El novio de mi mamá, que no me cae bien y que sabe que no me cae bien. No sé si yo le caigo bien a él, pero tampoco importa, porque si a mí no me cae bien, ¿por qué habría de importarme si yo le caigo bien?
El novio de mi mamá, que estudió en Harvard y dice haber conocido al creador de Facebook. Bueno… solo hizo una maestría, y no es que haya conocido a Mark Zuckerberg, solo recibió un correo suyo alguna vez. De esos que le llegan a medio mundo.
El novio de mi mamá, que creo que viene de los Altos de Jalisco —no estoy segura, nunca le he preguntado lo suficiente—, pero que, según él, viene desde abajo y se hizo de un nombre. Ya sabes, porque estudió en Harvard. Y porque ahora no puede convivir con nadie que no esté a su “nivel intelectual”.
El novio de mi mamá, que de joven trabajó en una taquería lavando cilantro, y hoy ni siquiera puede mirar a los ojos al mesero.
El novio de mi mamá, que tiene una actitud condescendiente y te trata de pendejo si tus argumentos no están respaldados por una universidad de prestigio… como esa donde él solo estudió un año.
El novio de mi mamá, que le dijo al del valet parking “no sirves para nada” por un malentendido, pero que él, claro, es humilde, tiene conciencia y empatía. No como nosotras.
El novio de mi mamá, que estudió en Harvard, en Oxford, que fue despedido, que le deben dinero, que no puede demandar porque, para empezar, nunca tuvo contrato. Eso sí, no te atrevas a llamarlo por su nombre: “Doctor García, para usted”.
El novio de mi mamá, que aboga por los pobres, pero es el primero en burlarse de quien vive de un trabajo honrado aunque mal pagado.
El novio de mi mamá, con una arrogancia y soberbia de esas que algunos confunden con carisma. Porque claro, “puede decir lo que quiera, igual todos se van a reír”. Aunque en realidad, solo provoca el desagrado de todos.
El novio de mi mamá, que habla como si las palabras fueran suyas desde el origen.
Es el novio de mi mamá. Nunca me ha hecho nada. Nunca me ha perjudicado. Nunca me ha tratado mal… al menos no directamente. A veces, incluso, puede ser un salvavidas. Y tal vez no es que no me caiga bien. Tal vez es lo que representa.
No sé mucho de él. Así que no, no me cae mal él. Me cae mal el concepto de él. Lo que representa. Pero, ¿qué importa? Si desde el principio aclaré que no me importa caerle bien, porque para empezar, él no me cae bien.
Entonces, ¿por qué carajos va a importar lo que yo opine del gran Doctor García, graduado de Harvard y Oxford?
Y ya. De ahí viene su grandeza. No hay premio Nobel, no hay figura política, ni diplomática, ni nada por el estilo. Pero quién fuera él. O más bien, quién fuera el concepto que tengo de él.
Porque qué chingón es ver cómo una fachada tan aplaudida está construida únicamente con el cemento de la universidad en la que estudió. Y qué cabrón pensar que, probablemente, allá nadie lo recuerda, pero aquí todos se maravillan.