La polilla

Les dije a los demás que esto era como un capullo de mariposa. Cuando era niña, un capullo crecía dentro de mí; lo sentía, pero no sabía qué era. Con el tiempo, comenzó a abrirse, y aunque al principio me costó entenderlo, finalmente descubrí a quién pertenecía.

Y cuando por fin se abrió por completo, pude contemplarlo.

Era un ser alado, pequeño pero hipnotizante.

Y la vi.

Era una polilla.

Una que se quedó conmigo, alojada en mi pecho, y jamás se fue.

Una que revoloteaba cuando ella se acercaba.

Que se sentía sucia y putrefacta cuando ella se alejaba.

Una que temía la luz, porque sabía que el mundo la juzgaría.

Que solo se sentía libre cuando yo hablaba con ella.

Pero que se hacía pequeña y miserable cuando mis padres la miraban.

Que se culpaba cuando otros la señalaban.

Ha sido difícil llevarla dentro de mí: desde hacerle un hueco en mi pecho hasta soportar el escrutinio por su mera existencia.

Y yo miro a las demás con sus seres alados, tan dichosas, tan orgullosas, tan libres. Veo sus mariposas, tan coloridas, tan amadas, y no puedo evitar odiarme a mí misma.

No puedo evitar odiarme por tenerla.

Por no ser como el resto.

Por amar a quien no debería.

Por sentirme sucia e impura.

Por saber que, para mí, amar siempre ha sido más difícil.

No puedo evitar odiarme por no amarla.

Por no abrazar esta pequeña pero hipnotizante parte de mí.

Por cargar con el peso de no ser feliz con este querer tan distinto al de los demás.

Por mirarme al espejo con culpa, sabiendo que Dios me hizo tan perfecta y tan amada.

Los demás me dijeron que amar a una mariposa era simple y hermoso.

Y tenían razón.

¿Por qué habría de ser difícil amar, si es tan solo una mariposa?

Tal vez porque no es una mariposa.

Tal vez porque es una polilla.

Nota del autor: Gracias por leer! No olvides seguirme en Instagram: agostine_soleil