Que nada sea tan indispensable, para así caminar a paso ligero.
Que nada sea tan tormentoso, para no inundar el camino con lágrimas.
Que la risa sea etérea y privilegiada, para no generar ecos ensordecedores.
Que el calor sea momentáneo, para no hervir la sangre.
Que el frío dure menos soles que lunas, para no congelar el alma.
Que nuestra alma tenga fecha de caducidad, para que sea lo único que brille en las noches tormentosas.
Que no se sufra tanto, para reconocer cuándo algo ya no duele.
Que se no odie tan intensamente, para no desgastar el tejido del corazón.
Que se tema lo suficiente, para no dejar de sentir adrenalina.
Que nunca se legalice lo prohibido, para seguir jugando a ser Bonnie y Clyde.
Que la gula no nos ciegue, para disfrutar las trufas con dicha, y no con necesidad.
Que duelan los pies de recorrer la corteza más ligera de la tierra, para no desear quedarnos en cama todo el día.
Que las flores del huerto se conviertan en frutos, para no ser cómplices de la vanidad.
Que siempre admiremos nuestros cuerpos como esculturas, para no caer en el vacío de no sentirnos suficientes.
Que nunca se cuenten todos los secretos, para seguir sorprendiéndonos con la maravilla de las personas.
Que nunca estemos tan lejos, para no tener que gritarnos.
Que siempre se pierda la noción del tiempo, para que no sea la asesina de una noche de confesiones.
Que nunca volvamos a la iglesia, para así entender lo que un verdadero rezo es.
Que seamos humanos.
Y nunca pretensiones.