Grietas en la Niebla

Segunda Parte: Capítulo 19

----------------------------------------

Buenas, gente. Este capítulo es demasiado largo, así que decidí dividirlo en dos actualizaciones. El primero de noviembre se actualizará con lo que falta.

¡Que lo disfruten! Las cosas empiezan a ponerse interesantes.

EDIT: PUBLICADA LA SEGUNDA PARTE YA.

----------------------------------------

 

Era el sueño más extraño que Kath hubiera tenido nunca. Y eso era decir mucho.

Nunca antes había soñado en conjunto con tanta gente.

Las sesiones con Maggie eran sólo de a dos, y aunque a menudo se cruzaba con alguno de sus amigos en la Niebla, no era frecuente soñar con tantos a la vez. Doce fenómenos con poderes indeseados, quietos, alerta, a la espera de un ataque.

–¿Y ahora qué? –preguntó Nathan, cruzado de brazos, envuelto en un buzo demasiado grande para él.

Kath había sido la última en unirse al sueño, así que algunos llevaban un rato allí ya. Especialmente tomando en cuenta que el tiempo en la Niebla corría de forma distinta que en la Tierra. Pero la meditación no era algo tan sencillo para todos, ella lo sabía muy bien, y a varios les había llevado un buen rato acceder al Mundo de los Sueños de aquella nueva manera. Únicamente cuando sintió que la mente del último de ellos lo había conseguido, ella misma se había sentado en el suelo, las piernas cruzadas, y había iniciado con las respiraciones lentas que Maggie le enseñó hacía tanto tiempo.

Ahora se hallaban en el Vestíbulo, aquel espacio oscuro y lleno de sombras, donde soñaban tanto duales como humanos corrientes, donde todo era posible y donde habitaban los peores monstruos de la Niebla, siempre al acecho.

Las zonas más profundas de la Niebla eran siempre peligrosas para los duales porque implicaban el riesgo constante de acabar separado para siempre de su cuerpo físico, pero también las zonas más cercanas a Tierra podían resultar una verdadera amenaza. Mientras más presas, más depredadores.

–Y ahora encontramos a unos cuantos monstruos con los cuales practicar. –Kath sonrió y se llevó una mano a la piedrita de su collar–. No creo que nos cueste mucho.

Como si aquella hubiera sido la frase clave, las cosas a su alrededor empezaron a transformarse. El vacío oscuro del Vestíbulo desapareció y empezaron a alzarse nuevas formas, formas que a Kath le resultaban muy conocidas.

Se hallaba en su casa de Nueva Orleans, en medio de la sala. Aquello empezaba a volverse un sueño recurrente… Kath miró alrededor. Era el hogar de su infancia, sí, pero no era exactamente como lo recordaba. Había formas mezcladas, objetos que no calzaban. Observó detenidamente el cuadro que colgaba en la pared frente a ella, el de los girasoles. Estaba casi totalmente segura de que lo habían comprado después de mudarse a Seattle.

Una voz lejana la arrancó de sus dudas. Era una voz masculina que venía del otro lado de la casa, del estudio. El corazón de Kath se encogió de dolor y sorpresa, porque la reconocía. Hacía mucho que no oía aquella voz, pues nunca le contestaba las llamadas. Hacía mucho que no lo tenía en frente.

Sus pies se movieron hasta el estudio de manera inconsciente, sólo siguiendo la voz y un camino que conocía a la perfección. Y en cuanto llegó al marco de la puerta, lo vio. Ahí estaba su padre, con su piel oscura como la de ella, la mata de rizos castaños en la cabeza, los anteojos torcidos sobre la nariz.

Se veía distinto. En la actualidad no lucía así, ella lo sabía, había visto fotos. Se había dejado la barba, había subido de peso. Pero en el sueño lucía más joven, con menos arrugas, más alegre.

–Kath, cariño –dijo, dejando el teléfono en el escritorio y mirándola a los ojos. Esos ojos color miel, idénticos a los suyos–, aquí estás.

Kath tragó saliva. Se apoyó contra el marco de la puerta y cruzó los brazos. No iba a entrar.

–¿Qué haces aquí? –le preguntó con voz temblorosa–. ¿No deberías estar en Luisiana, con tu nueva esposa?

Hugo Foster frunció el ceño ante aquello, pero no apartó la mirada.

–Quería verte a ti y a tus hermanas. ¿No quieres que esté aquí?

Kath sintió el nudo en la garganta incluso antes de que él terminase de hablar. No sabía qué responder. No, claro que no quería verlo. Incluso aunque lo extrañase con toda su alma. No lo sabía. No era su culpa que él hubiera elegido a Keiko en lugar de a Kath y sus hermanas.

–¿Dónde están Becca y Tay? –siguió él, aparentemente sin ver las lágrimas que empezaban a formarse en los ojos de Kath–. Pensé que estarían aquí.

–Yo… no lo sé. –Dijo Kath, esforzándose por no echarse a llorar allí mismo, esforzándose por recordar de dónde había venido. Y entonces se detuvo. Miró a su padre con ojos enormes y empañados–. No estaba sola.

–No, claro que no lo estás. –Le susurró Hugo tiernamente. Giró alrededor del escritorio, dispuesto a envolverla en un abrazo, pero Kath se paró en seco.

–No, espera. –Lo detuvo cuando lo tenía en frente. Su padre la miró con confusión, pero a Kath no le importaba. Estaba tratando de recordar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.