escena se había mostrado ante ella como una película, nítida y sofocantemente real. Kath no estaba acostumbrada a las imágenes mentales tan claras, los pensamientos superficiales que ella solía pescar eran mucho más confusos y dispersos.

Se encontraba en un bosque oscuro y tenebroso. Los árboles de troncos finos se alzaban hasta perderse en el cielo, el viento agitaba sus copas con un silbido espectral y las ramas se retorcían como garras de monstruos, tan sólo esperando a que algún pobre descuidado tuviera la mala suerte de caer entre ellas. Frente a ella se encontraba un hombre de espaldas, acuclillado frente a una maraña de sombras que se confundían con las del bosque.

Un chillido de dolor le cortó la respiración. Kath se encogió en su lugar, conmocionada, y echó un vistazo al ser de sombras que se encontraba en el suelo. El sonido había sido suyo, Kath estaba segura, pero no conseguía vislumbrar ninguna forma lógica en él, no veía una boca, ni miembros, ni un cuerpo. Era como si el grito proviniera de todas sus partes difusas, como si el sufrimiento fuera tan grande que cada parte de su cuerpo protestara.

El hombre alargó una mano, lenta pero firme, y la detuvo a un par de centímetros del extraño ente. Amenazante. Esperó sin inmutarse hasta que los sollozos terminaron, y entonces habló:

–Vamos a intentarlo de nuevo, ¿sí? Necesito que me digas dónde puedo encontrar el cristal de colores. No puede ser tan difícil, se supone que tu gente lo sabe –tenía una voz suave y amable, pero también algo inestable. Era claro que este era un tema que lo ponía muy ansioso. Y estaba perdiendo la paciencia.

Kath escuchó un sonido bajo, como un resoplido o un gemido, proveniente del ente de sombras. Fue la única respuesta.

El hombre suspiró, como si realmente le desagradara lo que estaba a punto de hacer, y estiró la mano hasta posarla sobre lo que Kath notó recién en ese momento que era la barbilla del ente. Lo hizo con suavidad y dulzura, con dedos ligeros y cuidadosos. Lo miró a los ojos.

El ente comenzó a chillar, revolcándose en extrañas contorsiones imposibles para un ser humano, contrayéndose en sombras y formas pseudo-humanas, sin dejar de gimotear por el dolor. Kath se llevó las manos a los oídos, horrorizada, pero seguía escuchándolo. Mientras, el hombre tan sólo lo observaba impasible, con la mano estirada en el aire y la cabeza levemente torcida hacia un lado, como un cachorro confundido. Kath se dio cuenta entonces, y eso le provocó náuseas, de que el hombre era un dual, como ella, y que estaba torturando al ser de sombras a punta de alucinaciones dirigidas. No sabía cómo lo sabía, pero los patrones de la lógica tampoco respondían mucho a los asuntos de los sueños, así que daba igual. Se obligó a seguir viendo.




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