Cuando ya no pueda más y mi alma se astille bajo el peso de mi pecado y el de los demás, correré a ti, Señor.
Cobíjame con tu manto.
Guíame y enséñame el camino que tu siervo recorrió.
Condúceme a seguir sus enseñanzas.
No pretendo ser la hija perfecta, pues jamás lo seré;
pero pretendo siempre esforzarme por ser mejor.
Muéstrame tu mundo para que pueda ver más allá de lo evidente.
Desnuda mi corazón, para que se vuelva uno con los demás seres que habitan tu tierra.
No me dejes olvidar las palabras pronunciadas en tu nombre,
para que nunca pierda mi camino.
Permíteme estar sola cuando lo necesite;
sanaré en tu tiempo y volveré fortalecida.
Rezaré al ocaso y al amanecer,
y sentiré el abrazo de tu manto sagrado.
Maravíllame con tu creación, y yo la cuidaré con devoción.
Cuando ya no pueda más y el mundo haga tambalear mi fe,
permíteme cuestionarla;
porque siempre, Señor, siempre volveré a ti.