¡Hola, gente! Volví, ahora sí vamos en serio. La universidad me está destruyendo, pero prometo actualizar dos veces al mes de ahora en adelante.
Por si no lo saben, les recuerdo también que estoy escribiendo otra novela, Tiempos de guerra, y les sugiero echarle un vistazo si tienen ganas de un poco de drama en sus vidas. Va de boybands, romances prohibidos, y de cómo la sociedad se esfuerza por destruir nuestros sueños. En fin, ¡que disfruten!
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Danielle avanzó con paso firme por el eterno pasillo sumido en sombras. Cada tanto aparecían puertas a los lados, de diversas formas, tamaños y colores; pero ella las ignoraba todas.
Nunca se había adentrado tanto como ahora en la Niebla. Sabía que era peligroso, Kath había sido bastante insistente con sus advertencias, repitiéndole incansablemente que si avanzaba demasiado no sería capaz de volver.
Pero Danielle no estaba asustada. No le aterraba la idea de no poder volver. Lo único que quería era que el asesino de su hermana tampoco pudiera hacerlo.
Danielle siguió su camino, ignorando las puertas que aparecían a su lado, con sus ojos imperturbables fijos en frente. No quería distraerse.
Kath le había dicho que los espectros eran seres con una gran facilidad para esconderse. Odiaban a los duales, así que en general solían encontrarse en los límites más lejanos del Pasillo de las Ramas, allí donde era improbable que alguien los molestase. Sabían muchas cosas, porque veían muchas cosas ocultos entre las sombras, pero casi nunca aceptaban compartirlas.
Por ese motivo, era el trabajo de Danielle sonsacarles la información. No podrían resistirse a ella. Había estado practicando durante los últimos días. La Danielle de dos semanas atrás estaría horrorizada de lo mucho que estaba abusando de su poder, pero ella no entendía nada. No entendía que ahora sólo había una cosa que importaba en su vida: encontrar al culpable.
Respiró hondo. Empezaba a marearse. Sentía el cuerpo débil, los ojos cansados, el aire pesado. Estaba lejos. Estaba más lejos de lo que había estado nunca.
Dio un paso vacilante y perdió el equilibrio. Estaba jadeando. Era como si de repente no hubiera oxígeno a su alrededor. Cuando halló una puerta al costado, se aferró con fuerza a la manija y entró dando tumbos.
Allí adentro el aire era menos tóxico. Aún le costaba un poco mantener una respiración estable, pero al menos no se sentía al borde del desmayo. Se frotó los ojos y miró alrededor.
Se encontraba en una especie de valle en medio de varias colinas. Había césped por todos lados, de un verde vibrante y llamativo. Los árboles eran altos y frondosos, llenos de flores de todo tipo. A su madre le habría encantado aquel lugar.
Caminó suavemente, tanteando el terreno. Kath le había dicho que cuando ella había visto a los espectros, había sido en un bosque, junto a un lago. Este parecía un lugar bastante parecido a su descripción.
Anduvo por un rato, vigilante, atendiendo a cualquier movimiento que sintiera a su alrededor. Pero el valle estaba sumido en un silencio absoluto. Mientras más avanzaba, menos oía incluso sus propias pisadas. No había brisa, las hojas de los árboles no se agitaban en lo más mínimo, no escuchaba ni su propia respiración.
Cerró los ojos con frustración y se quedó muy quieta, tan sólo oyendo, tratando de captar algún sonido. Cuando exhaló, sintió un suave rumor que provenía de alguno de los árboles junto a ella.
–Vete de aquí, no eres bienvenida –siseó la voz. Era como si el mismo viento le estuviera hablando, tan frágil, irregular e inhumano.
Danielle no abrió los ojos.
–Necesito ayuda.
El espectro bufó, Danielle sintió que su cabello se levantaba como si corriera una brisa fuerte.
–No hablaré contigo, no tienes derecho a pedirme nada. Ni siquiera deberías estar aquí.
Sólo entonces Danielle se atrevió a mirarlo. Era pálido, casi transparente, la forma de su cuerpo se perdía en el fondo, en los troncos de los árboles. Su rostro era más bien un esbozo, con trazos suaves y poco definidos, pero la expresión de desprecio era inconfundible.
–No era una petición.
Danielle sintió su poder flotando hacia afuera de una forma mucho más evidente y palpable que cuando estaba despierta. Sintió la orden emanando de ella como un disparo, letal y directo al blanco.
El espectro se estremeció ante ella, como un débil remolino antes de deshacerse en la quietud del aire.
Danielle sonrió y esperó.
–¿Q-qué quieres saber? –inquirió el ente. Su voz seguía siendo baja y etérea, pero sintió la tirantez del esfuerzo por soltarse de su poder.
Quizás no era necesario, pero Danielle forzó un poco más su orden, quería que él mismo deseara contestarle. Que él mismo quisiera hablar y decirle todo lo que sabía, que sonriera y se lo dijera con gusto. Quería poseerlo, que olvidara su propia voluntad. Danielle era ahora la única cuyos deseos importaban.