Grietas en la Niebla

Segunda Parte: Capítulo 21

 

 

Muy probablemente, casi definitivamente, Kath iba a arrepentirse de lo que estaba haciendo.

Se acomodó la mochila sobre los hombros y echó un vistazo al letrero en la esquina de la calle para verificar que se hallaba en el lugar correcto. Si era cierto lo que había visto en la mente de Isolde Alkins, una de las chicas con las que solía relacionarse Janneth Smith, estaba sólo a dos cuadras de la casa de esta última.

Hacía un lindo día. Estaba soleado, lo cual no era muy común en Seattle, y los pajaritos cantaban alegremente, agradeciendo la brisa cálida. Kath tarareaba por lo bajo, con los auriculares puestos.

La verdad era que no estaba muy segura de cuál era su plan.

Originalmente, había querido interceptar a Janneth en el colegio y exigir que le dijera qué sabía de las grietas y por qué las quimeras conocían su nombre. Kath no era estúpida, no esperaba que respondiera, pero incluso si no lo hacía verbalmente, no podría evitar pensar en la respuesta. Y ella había mejorado mucho, podría captarlo sin que le supusiera un gran problema.

Era mucho más fácil leer la mente cuando obligabas a tu objetivo a pensar en lo que querías.

Pero, aunque se la había pasado el recreo entero buscándola, no la encontró en ningún lado. El colegio ni siquiera era tan grande. La buscó en la biblioteca, en el laboratorio de ciencias, en la cafetería, e incluso en los salones en que tenía clases; pero no había rastro de Janneth Smith.

No podría preguntarles a Raissa o a Kevin dónde estaba. No quería levantar sospechas, además de que ellos, que eran duales cuya especialidad eran las ilusiones, podrían engañarla fácilmente. No podía confiar en que lo viera en su mente sería la verdad. Así que había tenido que recurrir a una segunda opción: alguno de los miembros de su soso grupo de estudios.

La primera con la que se había cruzado había sido Isolde. Así que la detuvo en medio del pasillo y le preguntó dónde estaba Janneth, y ella la miró de arriba abajo, frunciendo el ceño como si Kath fuera un gusano parlante.

La verdad era que Kath Foster no era la persona más popular del colegio. Sus compañeros preferían evitarla. Pero aun así consiguió captar información importante en la mente de la chica. La sorprendió tanto que ni siquiera pudo contenerse de hablar antes de que Isolde pudiera responder en voz alta.

–¿No vino a clase? –inquirió, extrañada. Era muy raro que Janneth faltara al colegio, lo amaba tanto como Mike. Nunca se perdía las clases.

Supo que a Isolde también le parecía extraño. Y en su mente vio que tampoco era la primera vez que faltaba en los últimos días. Hacía ya algunas semanas que decía que no se sentía bien.

No era sospechoso que estuviera enferma, no exactamente. Lo que sí era raro era que no se empeñara en ir a tomar clases igual. Iba en contra de la actitud orgullosa y obsesiva de Janneth Smith. Que faltase un día ya era curioso, que faltase varios parecía un buen punto de partida para la investigación de Kath.

¿Qué clase de enfermedad tan particular podría apartar a Janneth Smith de su lugar favorito en el mundo?

–¿Le llevarás los apuntes a casa? –le preguntó a Isolde con tono burlón. No le interesaba en lo más mínimo si alguien le estaba pasando la tarea a la convaleciente Janneth, pero, por supuesto, eso llevó inmediatamente a que la otra chica se imaginara la fachada de la casa de los Smith, así como la habitación de su amiga.

Bien. Sólo necesitaba un poco más…

–No lo necesita. –Masculló Isolde, dándose de la vuelta–. Raissa se los lleva.

–¡Espera! –No podía dejarla ahora. Estaba muy cerca. Necesitaba la dirección, necesitaba descubrir a Janneth con las manos en la masa, necesitaba saber qué estaba haciendo y por qué eso era más importante que el colegio. Tomó a Isolde del brazo y le preguntó en un susurro–: ¿Dónde vive?

La respuesta fue inmediata. Realmente era una muy buena técnica. Aunque quizás no estaba siendo muy sutil.

La soltó bruscamente. Apenas podía contenerse de salir corriendo a su casa en ese mismo instante.

–¿Para qué quieres saber? –siseó Isolde, apartándose de ella como si apestara a estiércol. Esbozó una mueca de disgusto–. Ya es bastante con que seas insoportable cuando ella está aquí, no necesita que vayas a ser insoportable a su casa también. ¿Por qué estás tan obsesionada con ella?

Y como si eso no fuera suficiente, sus pensamientos completaron toda la imagen de Kath como una chica repugnante, acosadora y perturbadora cuya única meta en la vida era arruinar la de su querida amiga Janneth Smith.

Lástima. Y a Kath que le parecía que estaban haciendo buenas migas, Isolde y ella.

Puso los ojos en blanco.

–Olvídalo. –Dijo simplemente, esforzándose por sonar como si estuviera decepcionada–. Mándale saludos de mi parte. Dile que la extraño.

Quizás era precisamente a ese tipo de comentarios a los que se refería su madre cuando decía que parecía que se esforzaba por ser desagradable.

Giró sobre sí misma y se alejó de aquella muchacha pretenciosa, y una vez que estuvo fuera de su vista no pudo evitar la sonrisa de desquiciada que se le formó en la cara.




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