Todo comenzó una fría mañana cuando Nevin, el Grinch, se despertó por un insoportable griterío proveniente del pueblo. Era el 8 de diciembre y los frenéticos preparativos navideños estaban en su apogeo.
Harto de la diversión, Nevin se levantó bruscamente, se puso su raído abrigo y salió refunfuñando de su cueva ubicada en lo alto de la montaña. "Me voy por unos días hasta que toda esta locura termine", decidió.
Con su ceño habitual fruncido, bajó por un estrecho sendero cubierto de nieve, pisoteando con furia. Los sonidos del pueblo se iban apagando a medida que se internaba en el solitario bosque blanco.
De pronto, un inusual resplandor llamó su atención. Escondido tras un pino, divisó la fuente: un pequeño duende de brillantes cabellos dorados, vestido con un traje verde y zapatos con cascabeles. Parecía desorientado.
Nevin estaba a punto de responder cuando Blinky tropezó con una rama y cayó de cara al suelo. Nevin se quedó parado, mirándolo. La criatura se retorcía en la nieve, intentando levantarse, pero no podía. Nevin, aunque se sintió mal por él, no quería ayudarlo.
Al cabo de un rato, Nevin se cansó y decidió a levantarlo, pero en cuanto se acercó, Blinky perdió el equilibrio y ambos rodaron por el suelo. De repente, un resplandor los envolvió y desaparecieron.
Aturdido, el grinch se puso de pie y se sacudió la nieve de su abrigo. Alzó la vista y su sorpresa fue grande al hallarse en medio de una pequeña plaza rodeada de pintorescas casitas con tejados cubiertos de escarcha.
Nevin miraba boquiabierto la aldea, que no tenía rastro de las acostumbradas festividades. No había luces, ni guirnaldas, ni pinos decorados. Solo tranquilos pobladores en sobrios atuendos invernales grises y blancos.
¿Dónde rayos estaba? ¿Por qué nunca escuchó de Cantaya? ¿Cómo vuelve a su pueblo? Las preguntas rondaban su cabeza. De pronto, sintió un escalofrío; y no precisamente por el frío ambiente navideño.
Aún desconcertado, Nevin recorrió los alrededores tratando de orientarse. Blinky lo seguía alegremente, tarareando canciones con su voz chillona. Al doblar una esquina, el corazón de Nevin dio un vuelco. Allí estaban Santa Claus y la señora Claus, paseando como una pareja de abuelitos común y corriente.
Nevin palideció. El espíritu navideño no solo estaba ausente en las calles, sino también en los propios Santa Claus y su esposa. Santa siempre irradiaba júbilo por la temporada. Algo muy extraño estaba pasando.
De vuelta en la plaza central, Blinky correteaba alegremente, lanzando bolas de nieve al aire sin percatarse de la preocupante situación.
Nevin interrogó a los lugareños, pero nadie tenía idea sobre la Navidad.
Se sintió eufórico, por haber escapado finalmente de sus aborrecidos preparativos navideños. Deambulando por las calles de Cantaya, una sensación de alivio lo invadió. ¡Una aldea sin una pizca de Navidad!
Durante tres días compartió con Blinky, al principio quería estar solo, pero era imposible que el duende lo privara de su compañía. Además, se hospedaba en su casa, así que no podía evadirlo del todo. Nevin estaba contento , lejos de la Navidad de su pueblo, así que prefería soportar al inquieto Blinky.
Sin embargo, con el paso de los días, la fascinación de Nevin se tornó en inquietud. La vida en Cantaya resultaba demasiado monótona y gris. Los aldeanos llevaban a cabo sus actividades diarias mecánicamente, con semblantes marchitos y sin ánimo. Todos los días eran prácticamente iguales.
Incluso le preocupaba ver al risueño Santa Claus y su esposa varados allí, convertidos en unos aburridos ancianitos. Blinky en cambio, conservaba un dejo de alegría, para irritación de Nevin.
Una tarde, Nevin estaba sentado, aburrido y pensativo. Se preguntaba por qué nadie celebraba la Navidad en este pueblo. De repente, escuchó un ruido en el techo. Era el travieso Blinky que estaba bajando por la chimenea y se sentó frente a Nevin.
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Editado: 15.12.2023