Grietas en la Niebla

Segunda Parte: Capítulo 22

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¡FELICES FIESTAS, GENTE! Con este capítulo acabamos la segunda parte del libro. ¡Nos vemos el próximo año con la tercera parte! 

Qué pasen lindo :)

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El gran Gatsby estaba resultando una absoluta sorpresa para Mike. Cuando la señora Wright les había asignado el ensayo de literatura, Mike lo había anotado en su agenda con fastidio, porque ya de por sí tenía muchas otras tareas pendientes de otras materias, además de su trabajo a medio tiempo en la pizzería, además de todo el tiempo que le consumía Kath con sus ideas estúpidas. Pero ahora que había llegado a casa, preocupado por lo que sea que estuviera haciendo su amiga, que seguramente no sería nada bueno, y decidió ponerse a leer para desestresarse, había descubierto que no estaba tan mal. De hecho, quizás lo terminara ese mismo día, si no había interrupciones.

Pero las cosas nunca salían como Mike quería.

Como si lo hubiera invocado con el pensamiento, su celular empezó a sonar en ese mismo instante, vibrando en la mesita de luz por la llamada entrante. Mike se inclinó para ver el nombre en la pantalla, sopesando si valía la pena dejar de leer para responder, y descubrió que era Kath.

Suspiró y dejó a Gatsby a un lado en la cama. Sabía que ella no pararía de insistir hasta que atendiera.

–Kath –saludó fríamente–. ¿Terminaste con tu asunto importante?

Kath chasqueó la lengua al otro lado de la línea.

–Algo así. –Hizo una pausa, en la cual Mike pudo oír su respiración agitada y los zapatos arrastrándose por al acera–. Estoy afuera de tu casa.

–¿Qué? –preguntó Mike, porque no podía ser cierto. Kath ni siquiera debería saber dónde vivía.

Maldita telepatía.

Kath suspiró. O quizás solo estaba jadeando por el esfuerzo. Parecía que llevaba un buen rato caminando.

–Ya sé que no te gusta la idea, pero necesito hablarte sobre algo.

–¡Estamos hablando ahora! –siseó Mike. La voz le salió mucho más angustiada de lo que esperaba, pero es que no podía evitarlo. No se suponía que Kath estuviera ahí.

–Quiero hablar en persona.

Mike se incorporó en la cama. El libro resbaló hasta caer al suelo.

–Las cosas no tienen que ser siempre como tú quieres –masculló, furioso.

–No, es evidente que no lo son. –Volvió a suspirar. Mike oía la lluvia al otro lado de la línea, había sentido las gotas golpetear contra su ventana mientras leía ya desde hacía un par de horas. Los días soleados nunca duraban demasiado–. ¿Me abres?

Mike se lo pensó. Se lo pensó seriamente. Tenía muchísimas ganas de decirle que se fuera al infierno, que eso nunca había sido parte del trato, que no podía llegar a su casa sin invitación y exigirle que la dejase entrar. Pero la verdad era que la lluvia empezaba a sonar bastante fuerte, y Kath no vivía cerca.

Además, sus padres no estaban en casa. Todavía tenía algo de tiempo disponible antes de que volvieran. Podía escucharla por un rato, hasta que la lluvia menguara un poco, y entonces la echaría.

 Ya se había levantado de la cama, dejado el libro en el escritorio y suspirado de resignación, cuando Rachel entró a su habitación y lo miró frunciendo el ceño.

–Mike, hay una chica extraña afuera de la casa. –Anunció recelosamente, cruzando los brazos.

Oyó la risita de Kath en el teléfono.

Quizás le hubiera parecido gracioso también, de no ser porque Mike estaba muy ocupado entrando en pánico por el hecho de que Kath Foster realmente estaba en su casa.

Eso nunca había sido parte del trato. Mike nunca había aceptado la idea de tener visitas. Sí, de acuerdo, podía aceptar hacerle compañía en el colegio, e incluso seguirla y soportarla cuando se le ocurrían sus ideas absurdas y peligrosas, pero ¿dejarla entrar a su casa? ¿A donde él vivía? Con… todas sus cosas. Con toda la intimidad que ello conllevaba. ¿Permitirle conocer a su hermana menor? ¿Arriesgarse a que sus padres llegaran mientras ella estaba allí?

Trató de convencerse de que no era nada grave. La gente lo hacía todo el tiempo, ¿no? Los amigos se visitaban en sus casas todo el tiempo, él lo sabía.

Mike simplemente no estaba acostumbrado a tener amigos.

Tragó saliva.

–Es una amiga –le dijo a Rachel, aunque no sonó muy convencido.

Su hermana enarcó una ceja.

–¿Desde cuándo invitas amigas a casa? –inquirió, porque no era ninguna idiota.

Mike suspiró y cortó la llamada sin despedirse.

–¿Tienes idea de a qué hora llega papá hoy?

Rachel se encogió de hombros.

–Salió al bar con Colin, así que supongo que tardará bastante.

Era lo más seguro, aunque la pequeña posibilidad de que justo ese día decidiera volver antes, contra todo pronóstico, lo ponía de los nervios.




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