Aunque me pese admitirlo, extrañaba dedicarme a maquillarme. Pasar minutos resaltando mis facciones y embelleciendo las que no me gustaban tanto, aplicar abundante rubor en mis mejillas y rizar y alargar mis pestañas con rímel negro. Sin duda alguna, desempolvar mis brochas y pintarme los labios de rojo intenso, como solía hacerlo años atrás, fue algo que disfruté profundamente. No creo tener la fuerza para guardar de nuevo todo esto.
—Te ves increíble —Cristel aparta la mirada del teléfono por unos segundos— No digo que antes no te vieras bien, pero...
—Ahora estoy mejor sin ojeras —bromeo, y compartimos una risa cómplice.
Cuando llegamos al club Nightmare, no estaba tan abarrotado como Cristel me había advertido. Era comprensible, considerando la fecha de inauguración. No eran los únicos que ofrecían una fiesta de Halloween, todos los clubes de la ciudad habían puesto gran esfuerzo en sus servicios. Entramos sin necesidad de hacer fila gracias a los pases que Cristel había comprado con anticipación, una adición de última hora que me sorprendió. La entrada no era discreta: telarañas decorativas colgaban del techo, varias arañas de diferentes tamaños se movían entre ellas y la puerta estaba salpicada de un líquido rojo y viscoso que simulaba sangre. Un esqueleto daba la bienvenida a los clientes, abriéndoles la puerta.
Me quedé impresionada por los movimientos tan fluidos del esqueleto. No parecía ser un simple instrumento mecánico, podría jurar que tenía vida propia, aunque sabía que eso era imposible en aquel lugar. De reojo, noté la fascinación en los ojos de mi acompañante, ella también estaba observando todos los detalles con asombro. ¿Cómo habían logrado crear esa atmósfera? Parecía sacada de un bosque embrujado.
—Disculpen —un asistente nos interceptó, obstaculizando nuestra vista— Lamento molestarles, pero por demanda del club, todos los clientes deben utilizar esto —nos mostró dos capas negras de un solo color.
—Muchas gracias —respondimos al unísono.
Una vez listas, caminamos hacia la barra, adornada con velas flotantes, y pedimos nuestras respectivas bebidas mientras continuamos explorando nuestro oscuro entorno. Por primera vez, veo a las demás personas con sus capas negras sentadas alrededor de los árboles que simulan ser mesas. Hay que darles crédito por todo el esfuerzo y trabajo que invirtieron en crear ese realismo. Parece sacado de una pesadilla.
—Esas personas parecen pertenecer a una secta —Cristel me hace señas para que mire a los árboles.
—¿Solo ellos? Nosotras también llevamos capas puestas.
—No sé —observa el techo, donde un cielo nublado está pintado— ¿No te parece extraño?
—¿Debería? —me encogí de hombros— Es Halloween, la mayoría de las decoraciones son así.
—Esto me resulta familiar —nos interrumpe el mesero, otro esqueleto, mientras sirve las bebidas— No me hagan caso, creo que son solo ideas mías.
A pesar de que más personas comenzaron a llegar y las voces se mezclaban con la música, sentía un atisbo de aburrimiento en el ambiente. Solo un grupo de personas conversaba y bebía mientras la música retumbaba en el lugar. Explicar lo que sentía en ese momento resultaba complicado: por un lado, anhelaba regresar a casa, pero por otro, la nostalgia me inundaba. De alguna manera extraña, me sentía conectada con mi pasado.
Decidimos bailar y nos unimos a la multitud en la pista. No soy buena bailando, carezco de talento para ello, aunque Cristel parece desenvolverse con movimientos coordinados. Me muevo con torpeza e incomodidad, sin sentirme realmente a gusto. Sin embargo, con la ayuda de Cristel, empiezo a soltarme sin importarme lo ridículos que puedan ser mis pasos.
—Ahora entiendo por qué estabas tan retraída —reímos mientras damos vueltas con nuestras manos entrelazadas— Eres pésima bailando.
—Tengo otras cualidades —respondo en tono divertido.
—Hablar no está entre ellas —bromea Cristel.
—Soy buena escuchando —arrugo la frente y aprieto mis labios, moviéndolos de un lado a otro mientras pienso— También escribo, soy empática, aunque no de las que consuelan; soy de las que te acompañan en tus penas.
—Entonces, si lloro, tú harías lo mismo —concluye Cristel.
—Exacto, siempre estaré ahí —afirmo.
Perdí la cuenta de los tragos que tomé, al igual que Cristel. Me siento flotando en las nubes y, tal vez, un poco mareada por las vueltas que da mi cabeza. En un momento dado, decido alejarme de mi amiga, aunque no estoy segura de cuándo exactamente dejó de ser solo una acompañante en la noche. Me dirijo hacia los baños, chocando con las personas en mi camino debido a mi urgencia por llegar.
—No deberías ir sola —me reprende esa voz masculina y ronca en mi cabeza que es tan familiar.
—Solo quiero ir al baño, déjame tranquila —respondo enojada.
—Mi deber es cuidarte, sabes perfectamente que no puedo dejarte sola —insiste.
—No me refiero a dejarte definitivamente, sino a darme un pequeño descanso de tus reprimendas —le pido.
Desde que tengo memoria, Marius siempre ha estado presente en los momentos buenos y malos. No recuerdo bien cuándo empezó, y sé que es raro tener a alguien que habla contigo en la cabeza. A estas alturas, ya no me interesa pensar en el motivo detrás de esta conexión. Me tranquiliza saber que, mientras otras personas tienen algo llamado «voz de la razón«, yo tengo a Marius y sus cantaletas interminables.