Y en una marea llegaste a mí,
una marea abrazadora.
Eras una pequeña caracola,
y al escucharte decías cosas que no entendí al principio.
Te miré… y me enamoré.
Una pequeña caracola con carácter,
con un amor que me enseñaría más
de lo que cualquier humano podría enseñarme.
Me quedé en la orilla, junto a ti, hasta el anochecer.
Te quedaste a mi lado,
te amé, y tú me amaste.
Fuimos nosotros contra todo.
Me enseñaste lo que es el amor,
incluso cuando no se ve claramente.
Pero al despertar,
te fuiste junto con la marea.
Intenté alcanzarte,
pero el océano te llamaba.
Me sentí incapaz,
me sentí una mala persona,
una tonta por creer
que podríamos estar juntos toda la vida.
Te fuiste como llegaste:
abruptamente,
dolorosamente,
sin avisar tu llegada,
ni tu partida.
Nos dejaste,
tú, pequeña caracola,
que sin hablar me hiciste escuchar
más de lo que el mundo jamás podría enseñarme.
Hoy sigo en el mar,
imaginando que regresas a mí,
buscando en otras caracolas
lo que perdí contigo.
Pero no quiero otras caracolas,
te quiero a ti:
a tu forma imperfecta,
a tu carácter incomprensible,
pero adorable.