Grimshaw: El Linaje Perdido

Capítulo 01

El sofá está al fondo de la pequeña habitación tipo estudio en la posición exacta para ver la enorme pantalla plana que está justo al frente, se podría decir que de todo el apartamento solo vivo en esa reducida estancia. Voy directo al sofá una vez estoy lista para empezar con mi semana, porque sí, era un aburrido lunes, pero poco importaba que día fuese porque mi vida era totalmente ermitaña.

Me recuesto soltando un soplido de alivio como si hubiese estado haciendo ejercicio en vez de levantarme de mi cama para sentarme en el cómodo diván cama, pensándolo mejor un poco de actividad física no me sentaría mal seguro mi mamá al verme de esta forma me armaría la gran bronca de la que no tendría escapatoria. Salem, al verme salir de mi cuarto, se ubica en mi regazo mientras yo lo acaricio detrás de las orejas con mimo, tan encaprichado como siempre ronronea mientras se arrulla y busca más de mis cariños.

Sí, sé lo que probablemente estén pensado, tantos años renegando constantemente ser una bruja y poseer un gato negro como único compañero; eso es demasiado bruja de mi parte. Hasta lo nombré como el gato de la bruja Sabrina, pero eso poco me importa. El nombre me gustó y fue el mejor, a mi parecer, de todas las opciones. No quería ponerle Blackie, era demasiado dulce para un gato negro que supuestamente debía traer mala suerte, simplemente no era el nombre adecuado para mi querido Salem.

Recuerdo que hace dos años cuando entré a la tienda de mascotas estaba decidida a llevarme un perrito, sin embargo, solo me bastó una mirada para sentir una especial conexión.

No me gustaban los gatos, tenía mala experiencia con ellos, normalmente cuando me visualizaban se erizaban e intentaban arañarme. Con Salem fue absolutamente diferente, él me miró fijamente tranquilo y sereno evaluando con suspicacia cada uno de mis movimientos, por el contrario yo me acerqué al mostrador en donde atendía un chico joven y tímido a quien le pedí que me enseñara las razas de perros pequeños que poseían.

Duré una hora viendo cada animal sin que ninguno me convenciera, Marius molestaba a cada nada en mi cabeza llamándome continuamente «indecisa» siendo de poca ayuda. Estaba resignada a regresar sin ninguna mascota cuando observé al gato negro con una mancha blanca en el pecho y de tamaño era un poco más grande que un gato común. Fue imposible no llevármelo cuando adorablemente inclinó levemente su cabecita a un lado.

Fue la primera vez que un gato no intentó atacarme, en cambio se encariñó completamente conmigo. Ni siquiera tuve que pagar por él, resultaba que había llegado hace unas cuantas semanas a la tienda, que acogía algunas veces a animales callejeros para ser adoptado por alguien capaz de cuidarlos.

Enciendo el portátil sin distraerme más, reviso mi correo en busca de algún nuevo mensaje que deba leer, tal vez del trabajo, pero la bandeja principal se encuentra vacía y sin novedad alguna. Veo la hora y me extraña el hecho de no tener ningún recordatorio del artículo que debo enviar al editor de la revista en exactamente una hora.

Sin darle mayor importancia abro el archivo y releo lo escrito días anteriores, una aburrida noticia acerca de los comentarios de los consumidores respecto a incontables productos de belleza populares en el mercado. Me gusta escribir, no les voy a mentir, pero lastimosamente no este estilo de contenido, no renuncio por lo complicado que resulta buscar trabajo últimamente en la ciudad y no conseguiré ninguno tan flexible como el que poseo actualmente.

No es mi empleo soñado, pero cumple su cometido mantenerme ocupada, con la mente concentrada y no dispersa. Además… ¿quién no quisiera laborar desde la comodidad de su casa? No puedo quejarme.

Arreglo los pequeños detalles, nada que deba modificar en su totalidad. Envío el correo al editor quitándome la preocupación de entrega y prosigo con mi rutina de vaga. Me levanto, con la camisa extra grande que me llega hasta la mitad de los muslos y mis medias, a buscar un pote de helado que compré hace unos días y dejé en el olvido.

—¿Tú también quieres, Salem? —pregunto recibiendo maullidos de respuesta— Lastima que no puedas.

Regreso a mi puesto en el sofá y Salem me observa con sus tiernos ojos felinos cristalizados, sé que intenta manipularme lo ha hecho innumerables veces y no debería ceder. Pero… ¿Quién podría ignorar o negarle algo a esa ternurita?

—Ok —resoplo—, solo una lamida un poquito no le hace mal a nadie. No quiero que luego te enfermes si te doy mucho.

¿El helado enferma a los gatos?

¿Qué sé yo? Y tampoco me gustaría averiguarlo de igual forma.

No se va a enfermar.

¿Cómo estás tan seguro? Ahora resulta que me saliste veterinario.

Simplemente lo sé.

En la tapa del pote de helado coloco una cantidad considerable del mismo y lo ubico a un lado del sofá para que Salem pueda ingerirlo, no sin antes advertirle que no quiero ni una mancha.

Ya está, si se enferma te echaré completamente la culpa.

No lo hará.

Las horas pasan mientras veo un show televisivo, riéndome o insultando en algunas escenas. La pantalla de mi celular se alumbra en la mesita al frente mío notificándome la llamada entrante de mi madre.

Por un momento pretendo ignorarla y no contestar, luego veré que excusa le daré. Pero después recuerdo la insistente y perspicaz madre que poseo y contesto en el acto, unos segundos antes de que colgara.

—Hola, mamá —saludo.

—Si yo no te llamo no te dignas en saber cómo se encuentra tu mama —dice toda dramática— es que bien dicen, cría cuervos y te sacarán los ojos.

—Mamá, deja el drama —ruedo los ojos—. Yo te iba a llamar en una hora.

Mentirosa.

Tú cállate.

—Déjame ponerlo en duda.

—¿Cómo está papá? —cambio ligeramente de tema.

—Está bien —se escucha dudosa— ¿Cuándo vienes a visitarnos? Él te extraña Semi y necesita más de ti en estos meses que se acerca diciembre.



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En el texto hay: brujas, magia, poderes

Editado: 13.11.2023

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