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¡Hola, gente! Espero que estén disfrutando las fiestas. Yo finalmente tengo vacaciones, así que estaré actualizando pronto el próximo capítulo. Espero que les esté gustando la novela. No olviden suscribirse, comentar y compartirla con sus amigos. ¡Gracias!
¡Feliz año nuevo! Nos leemos.
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Era sábado por la mañana cuando el ruido del celular despertó a Kath. Se levantó de golpe, desorientada y medio dormida, y soltó una maldición. Rebuscó entre las sábanas y almohadas hasta finalmente encontrar el teléfono y contestó con aspereza:
–¿Hola? –Carraspeó, tenía la voz ronca del sueño. Miró la hora en el reloj que tenía sobre la mesa de noche. Las diez de la mañana. Quién se atrevía a molestarla tan temprano.
–Oh, perdón –repuso una voz cantarina al otro lado de la línea. Sonaba demasiado enérgica para su gusto–. No quería despertarte.
–Demasiado tarde.
¿Por qué llamaba Danielle Webber un sábado por la mañana? Tenía mucho sueño como para elaborar la pregunta en voz alta. A esa hora su garganta sólo era capaz de soltar gruñidos.
–Bueno… –Danielle titubeó. Kath bostezó audiblemente–. Te llamaba porque el señor Rodríguez ayer nos puso una tarea para hacer en parejas. Y como no fuiste, sé que no tienes ninguna. ¿Quieres hacer el trabajo conmigo?
Kath puso los ojos en blanco. No podía creer que esta chica realmente la estuviera llamando por un trabajo del colegio. No podía creer que la había despertado para eso.
–Sí, sí, como quieras –aceptó, y se volvió a echar sobre la cama–. Lo podemos hacer el lunes después de clase.
–Oh, te llamaba justo por eso. Es que los lunes voy a clases de canto después del colegio.
Kath gruñó.
–Bien, entonces mañ…
–Y los domingos son días familiares, así que no puedo. ¿Quieres venir a mi casa y así lo hacemos hoy?
Kath suspiró profundo, irritada. Luego recordó su última interacción con Danielle. Recordó su prepotencia y espontaneidad, y sobre todo recordó los apuntes en su cuaderno de partituras. Entrecerró los ojos. De repente se sentía más espabilada.
–Sí, de acuerdo –dijo, desperezándose–. Envíame tu dirección.
***
Kath no sabía cómo había imaginado que sería la casa de Danielle, pero definitivamente no era como lo que se encontró cuando llegó a la dirección que ella le había pasado. Echó un vistazo a su celular, insegura, y luego miró de vuelta la fachada de la mansión que tenía enfrente. Era tan blanca que casi le lastimaba los ojos, con un enorme jardín delantero lleno de flores de vivos colores y césped brillante. Los filos de las ventanas eran ligeramente dorados. Llamó tímidamente al timbre y una dulce melodía resonó en el interior de la casa. Wow.
La puerta se abrió casi inmediatamente y Kath suspiró de alivio cuando vio a Danielle. No sabría qué hubiera dicho si alguno de sus sofisticados padres hubiese atendido, probablemente pensarían que venía a pedir limosna o algo así.
–¡Kath! –Danielle le sonrió de oreja a oreja, la agarró del brazo y la arrastró al interior de su rica mansión–. Bienvenida. ¿Quieres tomar algo? ¿Té o café? ¿O agua?
–No, gracias –musitó Kath, abrumada por su entusiasmo–. Tu casa es… muy linda.
–Gracias –contestó Danielle, sonriendo genuinamente–. Bueno, pensaba que podríamos hacer el trabajo en el jardín trasero. Allí nadie nos molestará. Hace un lindo día, ¿no?
Kath se encogió de hombros.
–Soy una persona más bien nocturna. Pero sí, está bien.
Danielle agarró una tetera humeante con una mano y sus apuntes de álgebra con la otra, y le indicó con un gesto que la siguiera.
El jardín trasero era incluso más alucinante que el de en frente. Era enorme y tenía todo tipo de plantas creciendo libres por todos lados, lo que podría hacerlo lucir como una selva caótica, pero no, de alguna forma se percibía cierto sentido, cierta belleza y orden en la desenvoltura de los tallos, las flores y las hojas frondosas. Parecía un portal al mundo de las hadas.
Danielle notó su admiración y se sonrojó levemente.
–¿Te gusta? Yo lo diseñé.
–Es fantástico –admitió Kath, con mucho más énfasis del que le hubiera gustado–. Siento que en cualquier momento va a salir Legolas de entre esos árboles.
Danielle rio entre dientes.
–Es bastante mágico, sí. –Acarició distraidamente un par de tulipanes y se sentó allí, en medio de su pequeño bosque privado–. Es mi lugar favorito en el mundo.
Kath siempre se esforzaba por no violar la privacidad de nadie, pero los pensamientos de Danielle eran demasiado fuertes y empezaban a colarse a su mente en contra de su voluntad. No tenía mucho contexto, pero sabía que eran recuerdos. Recuerdos sobre una mujer rubia con rizos largos y ojos brillantes. Su madre.