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¡Hola, gente! ¿Cómo va su cuarentena? Yo la verdad no muy bien, mi país está bastante afectado y honestamente mi creatividad colapsó. Pensaba subir este capítulo hace dos semanas, pero con todo lo que ha estado pasando no pude terminarlo a tiempo. Pero bueno, aquí está y espero que los ayude a distraerse un poco así como están las cosas. Cuídense mucho. Trataré de actualizar pronto.
Como siempre, no olviden dar like y comentar si les está gustando. Y ya que estamos, si se les ocurre alguna buena película para ver esta cuarentena, también acepto sugerencias. ¡Nos leemos!
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Asistir a clase al día siguiente fue un ejercicio de tortura. No sólo para Kath, ni siquiera sólo para los duales; todos la estaban pasando fatal. Estudiantes y profesores, duales y no duales. El Tajo –Kath había decidido llamar así a la Gran Grieta de la noche anterior, pues eso era lo que parecía– los había arruinado a todos.
El señor Herzog estaba haciendo todo lo posible para que la clase de filosofía fuera amena y dinámica, pero incluso él estaba padeciendo estar allí aquel día. O quizás, justamente porque no tenía energías para dictar una clase real, había decidido resolver el problema con un debate. Así tendría permitido quedarse sentado en su escritorio y mirarlos sin decir nada, tal vez hasta dormitar un poco.
El tema del debate: Prometeo. Sinceramente, Kath no recordaba mucho de la clase anterior, cuando el profesor les había explicado el mito. No estaba muy segura de por qué una historia griega de hacía más de tres mil años podría ser motivo de discusión, pero en definitiva no iba a cuestionar las ganas del señor Herzog de no hacer nada. Ella las entendía a la perfección.
Los estudiantes estaban divididos en dos equipos: los que estaban a favor de las acciones de Prometo y los que estaban en contra. Kath no recordaba el mito con claridad, pero estaba casi totalmente segura de que Prometeo era el dios que había robado el fuego de los demás dioses griegos para dárselo a los humanos. Eso era algo bueno, ¿no? Habían descubierto cómo calentarse y cocinar su comida. Sí, seguramente se habrían quemado al principio, pero eso no quita que haya sido un gran regalo, ¿verdad?
En realidad ella no eligió su bando concienzudamente. El señor Herzog designó cada lado del salón y ella, que estaba demasiado cansada como para cambiarse de sitio sólo para fingir interés por la clase, se quedó donde estaba. Así pues, aparentemente ahora opinaba que Prometeo había cometido un error. Apoyó la mejilla sobre la mano y miró a su alrededor. Su equipo era bastante reducido en comparación al que tenía en frente. Quizás, de hecho, debería haberse cambiado de lugar, ahora probablemente el señor Herzog se fijaría más en ella.
Echó un vistazo al escritorio del maestro, donde éste se hallaba casi despatarrado, con unas ojeras que le llegaban hasta el mentón y parpadeando para sacudirse el sueño. Bueno, él estaba incluso peor que ella. Kath dudaba que fuera a interesarle quién participaba y quién no.
No era ninguna sorpresa que Janneth Smith fuera la delegada del equipo contrario para abrir el debate. Se había puesto en pie, aunque eso no era necesario, y acompañaba su discurso con gestos apasionados y asentimientos de cabeza, cómo dándose la razón a sí misma.
Kath la miró apáticamente, con los ojos entornados. ¿De dónde sacaría toda esa energía? Sin duda era la única que se estaba tomando en serio la tarea.
–Sin la ayuda de Prometeo los hombres no hubieran descubierto las artes ni las ciencias, es decir, la civilización –decía en ese momento, con un tono afectado–, seguiríamos siendo hombres de las cavernas, sin poder desarrollarnos.
Uno de los chicos del equipo de Kath, Carlos García, levantó una mano lánguida y puntualizó con aire desganado:
–Bueno, pero el fuego trajo una maldición, ¿no? Fue culpa de Prometeo que luego los dioses nos enviaran todos los males del mundo con la caja de Pandora. Seríamos hombres de las cavernas, pero al menos no tendríamos tristeza ni enfermedad.
Janneth lo miró como si la hubiera insultado a ella personalmente.
–Pues esa es una idea muy mediocre. –Le soltó con frialdad. El señor Herzog se limitó a carraspear para recordarles que él seguía presente y debían abstenerse de comentarios ofensivos. Janneth alzó la barbilla–. En realidad, si lo pensamos con seriedad, ¿por qué habría de ser culpa de Prometeo que los dioses soltaran a los males en el mundo? ¿Acaso no podían decidir no hacerlo? Ellos decidieron castigarnos con el mal, así pues, ellos son el mal. Fue un acto injusto y vengativo, y lo hicieron sólo por la envidia que les daba la idea de que nosotros podamos ser tan grandes como ellos.
Carlos se la quedó mirando como un idiota, boquiabierto. Miró a sus compañeros de equipo en busca de alguien que se atreviera a rebatir el discurso de Janneth, pero ninguno parecía tener algo qué decir. Kath habló sin levantar la mano:
–Así que tú crees que los dioses son malos porque no les agradó que les robaran lo que era suyo.
Los ojos grises de Janneth resplandecieron de una forma especial cuando se posaron en ella. Le dedicó una sonrisa altiva.